lunes, 18 de noviembre de 2013

Interrupción: Soy argentina.

Interrumpo nuevamente este Diario de Viaje (que no deberíais dejar de leer porque aun queda lo mejor y lo publicaré a finales de esta semana si mi calendario escolar me lo permite).

En mi maravillosa clase de Comunicación Interpersonal nos han mandado exponer el siguiente tema: El viaje de tu vida". De viajes va la cosa, parece. El caso es que después de un par de semanas intentando sacar de dentro de mí algo válido para esta clase y para un concurso, por fin he parido dos folios de pura introspección. Como este es mi blog y me lo follo cuando quiero, dejo aquí lo que en principio tengo intención de exponer este miércoles, si la vergüenza no me come antes. Disfrutadlo y deseadme suerte!

Soy argentina.

He intentado buscar un tema un poco más reflexivo o metafórico. Algo de lo que pudiera filosofar tranquila sin quedar demasiado expuesta, que es algo que no me agrada en absoluto. Pero lo cierto es que cuando pienso en “El viaje de mi vida” a mi cabeza viene un solo hecho: soy extranjera. Y, ¿qué mejor representa el viaje de mi vida que aquel momento en que todo dio un vuelco y nada volvió a ser lo mismo?
Por si alguno no lo sabía, nací en Argentina en los maravillosos años noventa. Pasé allí lo que considero mi niñez y ahora mismo llevo casi doce años viviendo aquí. Cambiar de país es más que abandonar el lugar donde naciste. Implica también alejarte de tus amigos, conocidos y familiares. Implica salir a lo desconocido, porque aunque la base es la misma, la cultura es bastante diferente en muchos aspectos. Implica enfrentarte a ser el extranjero, en ambos países. Implica una madurez que muchos ganan con el tiempo y yo, por mi parte, gané de golpe y sin querer. Tiene tantísimas implicaciones que no conozco argentino que se las haya planteado realmente, cuanto menos lo pienses más feliz eres, porque en cuanto empiezas a darte cuenta de todo ello, solo deseas volver atrás.
Nací en Mar del Plata, que es la ciudad más turística de Argentina (o al menos lo era cuando vivía allí). Es una ciudad costera enorme, con unas playas preciosas y mucha vitalidad. Creo que no le falta nada a la ciudad, siempre diré que es de lo más bonito que se puede conocer y que nadie debería perder esa oportunidad al menos una vez en la vida, aunque también es cierto que no soy demasiado objetiva en ese aspecto. Tenía diez años cuando mis padres nos comunicaron a mis hermanos y a mí la decisión de mudarnos. No recuerdo exactamente el momento en que tuvimos aquella charla, solo recuerdo que pasé de pensar que aquello podía ser una maravillosa aventura a pensar que me negaba en rotundo porque no quería dejar atrás todo lo que conocía. Con diez años mi capacidad de convicción era más que ínfima, con lo cual mis padres me convencieron de que era lo mejor. Hoy en día soy consciente de que mis posibilidades de futuro habrían sido casi nulas si mis padres me hubieran hecho caso, de que el hecho de poder estudiar hoy aquí tras una carrera previa es un privilegio que tengo gracias a ese viaje.
Como si esa noticia no hubiera sido suficiente para mi pequeño cerebro, mi padre había encontrado trabajo aquí así que vino antes que los demás. Como es español tenía familia aquí y los papeles estaban por descontado. Así que además de convivir un año sabiendo que me iría, también conviví nueve meses sin poder ver a mi padre más allá de algunas fotos que mandaba de vez en cuando. Solo hablábamos por teléfono cada poco tiempo, así que recuerdo tener miedo de olvidarme de como era o de no volver a reunirnos. Siempre fui muy dramática y tremendista. Pero nueve meses después, con ya once años y en contra de todos mis temores, volvimos a encontrarnos con él en Madrid.
Del viaje en sí recuerdo más bien poco. Recuerdo la despedida que se organizó en mi casa el día anterior, con un montón de familiares y amigos. Las cartas y los regalos que me daban, los “no te olvidaremos”, las promesas de llamar cada semana y de mandar cartas asiduamente. Promesas que, obviamente, no se cumplieron. Recuerdo llorar todo el camino hasta el aeropuerto, sin contar con el tramo en que no pude parar de reírme porque en la carretera había una vaca de Milka enorme. Recuerdo lo inmenso que parecía el avión y lo inquietante que es la primera vez que viajas. Creo que la ingente cantidad de emociones que surgieron en aquel momento han conseguido que hoy solo recuerde algunas pocas cosas. Si tuviera que describir con todos los detalles aquel momento, no lo conseguiría.
La llegada aquí fue más abrumadora por el choque que supuso que por cualquier otra cosa. El conjunto de sentimientos, la sorpresa que conllevó ver que España no era como yo lo imaginaba, la curiosidad que sentía por todo, el reencuentro con mi padre, el conocer a familia de la que no tenía ni idea que existía. Todo era chocante, incluso el verano. Esperaba encontrarme con el mismo calor que en mi ciudad de origen en los veranos más calurosos y aquí me encontré con una triste primavera con forma de verano. Todo era distinto y con once años, todo parece más distinto aun.
Hoy por hoy creo que nos adaptamos lo mejor que supimos. Somos supervivientes, no solo yo, sino todos los extranjeros. Somos aventureros, valientes que supieron cuando abandonarlo todo para empezar de cero en busca de un futuro que, en principio, parecía poco probable. Somos extranjeros en ambos países, que aquí soy la argentina y allí soy la gallega. Somos de ninguna parte. Es una experiencia que te enseña a no apegarte tanto a lo material, que tu hogar está donde estés tú, que familia no solo es aquello que te une de sangre, que mantenerte fuerte es mucho más difícil cuando te enfrentas a lo desconocido. El viaje de mi vida me hizo como soy ahora en muchísima cosas. El viaje de mi vida fue de algo más de doce horas y cambio por completo el mundo que me rodeaba y mis ideas sobre él.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Diario de viaje: Oporto (IV)

Jueves. Día 4.
Por cuestiones de cansancio (tanto ajetreo entre pájaros nos tenía agotadas), decidí obviar el despertador y lo apagué en cuanto empezó a sonar y así seguir durmiendo. Nos despertamos unas cuatro horas después de eso, alrededor de la una (siempre hora española, Laura se niega a aceptar que Portugal cambia de hora). Al amanecer descubrimos que los especímenes que se alojaban con nosotras habían aprendido a saludar en español y lo que en un principio nos pareció gracioso, al cabo de un par de horas escuchándoles decir “hola” cada vez que pasábamos por delante, acabó por convertirse en pesado y quizá demasiado efusivo para mi gusto. Viendo que no iban a parar decidimos tomárnoslo como algo gracioso (y cuando digo “decidimos” en realidad quiero decir “Laura no me dejaba pegarles”).
Amanecer tarde no era un problema, nuestros planes para aquel día empezaban por la tarde, así que tras las duchas [INCISO: Mientras Laura se duchaba los alemanes me preguntaron mis planes y decidieron invitarme a la playa con ellos, literalmente les conteste que debía consultarlo con mi esposa] y mientras escuchábamos música decidimos hacer cuentas, la pobreza nos acechaba y era hora de rebajar nuestros gastos. Después de acabar de contar cuanto teníamos y a cuanto podíamos aspirar (lo cual acabó pronto debido al poco dinero y las pocas posibilidades) dedujimos que teníamos dos opciones, o nos prostituíamos o empezábamos a comer de súper y dejábamos de fingir que éramos ricas. A día de hoy sigo creyendo que la prostitución no solo nos habría proporcionado mucho dinero, sino también mucha diversión, pero resulta que somos demasiado exigentes y con esas expectativas poco podíamos conseguir, con lo cual la segunda opción resultó ganadora.
Definido esto y con Jazz Magnetism acabando, salimos en busca del supermercado que estaba tres calles más arriba del albergue. Al salir nos golpeó el calor en la cara y ambas pensamos que eso no era normal, pero no nos podíamos quejar, al menos ese día corría algo de aire y se podía respirar. Ya en el súper dimos algunas vueltas (como buenas turistas desorientadas que éramos) hasta encontrar algo comestible, apetecible y barato (como dije, somos demasiado exigentes). Al final nos decidimos por comprar arroz, albóndigas de lata, atún de lata, jamón, queso, pan, ketchup y maíz de lata, una dieta variada y rica en alimentos económicos, muy propia de estudiantes, solteros y personas a las que les da igual comer siempre lo mismo. Una dieta que nos acompañó el resto de la semana. Creo que después de tanto arroz ya empezaba a tener ojos orientales.
Volvimos al albergue y en vista de lo desconfiadas que somos, guardamos nuestra comida en la taquilla de la habitación. Algo parecido a lo que estaban haciendo los alemanes, con la diferencia de que ellos solo guardaban bebidas alcohólicas y bebidas energéticas (¡para estar a tope en las vacaciones!). Tras dejar las cosas y volver a la cocina con las albóndigas y el arroz, Janis Joplin y yo acompañamos a Laura mientras cocinaba una delicia de comida, porque aunque en un principio las albóndigas parecían hechas con miles de animales distintos, muchos de ellos ya extintos, resultó que estaban muy buenas.
Al acabar fregué los platos para ser justa con Laura, que había cocinado para mí, y luego volvimos a la habitación a guardar lo que quedó de arroz y a recoger nuestras cosas para salir en busca de aventuras portuguesas (… o algo). Con el mapa en la mano y una botella de agua en la mochila, para paliar el calor, nos dirigimos hacia el museo de Arte Sacra que había en la iglesia Lourenço dos Grilos. Con mi maravillosa orientación y la ayuda de varios carteles informativos, conseguimos llegar sin problemas hasta las iglesias de la zona y nos dedicamos a observar el paisaje momentáneamente. Aquello estaba a tal altura que era fácil ver casi toda la ciudad, incluido aquel hombre que estaba arreglando el tejado y al que le sacamos una foto (porque yo de viaje y con una cámara en mano, soy peligrosa).
Entramos en la primera iglesia que vimos, aunque no era la que buscábamos, y la verdad es que era preciosa. Maravilladas caminamos alrededor de cada una de las imágenes de santos y vírgenes que nos encontramos y, como era de esperar, me pasé todo el recorrido quejándome de la ideología católica y del uso de imágenes sangrientas y hechos trágicos y poco veraces para llevar como ovejas a gran cantidad de personas. Así como entramos, salimos, pues Laura estaba harta de mis monólogos críticos y cuando estábamos saliendo nos encontramos al doble de un amigo de Laura, al que intenté sacar una foto sin mucho éxito.
Seguimos bajando siguiendo las señales para llegar al museo al que nos dirigíamos en un principio. Nos encontramos con un montón de niños jugando en una fuente pública con el agua y me puse a sacarles fotos porque estaba en modo artista (durante una semana olvidé que de artista tengo lo mismo que de alta). Laura consiguió que yo saliese en una foto con ella y luego, no sé cómo, conseguimos evitar que los niños nos mojasen a nosotras también. Por fin encontramos la iglesia-museo y entramos confiadas a recorrerla por completo. La verdad es que no era gran cosa, pero el estilo de las esculturas era bastante bonito y la forma en la que las tenían cuidadas merecía la pena (además la entrada era gratuita, así que tampoco vamos a ponernos muy quisquillosas).
Cuando nos íbamos a marchar descubrimos un libro de visitas en la entrada y decidimos postrar nuestra imaginación en él firmando de la manera menos católica que nos salió. Dejo aquí la foto de la firma para que podáis verla:

Viendo que habíamos sido más rápidas de lo esperado en la visita, decidimos ir a tomar algo antes de dirigirnos al siguiente museo, y teniendo en cuenta la escasa gama de posibilidades nos dirigimos al único bar que había cerca para beber unos zumos de naranja y sentarnos un rato. Mientras yo inspeccionaba el mapa (que ya estaba algo roto y malogrado) Laura empezó con su ritual de siempre y se dedicó a hacer flores con las servilletas, en eso andábamos cuando se nos acercó la dueña del bar (que podría haber sido dueño y no dueña, tranquilamente) y le dijo a Laura muy borde “eso no lo pagarás tú, ¿verdad?”. Tal fue el tono de su comentario que ambas nos acojonamos y nos quedamos mirándola (y las dos chicas de la mesa de al lado también), seguíamos mirándola cuando se dirigió a sus otras dos clientas y le bajó el pie de la silla con un manotazo. Después de conocer a lo mejorcito de la ciudad, mi compañera de andanzas y yo nos acabamos el zumo y me dispuse a pagar. Para que no me fuera de ahí con una sonrisa, la señora me acusó de haberle dado menos y yo, aprovechando que Laura no podía pararme porque estaba en el baño, me dije a mí misma “a borde, borde y medio” y me ocupe de que contara cada una de las monedas que le había dado delante de mí y que me pidiera perdón por la acusación.
Tras esto, al ver Laura mi posición prepotente, nos fuimos camino al museo Soares dos Reis, que era el siguiente en la lista. La visita fue de lo más completa. Pudimos ver absolutamente todas las exposiciones (temporales y permanentes) que había. Nos pasamos casi cuatro horas dentro del museo observando cada cuadro, cada escultura y cada exposición. Todas fantásticas y muy inspiradoras, aunque es verdad que después de tres horas teníamos ganas de salir de allí y aire empezaba a viciarse. Cuando acabamos la larga e increíble visita quedaba poco para la hora de cenar así que nos dirigimos al albergue para cenar y planear la noche, tras cenar un par de bocatas y ver el espectáculo que eran los alemanes preparándose para salir, nos decidimos a vestirnos e ir tranquilamente hasta la zona de los pubs y la marcha, pues ni Laura ni yo aguantábamos más el calor que había surgido tras escuchar Lovage.
Como era temprano la zona de fiesta tenía poca fiesta, por lo que aprovechamos para investigar qué otros pubs había por la zona. En nuestra corta investigación encontramos un bar donde había música latina en directo, y llamadas por el espíritu de Celia Cruz tuvimos que entrar a bailar y beber un par de cañas. Había un montón de parejas bailando y lo hacían verdaderamente bien con lo cual nuestras ya escasas nociones para el baile quedaron completamente anuladas y nos decidimos a “bailar” en un rincón donde no pudiéramos ser vistas o al menos no llamásemos la atención.
El colmo de aquello fue cuando empezó a sonar “La Bamba” y Laura y yo nos motivamos sobremanera. Allí empezamos las dos a bailar y a cantar como locas y pude admirar como dos rubios encantadores no dejaban de observar a Laura así que me aparté un poco con intención de que se acercaran, pero al parecer eran muy tímidos como para ello. El caso es que bailamos y cantamos muy emocionadas de tal manera que hasta la cantante quiso pasarnos el micrófono a nosotras (a lo cual nos negamos por aquello de mantener algo de dignidad). Tras esto llegó el descanso del concierto y salimos a tomar el aire porque allí dentro no se podía respirar. Nos sentamos en el bordillo y mientras decidíamos que hacer los rubios que miraban a Laura se nos acercaron y nos pidieron que les enseñemos a bailar (pobres, aquello era como pedirle a un ciego que te explique los colores). Les indicamos donde había más pubs donde ellos pudieran ir a pasar el resto de la noche porque Laura no parecía muy interesada en mantenerlos a su lado y nosotras nos fuimos a investigar más pubs.
Al entrar en un pub empezaron a sonar temazos, pero temazos de los buenos, de los que me gustan a mí. Se puede decir que me flipé de manera absoluta en modo Skins pero sin drogas con cada canción (porque encima las conocía y me las sabía todas, ¡el paraíso para mí!). Allí me encontraba yo saltando ultra motivada y Laura viéndome enloquecer del todo cuando se nos acercó un señor a intentar ligar, lo ignoramos y no se dio por aludido y cuando intentó tocarme fingiendo que yo era una guitarra lo mandé a ver si llovía en el lavabo (por decirlo educadamente) con un contundente codazo. Acto seguido seguimos bailando y cantando hasta que llegamos a dos canciones que no conocíamos y pensamos que esa era la señal para probar los otros pubs de la zona que también tenían buena pinta.
Pasamos por delante del pub de enfrente donde me conquistaron con Aretha Franklin y tuvimos que entrar. Pedimos unas caipirinhas para apaciguar el calor que hacía ahí dentro y cuando estábamos empezando a aburrirnos descubrimos que aquel lugar tenía un piso de abajo lleno de gente tan motivada como yo bailando al son de temazos. Bebimos otra caipirinha allí abajo y me ocupé de reírme de Laura cuando un francés loco se le acercó a hablar, luego ella se rió de mí porque tuvimos que espantar al pervertido que se nos pegaba y nos miraba fijamente con una mirada bastante siniestra (le faltaba respirarnos en la nuca cual sociópata).
Con intención de volver al albergue salimos de allí a eso de las cuatro y media (una hora más aquí en España). En nuestro camino unos chicos empezaron a llamarnos y como a mí me hacía gracia me gire para ver que querían (en este viaje he descubierto que me muevo por las risas hasta cuando no debo). Laura quería matarme cuando se dio cuenta de que estaba hablando con ellos y que hasta nos habíamos sacado una foto todos juntos. Después de una hora viendo como se metían los unos con los otros para desacreditarse mutuamente y conseguir ligar (pobres ingenuos), nosotras por fin nos movimos hacia el albergue para dormir ya de una vez. Decidieron acompañarnos hasta el albergue y como nos daba igual les dejamos. Tenían intención de subir con nosotras a nuestra habitación y he de decir que nos costó más de lo que creíamos hacerles entender que tenían que irse, que no iban a subir y que no estábamos interesadas. Una vez frustrada su idea después de mucho putearlos subimos a la habitación entre risas y caímos rendidas tras el cansancio de una noche muy divertida.

lunes, 21 de octubre de 2013

Los sueños

Hace una semana, más o menos, en mi clase de Comunicación interpersonal, el profesor nos dio un artículo a cada uno con intención de que hagamos una ponencia el miércoles de esta semana. Acabo de terminar de preparar todo lo que tengo intención de decir en clase y me ha parecido buena idea publicarlo aquí, haciendo un inciso en este curso del diario de viaje de Oporto, que espero que os esté gustando. Dejo a continuación el enlace al artículo para que podáis leer aquello que tanto me gustó leer a mí y al final os dejaré un enlace a un vídeo de la conferencia a la que se hace mención en el artículo. Espero sinceramente que os sea de tanta ayuda como me fue a mí no solo escribir la ponencia, sino también leer el texto y ver la charla.


Ponencia:

El artículo que he leído para esta ponencia habla del hecho de llegar a cumplir nuestros sueños. Pero antes de comentar mi postura frente a esta idea, creo que es importante que aclare qué es lo que entiendo yo por “tener un sueño”. Obviamente no me refiero a las imágenes que mi cerebro genera cuando duermo, aunque en alguna ocasión coincida, más bien creo que los sueños son las metas que nos planteamos a lo largo de nuestra vida y aquello a lo que aspiramos. Al menos esa es la definición que le doy yo al concepto en cuestión ahora que soy una joven adulta.
A lo largo de nuestra vida van surgiendo diferentes sueños a los que aspiramos, todos condicionados por nuestro estilo de vida y personalidad. Es cierto que, tal y como narra el artículo al comienzo, llegados a cierta etapa de nuestras vidas los sueños y nuestra forma de concebirlos cambia. La madurez parece llegarnos siempre acompañada de un sopapo de realidad que acaba por convertirse en pesimismo y negatividad. Quizá porque es más sencillo ver el lado negativo de las cosas, quejarse y dejarse estar que luchar por ser más positivo y activo a lo largo de nuestra vida; o quizá porque culturalmente estamos predispuestos a dar por hecho que la vida tiene como misión darnos una patada en la cara cada vez que nos levantamos; no lo sé. Pero la realidad es que a medida que crecemos nuestras metas o sueños se disipan y la mayoría acaban en el cajón de imposibles o inalcanzables.
No sé cuantos de vosotros tendréis un cajón desastre lleno de cosas que pudieron ser y no fueron, o de cosas que nos gustaría que fueran pero no nos esforzamos en llegar a ellas. Yo tengo uno, tengo mi metafórico cajón desastre lleno de todas las veces que caí, que no conseguí lo que esperaba o que me impedí a mí misma alcanzar. El artículo que leí se mostraba como una “invitación a rescatar los sueños que dejamos atrás”. Y conmigo al menos, lo ha conseguido.
Leer sobre Lou Holtz o Randy Pausch, que ante un futuro negro y desolador en lugar de rendirse se decidieron por plantar cara y hacer frente a los problemas, cada uno a su manera, pero ambos cumpliendo sus sueños y dando ejemplo de vida a aquellos que los rodeaba, es completamente inspirador. Randy Pausch es conocido por una conferencia que dio cuando se le diagnosticó cáncer de páncreas y no se podía hacer nada más que esperar el final. En su conferencia no solo hablaba de como consiguió a lo largo de su vida cumplir aquello que se propuso, sino también de un estilo de vida, de una fe absoluta en las propias capacidades y de una visión positiva de la vida que nos rodea, porque todo tiene su lado bueno. Lou Holtz, por su parte, en un momento de su vida en que se veía completamente desolado por los problemas económicos que tenía decidió escribir una lista de todos los deseos que tenía y que alguna vez tuvo, llegó a escribir ciento siete sueños y cumplió gran parte de ellos.
Leo el artículo una y otra vez y no dejo de pensar que yo necesito hacer eso mismo. Randy me da una lección de vida y Lou una lección de perseverancia. No se trata de saber de ellos, emocionarte por sus historias y pasar a otra cosa, se trata de tomar conciencia de la realidad que se plantearon en un momento, que plantearon al mundo y que yo os planteo a vosotros ahora. Se trata de ser conscientes de que lo que deseábamos de niños quizá no era tan descabellado como ahora creemos que es. Se trata de dejar de pensar en los problemas que puede acarrear o en el miedo que puede dar e intentarlo sin más. Como popularmente se dice, “el que no arriesga no gana”.
Bueno, yo me he emocionado con la conferencia de Randy y he empezado mi lista de sueños, que está justo al lado de la lista de lugares a los que viajaré algún día. Y os recomiendo que hagáis lo mismo. Pensad en aquello que siempre habéis querido hacer, en eso que lleváis pensando varios días que os gustaría que pasase, en las ganas que tenéis de llegar a conseguir todo ello y no os quedéis esperando a que pase, vivid de manera que podáis provocar que se cumpla todo lo que deseáis.
Que no os dé miedo fallar, todos fracasaremos mil veces antes de conseguirlo; que no os preocupe la opinión que puedan causar vuestros actos; y, sobre todo, no creáis que lo que deseáis esta lejos de vuestro alcance. Yo soy todo lo capaz, fuerte y decidida que quiero ser, y nadie puede impedirme que algún día llegue a cumplir cada uno de los puntos de mi lista. Creo que somos nuestros propios muros, que si no conseguimos algo es porque habitualmente nos boicoteamos a nosotros mismos. Propongo que dejemos de ser nuestros peores enemigos y que nos replanteemos nuestras metas, todas ellas, hasta las más descabelladas; que hagamos algo por hacerlas realidad porque nadie lo hará por nosotros y ya es hora de que seamos un motor activo en nuestras propias vidas.
Vídeo de la conferencia:

domingo, 20 de octubre de 2013

Diario de viaje: Oporto (III)

Miércoles. Día 3.
Durante la noche mi móvil quedó sin batería y por lo tanto no sonó el despertador que había puesto, lo que significa que en lugar de despertarnos a las nueve como habíamos planeado nos despertamos a la una (hora de verdad, la española, porque está claro que la hora de Portugal es de mentira).
El plan inicial había sido ir a la playa, pero nos falló el tiempo (cosa que debimos mirar antes de hacer el planning del viaje) y esa mañana había llovido. Así que, aunque hacía calor, nos decidimos por aplazarlo y cambiar los planes de la semana. Salimos una hora después, duchadas, vestidas (que es importante) y con un hambre voraz atacándonos. Decidimos que iríamos al jardín del Palacio de Cristal, así que buscamos donde comer de camino allí para no perder tiempo y aprovecharlo bien allí luego.
Laura me dio la cámara de camino, así que mientras buscábamos donde comer por la Ribeira me dediqué a sacar fotos hasta de los pobres trabajadores del lugar. Encontramos lo que parecía un menú suculento por solo cinco euros, poseídas por el hambre decidimos que ese día no “podíamos hacerlo mejor” y entramos en busca de alimentos que nos llenaran el estómago y acallaran nuestras quejas. Finalmente, aunque el plato de comida sí que era suculento, el pan y el agua venían aparte (cosa que nos dijeron cuando nos dieron la cuenta y no al principio cuando preguntamos si incluía todo), así que gastamos más de lo esperado. Gracias, bar cochambroso de la Ribeira.
Tras la comida parecía buena idea seguir a pie hasta el jardín, ya que no estaba muy lejos según mi lectura en el mapa. También hay que decir que según mi lectura en el mapa estábamos yendo por el camino correcto y no era así, lo que significa que caminamos lo que no habíamos caminado en nuestra vida. Lo bueno es que bajamos los kilos que pudimos coger durante la comida y que descubrimos el parentesco directo entre Vigo y Oporto (porque si no están emparentadas directamente, lo de la ingente cantidad de cuestas no se explica).
Después de meternos por el camino que no era (aquello parecía el Bronx de Oporto, pensamos que nos atracarían en cualquier momento, eso o veríamos pasar en un tractor a alguien que nos diría algo como “cantas vacas tes?”... muy turbio todo), encontramos el jardín que estábamos buscando , pero no la entrada. No podía ser todo tan sencillo y el caso era frustrar mis planes de pasar un buen día en el jardín. Íbamos bajando la cuesta, siguiendo la muralla que rodea el jardín porque en algún momento teníamos que encontrar la entrada (cabe destacar que este jardín es bastante más grande que cualquier parque de Coruña, lo que significa que cuando digo que caminamos rodeando la muralla, significa que caminamos como si no hubiera un mañana). Cuando yo me había decidido a preguntar a alguien por donde era la entrada nos cruzamos con otros dos turistas que iban en sentido contrario a nosotras y que nos preguntaron si de donde veníamos estaba la entrada, como comprenderéis aquello no nos dio esperanzas. Estaba ya planeando como escalar la muralla para acabar con tanta tontería de caminar, cuando nos encontramos con unas vistas preciosas del río y nos paramos a hacer fotos, como buenas turistas que somos. Así que allí estábamos, rodeadas de muchos turistas haciendo exactamente lo mismo que nosotras, con la diferencia de que yo seguía convencida de poder escalar esa muralla, a pesar de las pegas que ponía Laura a todos mis planes.
Temiendo encontrarnos a los dos turistas que nos habíamos cruzado antes, seguimos subiendo en busca de una entrada. Vimos que una señora y si hija se encontraban en los mismos menesteres que nosotras así que decidimos seguirlas con cuidado pero nos rendimos ante la cuesta que teníamos delante y nos metimos por un parking. Finalmente lo habíamos conseguido, estábamos dentro, todo había salido a pedir de Milhouse, solo que con una hora de retraso. La primera visión que conseguimos fue la del Palacio de Cristal, bastante menos impresionante de lo que suena, que estaba cerrado, pero el resto del parque no lo estaba y en sus entrañas se encontraba el museo romántico que habíamos ido a visitar, así que hacia allí nos encaminamos.
Empezamos a bajar entre arbustos y arboleda y nos cruzamos en nuestro camino con un precioso pavo real que se encontraba paseando libremente por el parque adelante. Teníamos que sacarle una foto. Laura cogió la cámara y yo me acerqué lentamente hacia él con intención de salir en la foto y, si había suerte, de tocarlo. Cuando me quise dar cuenta, un niño de unos diez años estaba haciendo exactamente lo mismo que yo, con la misma cara y los mismos gestos, ante esto me empecé a plantear no solo lo mucho que puede tardar Laura en sacar una foto, sino también lo infinitamente infantil que puedo llegar a ser a veces.
Acabado nuestro encuentro y temiendo que hubiese cerrado el museo, seguimos nuestro camino raudas y veloces. Llegamos por los pelos y al entrar nos metieron en un grupo para ser guiados por la casa, pagamos sus dos euros de entrada (sí, así de barato el museo) y tras esperar a que se adelantase el grupo previo a nosotros, empezamos la visita en portugués porque como dijo la que nos guiaba “el portugués y el español es casi igual, así que nos entendemos”. Debo decir que quedamos ambas maravilladas con el museo, la ambientación era increíble y los muebles no se quedaban atrás, los cuadros, las esculturas, cada una de las piezas de decoración, los tres pianos que había en la sala de baile, realmente impresionante. En medio del museo había una exposición contemporánea que no acabé de entender, incluía cangrejos de plástico pintarrajeados en medio del comedor romántico, cuadros románticos que tenían pintado con spray alguna parte y alguna cosa más que no encajaba en absoluto y a la que tampoco le encontré el significado (cierto es que no me molesté en buscarlo tampoco).
Acabada la visita nos dirigimos a un chiringuito que había en el parque donde yo había tenido un fuerte antojo de helado de chocolate y decidimos pasar allí el resto de la tarde, el parque era infinitamente precioso, llegué a decir que era mucho más bonito que el parque de Santa Margarita, y ese es mi parque favorito de Coruña.
Nos sentamos a degustar nuestros helados en un banco delante del chiringuito y estábamos en esos menesteres cuando apareció frente a nosotras un pequeño pato andando tranquilamente. Los que me conocéis podéis imaginar mi emoción, mi euforia y hasta mi histeria al verlo. Empecé a sacarle fotos como una desquiciada y acto seguido me puse a andar detrás de él imitando el andar patuno (he de decir que hay una foto de eso que el mundo no verá jamás si puedo evitarlo). Anonadada me hallaba yo con tan precioso animal delante hasta que de pronto vemos como se nos acerca un pavo real, pero no el que habíamos visto antes, este era más descolorido y tenía cara de cabroncete (me da igual lo que me digáis, tenía una expresión de psicópata que no podía con ella). Al principio nos hizo gracia su curiosidad y acercamiento a nuestro banco, pero vimos que se acercaba mucho así que nos dimos por aludidas y dejamos de observarlo, decidimos que si lo ignorábamos, seguramente se iría (una lógica aplastante). El caso es que apareció otro pavo más y ambos empezaron a acecharnos y con Laura nos asustamos considerablemente.
Ya no sabíamos ni como escapar de aquello (para el dueño del puesto de helados aquello era todo un espectáculo y él tenía entradas en primera fila). Empezamos a alucinar un poco con el bullying que nos hacían los pavos reales esos y llegamos a la conclusión de que sabían de lo sucedido con la gaviota el día anterior, solo podíamos fiarnos del pato que seguía dando vueltas por allí sin rumbo aparente y con cara de idiota (lo normal en los patos y en mí). Acabamos los helados y nos alejamos de la zona disimuladamente aprovechando que se habían alejado de nosotras momentáneamente (aunque nos vigilaban desde la distancia). Decidimos ir en busca de la familia de aquel pato no solo para agradecer que nos protegiera desde la distancia, sino para hacerles saber que su querido patito despistado andaba caminando entre dos pavos reales matones. Así fue como encontramos el estanque donde nadaban despreocupados muchos patos más de distintas clases (a cada cual más encantador) en medio de algunas ocas y un gallo (que no tengo muy claro que es lo que hacía allí). Nos sentamos en el centro del estanque y disfrutamos de la tranquilidad, del sol y de las preciosas vistas que teníamos ante nosotras junto con una enorme libélula que se posó delante de nosotras y se quedó allí hasta que continuamos camino.
Después de varias fotos y varios estornudos de Laura, decidimos seguir recorriendo el parque, así que me despedí de los patos y de la libélula y seguimos paseando y sacando fotos a nuestro alrededor. Aun era pronto así que decidimos sentarnos en el césped a tomar el sol cual lagartos y sacar algunas fotos más. Allí fue donde descubrí que Laura es mi modelo favorita porque le saco unas fotos que no se lo cree ni ella (¡fotazas, hoygan!) y también fue donde sacamos las mejores fotos juntas. Al cabo de un rato aparecieron dos tíos dispuestos a imitarnos y se tumbaron en el césped a nuestro lado y empezaron a hacer ruidos raros. Mientras uno de ellos hacía ruiditos, el otro se reía con toda su alma y Laura y yo le acompañábamos, porque lo cierto es que era bastante gracioso.
Con la llegada de la sombra nos fuimos para volver con tranquilidad y parsimonia a la zona del albergue. De camino nos entró antojo de Burger King, pero no encontrábamos ninguno así que decidimos preguntar a un chico que estaba sentado escuchando música y nos indicó que creía que podía haber uno en un centro comercial cerca de la zona de las tiendas. Y allí nos dirigimos, pero nuestra suerte quiso que no hubiera más que “MacCacas” con lo cual nos decidimos finalmente por comer en el wok del centro comercial, que tenían Udon y eso apetecía mucho.
Allí nos entretuvimos mirando el mapa en busca de zonas de salir por las cercanías del albergue y cuando nos quisimos dar cuenta estaban ya cerrados casi todos los establecimientos del centro comercial, así que nos dispusimos a marcharnos de allí. Como a lo largo del día, nuestra suerte siguió puteándonos un rato más y descubrimos que las escaleras mecánicas estaban cerradas y nosotras sin saber como salir de allí. Nuestra lógica aplastante volvió a funcionar y dedujimos que era buena idea coger el ascensor, que si allí había gente aun tendrían que salir por allí en algún momento.
Cogimos el ascensor y por alguna razón, Laura le dio al octavo piso en lugar de ir al piso más bajo. El octavo piso del parking al que salimos estaba vacío, solo quedaba allí un coche en la lejanía, no se oía ni un alma ni podía verse a nadie. Las vistas de la ciudad desde allí eran preciosas así que me acerqué momentáneamente a la ventana para admirar aquella visión. En medio de aquel momento solitario, silencioso e idílico se oyó un ruido a lo lejos y nos asustó un poco, pero el punto culmen de nuestro miedo llegó cuando a mí se me ocurrió decirle: “Así empiezan las película de miedo.” Laura entró en pánico, me cogió de la mano y me llevó corriendo al ascensor otra vez, yo iba riéndome hasta que vi que el ascensor por el que habíamos subido no funcionaba, así que me sumé al pánico de Laura y ambas llamamos al otro ascensor con una rapidez casi violenta. En cuanto llego, lo cogimos y paramos en la planta cero a la que debimos ir desde un principio, y desde esa planta del parking pudimos salir a la calle, aunque sabíamos que no estaríamos seguras hasta no ver cierta civilización a nuestro alrededor.
Continuamos el resto de nuestro paseo nocturno haciendo bromas sobre la película de terror basada en hechos reales que podríamos protagonizar ambas, la titulamos “La octava planta”, que parecía tener mas gancho. Estaba dedicándome a contar como escribiría un libro y sería la nueva Stephen King cuando pasamos por delante del conocido Tribeca, un restaurante y bar jazz club. Nos paramos en la puerta y Laura me hablaba de lo que sabía de ese sitio cuando salió un camarero a decirnos que estaban a punto de comenzar con un concierto bossa nova. Nos convencimos la una a la otra y entramos sin saber que la consumición mínima era de cinco euros, pero valía la pena así que nos tomamos dos cañas cada una.
Hago un inciso para comentar que las consumiciones eran apuntadas en un cartón que nos daban al entrar, en la parte inferior del cartón había una nota que ponía: “En caso de perdida del cartón el consumidor deberá pagar 150€”. Ambas quisimos quedarnos con aquel cartón, pues no sabíamos que usaban sangre de unicornio para escribirlo, al menos esa era la única explicación posible para ese coste de un cartón más pequeño que un folio.
Con respecto al concierto, fue increíble. Dos horas que valía la pena pagar y presenciar, por falta de dinero no pudimos comprar el CD que tenían ellos allí y ambas lo lamentamos mucho. También nos acordamos de muchos a los que les habría encantado estar allí con nosotras, así que os dejo más abajo un link a alguno de los vídeos de su canal para que podáis escuchar la preciosa voz de la cantante.

Al acabar el concierto fuimos por la zona de pubs para ver que clase de especies se movían por allí, pero nos encontrábamos bastante cansadas ambas, así que volvimos al albergue a dormir dando el día por finalizado.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Diario de viaje: Oporto (II)

Martes. Día 2.
Amanecimos pronto influenciadas por el desayuno gratis que ofrecía el albergue desde las ocho hasta las diez de la mañana. Alrededor de las nueve estábamos despiertas y haciendo un esfuerzo sobrehumano por salir de la cama. Teníamos que hacer el check out a las once porque nos cambiaban de habitación así que nos dimos prisa en bajar a desayunar para que nos diera tiempo a todo.
En la cocina no había nadie cuando bajamos y aprovechamos para coger tres tostadas (con membrillo o mantequilla) cada una, zumo de naranja y colacao, que era lo que ofertaba el albergue. Nos sentamos en una mesa y al degustar nuestros zumos descubrimos que se trataba de un sabor muy particular que recordaba más al culo de un mandril con diarrea que a una naranja. Era un intento fallido de zumo, pero por suerte estábamos lo suficientemente despiertas como para que yo haga un chiste sobre su sabor y los “Dirty Sánchez” (cosa que no explicaré por razones obvias). Nos quitamos ese terrible sabor con el colacao y las tostadas que sí que eran muy decentes y deliciosas. Mientras acabábamos nuestro desayuno el comedor empezó a semi llenarse de extranjeros. Observamos la fauna que nos rodeaba, pero no pudimos llegar a ninguna conclusión final, así que decidimos esperar a que nos cambien de habitación para poder empezar a estudiar los hábitos de nuestros compañeros.
Al acabar fuimos a ocupar las duchas que estaban en el primer piso, de las cuales solo funcionaba una, así que mientras una se duchaba la otra ordenaba las cosas para poder salir a tiempo de la habitación. Fue un tremendo placer descubrir que el anuncio del albergue no mentía y que había agua caliente las 24h para tomar duchas. Tras esto, hicimos es check out y como no podíamos hacer el check in hasta las dos de la tarde decidimos salir a dar una vuelta y empezar nuestro pequeño y planeado tour por la ciudad. Sin wifi, mapa en mano y cámara en el bolso, nos dirigimos hacia nuestra primera parada y mi primer sueño cumplido, la Librería Lello & Irmans.
Para el que no lo sepa, en esa librería se filmo parte de la segunda película de Harry Potter (mi saga favorita, pues me crié y crecí con ella). Podéis imaginar mi cara de ilusión, asombro y sorpresa cuando nos encontramos delante de ella, haciendo cola para entrar. No podía creerme estar allí. Lamentablemente no se permitía hacer fotos así que no podré ilustraros con la maravillosa imagen de aquel local, pero os aseguro que mi respiración agitada, mi carne de gallina, mi corazón dándolo todo y yo entramos allí con la sonrisa más grande que puedo mostrar (y tengo una boca enorme, así que es una enorme sonrisa).
Me enamoré del olor a libro antiguo y nuevo, de las enormes estanterías, de las mesas llenas de libros, de los sofás donde podías sentarte a hojear las páginas de alguno de los libros que tanto tenían para contar. La librería estaba separada por temas y me los recorrí todos y cada uno de ellos. No puedo hablar por Laura, porque no la vi en casi todo el rato que estuvimos allí dentro, pero yo me perdí en el aroma de los libros y las portadas en portugués. Las escaleras del centro de la librería las subí como quien sube las escaleras con un vestido largo y con su pareja de esmoquin esperando arriba. Me emocioné a cada paso que di y finalmente, sin poder evitarlo, compré un libro: A minha palavra favorita, una recopilación de las palabras favoritas de ciertos autores y personajes famosos de Portugal, donde explican y dan luz a las palabras escogidas de la forma que mejor sepan, desde poemas, hasta definiciones, pasando por lo que realmente significa esa palabra para cada uno. Obviamente el libro incluye mi palabra favorita (“caos”) por lo que la compra era más que necesaria.
Salimos de allí muy a mi pesar (ya había planeado como podría vivir allí dentro sin que los dueños lo supieran). Pensábamos si ir a comer o si dar una vuelta por la zona cuando descubrí una gaviota dentro de un contenedor de basura abierto, le comenté a Laura mi impulso por cerrar el contenedor y mis dudas sobre ello, por suerte Laura no dudaba al respecto, así que cerro el contenedor de una patada y nos fuimos de allí. Ya habíamos dejado atrás aquel contenedor cuando oímos un fuerte ruido y vimos salir a la gaviota de forma violenta, a partir de ese momento los pájaros comenzaron a seguirnos, gaviotas y palomas se habían aliado y sabían lo que habíamos hecho. Empezábamos a temer las represalias gaviotiles.
Era casi la una así que fuimos en busca de un lugar donde comer, algo barato y suntuoso, pasamos por varios lugares de la zona que estaban entre cinco y diez euros y al final nos decidimos por uno relativamente elegante donde por seis euros teníamos el menú completo, incluyendo primer plato, segundo plato, postre y café, agua y pan. El camarero no estaba incluido en el menú lamentablemente, pero nos alegramos la vista con cada vez que pasaba por nuestro lado. La crema de verduras, el pollo, las patatas al horno y el arroz estaban de maravilla. Mención aparte merece claramente mi postre, mi deliciosa mousse de chocolate, de la que disfrute quizá algo más de la cuenta, a punto estuve de darle mi teléfono para que me llamase y podamos repetir tal placer otro día. Creeréis que exagero, pero la realidad es que al acabar se acercó el camarero a recoger los platos y me miró riéndose y pregunto: “estaba deliciosa, ¿verdad?”. No supe si morir de la vergüenza en ese momento o esperar a salir, pero tanto Laura como el resto del restaurante aseguran que me puse completamente roja. Acabamos nuestras aguas y decidí pagar y salir de allí sin mirar a la cara a los camareros que me miraban como si acabasen de ver una película porno.
Tras esto íbamos a seguir camino, pero yo preferí volver al albergue y hacer el check in, ya que no me fiaba de dejar la maleta allí en medio y quería meterla en la habitación. Como ya teníamos la llave solo necesitábamos que nos llevasen a la habitación, así que entramos y descubrimos, no solo un desorden demencial, sino también a unos especímenes rubios y con la piel algo roja. Dejamos las cosas en nuestras camas mientras tanteábamos a lo que dedujimos que eran alemanes juveniles y llenos de resaca.
Volvimos a salir unas dos horas después de haber hecho el check in, la cosa se alargó porque se nos fue la pinza haciendo el tonto y descansando después de comer, el calor nos tenía agotadas. Íbamos a ir al museo Soares dos Reis, pero al llegar descubrimos que quedaba una hora para que cerrase y nos recomendaron que volviésemos el jueves después de las seis de la tarde, que era gratis y podríamos verlo todo. Al parecer en una hora no nos daba tiempo a todo.
Nos fuimos desilusionadas por no haber podido verlo, pero pensamos en remover nuestros planes para poder ir el jueves como nos habían dicho. Al volver andando recordamos que habíamos pasado por delante del museo de fotografía y decidimos intentar entrar a ver si aun estaba abierto. Para nuestra sorpresa, aunque le quedaba también una hora nos dejaron entrar y además, ¡era gratis! Disfrutamos de las fotos y las historias que habían detrás de cada una, mi interior recordó lo mucho que le gustaba la fotografía y lo mucho que le encantaría saber sacar fotos tan increíbles como las que nos encontramos. Aunque nos habría gustado, no nos dio tiempo a verlo todo, nos quedo un piso entero sin ver, nos quedamos demasiado prendadas de la exposición sobre la Torre de los Clérigos. Se trataba de un mogollón de fotos de distintas épocas y perspectivas sobre la Torre de los Clérigos y un vídeo que vimos dos veces ya que nos sorprendimos muchísimo al ver como un hombre la escalaba sin protección alguna y además hacía piruetas en lo alto de la misma. Ambas decidimos que en algún momento tendríamos que hacer eso mismo juntas, para quitarle tanto mérito al hombre aquel.
Salimos con la duda de qué habría en el tercer piso, y nos sentamos al sol, en las escaleras del museo con dos chicos muy guapetes a nuestro lado. Disfrutamos un poco del sol y sacamos algunas fotos más pasando el rato. Volvimos al albergue hasta decidir que hacer y fue allí donde leí en una fotocopia que había en el corcho una serie de actividades nocturnas en distintos sitios de la ciudad. Nos decidimos por lo único que cobraba entrada, pero nos pareció que una tertulia folk y una jam session por solo dos euros era bastante barato.
Nos dirigimos a la zona donde se encontraba el Hard Club porque pensábamos cenar por allí cerca, descubrimos que se encontraba en un viejo mercado que tenia un restaurante en la parte de arriba, así que nos comimos una pizza allí e hicimos tiempo hasta que fuese la hora de la jam session. La pizza estaba bastante mejor de lo que yo esperaba, o quizá yo tenía más hambre de la que creía, la verdad es que llevaba todo el día comiendo a cada rato y cogiendo peso como si no hubiera un mañana. Tras la pizza y con la cuenta vinieron unos chupa chups de la casa que dejaban bastante que desear, así que no me lo acabé y bajamos directamente a buscar sitio en la jam para disfrutarla como es debido.
Dudamos de si entrar o no, porque éramos las únicas allí presentes, pero finalmente pagamos y entramos, con nuestra entrada nos dieron una consumisión gratis, con lo cual todo estaba saliendo como habíamos esperado. Nos sentamos con nuestras libretas y nuestros bolígrafos y empezamos a dibujar mientras hablábamos y apaciguábamos la espera. Casi sin darnos cuenta apareció a nuestro lado un hombre y una mujer que nos invitaron a bailar folk con ellos. Dijimos, obviamente, que no sabíamos bailar, que disfrutábamos viéndolos, pero insistieron y nos explicaron que esa noche era para aprender y que todo el mundo pudiera bailar con ellos.
Así que allí estábamos nosotras, a las once y media de la noche aprendiendo a bailar folk con unos desconocidos. Para mi sorpresa se me daba mejor de lo que creía y lo pillé rápido, al contrario que Laura, que seguía tropezando aun cuando la canción ya había acabado. Ambas estábamos lo suficientemente sorprendidas y avergonzadas como para volver a nuestro sitio pensando que ahí había acabado el asunto, pero no era así y nos sacaron a bailar dos o tres veces más. Los bailes eran cada vez más entretenidos y había cada vez más gente incluida. Ya habíamos pedido nuestras cervezas y nos habíamos sentado otra vez, para entonces Laura ya estaba algo cansada y se había centrado en dibujar. Yo, por el contrario, cerré la libreta, cogí la cámara y me quedé embobada viendo como bailaban lentas, rápidas, fados, folk francés y portugués, etc. Lo pasé tan bien bailando con ellos que no pude evitar acribillarlos a fotos, buscando siempre la foto perfecta. Me había rendido ya que no conseguía sacar la foto que quería, cuando se acercó el único chico joven y tan torpe como Laura y yo y me dijo que no podía seguir mirando de lejos, me cogió de la mano y me llevó a bailar una más. Laura me miraba desde el sitio y yo no podía creer que estuviera bailando otra vez. Acabó el baile y me besó la mano amablemente, me sonrió y yo decidí volver junto a Laura y acabarme la cerveza. Ya era la una y media y Laura estaba muy cansada debido a que no estaba durmiendo bien, así que teniendo en cuenta lo anciana que es, decidimos volver al albergue dando un pequeño paseo y comentando la jam session que acabó con nosotras bailando folk.
Llegamos y nos metimos en cama esperando que comenzase el día siguiente de una vez. Nos dormimos casi en el acto. Lamentablemente los alemanes decidieron que las siete de la mañana era la hora perfecta para volver de fiesta borrachos y haciendo todo el ruido posible, el cabreo que me pillé no tenía límites así que me dormí otra vez imaginando las distintas formas de venganza que podría usar al día siguiente. Tras un día inesperado y una noche tan divertida, no hay mejor cosa que dormirse tramando venganzas, los alemanes no sabían la guerra que acababan de comenzar.

martes, 13 de agosto de 2013

Diario de viaje: Oporto. (I)

Lunes. Día 1.
Laura y yo nos embarcamos en un viaje de una semana a Oporto y en contra de todo pronóstico, llegamos a tiempo a la estación de autobuses. Ya subiendo al autobús, nos encontramos con lo que nos acompañaría durante las cinco horas que nos quedaban para llegar a nuestro destino, el conductor del infierno. No sé si llevaba un palo metido en una zona delicada o si no había recibido buena atención de una mujer en su momento, pero fue de lo más borde y maleducado que se podía ser y nos tocó aguantar sus tonterías todo el camino.
Alrededor de las dos de la tarde (de España) una trágica noticia llega a nuestros oídos, no se puede comer en el autobús y la única parada para comer es nuestra parada. Terrible, nuestros estómagos empezaban a comerse a sí mismos y el futuro parecía incierto. Realmente sufrimos durante un momento, luego recordamos que en cualquier caso tampoco teníamos comida allí así que no íbamos a poder comer aunque estuviese permitido. De todos modos el hambre empezaba a acecharnos, lo que, sumado al cansancio de pasar tantas horas dentro de un autobús, estaba volviéndonos locas (más de lo habitual, claro).
Tras cantar, bailar, hablar casi a gritos, dar a luz a frases increíbles, tener conversaciones con y sin sentido e inventarnos teorías al respecto de todo lo que nos rodea, llegamos a Oporto. El bus agradeció nuestra parada, no solo por ser la parada para comer, sino también por ser la parada en la que las locas por fin se fueron. Nuestros relojes permanecían con la hora de España, así que llegamos sobre las cinco y media de aquí (una hora menos allí y en Canarias). Tras darnos cuenta de que por mucho que tuviéramos la dirección no sabíamos llegar al albergue, decidimos pillar un taxi que nos llevase sin perder el tiempo. Moríamos de ganas de dejarlo todo para poder ir a comer algo, y si podía ser algo con pollo mejor, porque me había entrado un antojo irracional de pollo.
Después de una vuelta turística inesperada de mano del taxista estafador de extranjeros, llegamos a nuestro albergue, hicimos el check-in y nos enteramos de que la primera noche la pasaríamos en una habitación individual donde compartiríamos cama, ya que había exceso de alojados. Encantadas con todo esto, nos dirigimos a la habitación, inspeccionamos todo, descubrimos que Ikea se había forrado a costa de este albergue y nos fuimos en busca de un lugar donde nos proporcionaran alimentos. Al salir cogimos un mapa para no acabar en Coruña otra vez y sin mirar nada nos dirigimos a donde se veían bares. Por lo general estaban todos alrededor de cinco o seis euros, pero nuestra ambición pudo con nosotras y decidimos que “podíamos hacerlo mejor”, con lo cual caminamos tres o cuatro calles más en busca de algo más barato. Debo puntualizar que con el paso de las calles entendimos el parentesco directo entre Vigo y Oporto, las cuestas infernales no se acababan nunca, y siempre había que subir, aun no sé como lo hacíamos.
Cansadas de tantas vueltas y con nuestros estómagos manteniendo una conversación entre ellos, nos paramos en un sitio que tenía el mismo precio de los anteriores, pero que parecía más suculento. En lo que esperábamos que nos atendieran vimos como el señor que estaba con su esposa a nuestro lado gritaba y se enfadaba con el pobre camarero que no parecía entender a qué venía tal bronca. A nosotras nos faltaban las palomitas para aquellas imágenes tan tensas cuando se nos acercó el pobre camarero compungido y sin poder mirarnos a la cara. Pedimos nuestros platos de pasta a la boloñesa y agua. Cuando trajeron nuestros platos no solo nos emocionamos por que por fin comeríamos, sino que además descubrimos que eran casi las seis y media de la tarde en España (y no, no decidimos cambiar nuestros relojes en todo el viaje). Eran las seis y media y nosotras estábamos empezando a comer, el viaje empezaba bien.
Comimos a gusto y casi sin hablar, cuando hay hambre no hay tiempo para hablar de nada. Después de comer decidimos volver al albergue a descansar nuestras barrigas y nuestras cabezas, tras tantas horas en bus, lo necesitábamos. Sin ayuda del mapa fui capaz de encontrar el camino de vuelta y el albergue, aunque Laura siempre se lo pasaba y yo tenía que llamarla para que se enterase de dónde era. Entramos en la habitación y cogí el mapa y mi libreta con intención de organizar y encontrar todo lo que queríamos ver, como futura lectora de mapas del viaje, necesitaba ordenar las cosas para no perdernos. Laura había empezado a dibujar y más tarde se me unió para hacer un plan del viaje y que nos diese tiempo a hacerlo todo. Para entonces ya habíamos cogido la cámara y habíamos empezado con la locura de las fotos.
Acabamos de organizarlo todo y mientras yo jugaba con la cámara Laura decidió echarme las cartas y descubrir con quien acabaría pasando el resto de mi vida. Debo decir que las cartas me putean y que no quiero volver a hacerlo nunca jamás (hasta la próxima vez que Laura quiera hacerlo, claro). Estuvimos en ello un rato, decidimos con quien acabaría Laura y con que famoso y famosa acabaríamos las dos. Todo muy divertido hasta que se nos terminó de ir la cabeza y le saque un par de fotos a la Virgen Laura, a la Laura sin cabeza y ella me sacó fotos a mi donde no se sabe si soy lista o una macarra, todo maravilloso. Con la tontería acabamos por dormirnos una hora más o menos y cuando nos desperté salimos a cenar y a dar una vuelta como reconocimiento de la zona, no solo de las calles, sino también de las personas. Daba comienzo la búsqueda de mujeres portuguesas guapas, nos habíamos propuesto romper el mito.
A mitad de camino descubrí que soy tan tonta y despistada como para dejar el mapa en el albergue, así que entre risas y tonterías anduvimos en modo aventura por los alrededores. Encontramos un lugar pequeñito donde comimos unas hamburguesas, mi antojo de pollo seguía sin ser saciado, pero no se podía hacer mucho más.
Durante la cena y viendo el camino que tomaban nuestras conversaciones inicié una lista de frases graciosas y sin sentido que soltábamos en conversaciones normales, frases que no escribiré aquí pero que quizá aparezcan de vez en cuando en Twitter. Además, y por alguna razón que no recuerdo ahora, empezamos a decir nombres de hombre con cada letra del abecedario y más tarde lo repetimos con nombres de mujer. Así ocupamos casi hora y media de charla, y tan entretenidas como con cualquier otra cosa. Como yo había pagado la comida, Laura pagaba la cena. Estábamos cenando dos o tres horas después de haber comido, definitivamente viajar da hambre y yo me vuelvo una gorda.
Tras la cena fuimos a dar un paseo y buscando como volver al albergue acabamos cruzando el río Douro porque el puente me había parecido una imagen preciosa y tuve la necesidad de sacar una foto (o muchas fotos). Laura no tuvo problema en darme mi capricho y cruzamos para ver que tal se estaba del otro lado, por un momento no supimos de que lado del río estábamos alojadas, ahora que lo pienso somos muy tontas, ya que en ningún momento habíamos cruzado el puente cuando fuimos a cenar, así que era imposible que nuestro albergue estuviera del otro lado. No sé como no lo pensamos antes.
El caso es que sacamos varias fotos y volvimos por donde habíamos venido, Laura temía que yo acabase de perder la cabeza y que llenase la cámara con fotos del mismo sitio. Sacamos nuestra primera foto juntas y decidimos ir volviendo. Seguíamos sin saber como volver así que para hacerlo fácil fuimos por la Ribeira y de paso nos deleitábamos con las vistas y con la cantidad de vida que se respiraba en esa zona. Nos paramos al lado del río donde empecé a plantearme cruzar el río a nado o robar un barco. Laura ya no quiso saciar estos caprichos y estuvimos discutiendo el tema un momento. En ello estábamos cuando se nos acercaron dos italianos en busca de información. Se ocupó mi dulce y rubia compañera de comunicarse con ellos, ya que yo no me fío de mi italiano. Ellos preguntaron por sitios donde salir de fiesta y nosotras no supimos contestarles, se marcharon decepcionados y nos giramos sin mayores respuestas que proporcionarles. Cuando nos dimos cuenta ellos ya no estaban y no se los veía por ningún lado, Laura hizo el amago de buscarlos, pero la frené en seco con intención de mantener el suspense. ¿Eran reales esos chicos? ¿Si les hubiéramos indicado un lugar para ir de fiesta se habrían convertido en hadas y nos habrían concedido deseos?... Ahora nunca lo sabremos...

Después de esto dimos por cerrada la noche y fuimos en busca del albergue. Para nuestra sorpresa habíamos estado todo el tiempo caminando alrededor de él, es lo que tiene olvidar el mapa en la habitación. Llegamos al albergue, pusimos el despertador con intención de ir a probar el desayuno gratis a la mañana siguiente y nos metimos en la cama. Nuestra misión seguía su camino, aun no habíamos encontrado portuguesas guapas pero era pronto para llegar a conclusiones precipitadas, además las extranjeras como nosotras subíamos en un 200% el nivel de belleza de la ciudad (cálculos aportados por Laura). Esa noche no solo dormimos bien, sino que además empezó el ataque de los mosquitos portugueses (y al decir esto vienen a mi mente imágenes de mosquitos con una sola ceja y bigote, un poco tópico, pero divertido de todos modos).

jueves, 25 de julio de 2013

La triste historia del limón que amaba al enchufe.

Llevaba años transmitiendo historias reales, ficticias e inventadas a niños y adultos, pero aquel día la historia me la contaron a mí. Era una historia tan trágica como increíble, y en contra de todo pronóstico, real. Era la triste historia del limón que amaba al enchufe.
El hombre limón era sencillo, trabajador y muy divertido, si te gusta su humor ácido. Tenía una rutina muy marcada que seguía cada día al pie de la letra. Se despertaba a las seis de la mañana y tomaba una ducha fría en el fregadero de la cocina de los Smith, desayunaba un zumo de naranja, se colocaba su corbata rosa, cogía su maletín y salía a trabajar. Su trabajo consistía en repartir el correo de las oficinas centrales de la verdulería, era un trabajo simple, pero él se lo tomaba muy en serio.
Un viernes que volvía cansado a casa después de un duro día de trabajo se fijó por primera vez en aquel rincón de la cocina. Parecía nuevo, diferente, olía distinto. Era maravilloso, tenía algo espectacular que él aun no sabía identificar, así que se acercó a aquel rincón con su maletín en la mano y cara de sorpresa. Al sentarse allí descubrió que a su lado había algo hermoso, demasiado hermoso como para ser cierto, y tuvo la tentación de acariciarlo, pero la timidez que le embargó le sonrojó las mejillas y le hizo salir corriendo.
Aquella noche no durmió al descubrir que se trataba de un enchufe y trazó lo que él creía que sería el plan perfecto para conquistar su amor y vivir juntos el resto de su vida. Salió por la mañana temprano y se puso su mejor corbata y su mejor sombrero, recogió unas flores del jardín de la señora Smith y se acercó, sonrojado y con la emoción pintada en la cara, esperando declararle su amor y ser correspondido. Por el camino, había imaginado toda una vida a su lado, él trabajando para mantener a sus hijos, pequeños enchufes y pequeños limones que estudiarían mucho y serían el orgullo de su madre enchufe.
Cuando llegó a aquel rincón su corazón se paralizó y las flores que con tanto mimo había recogido, cayeron al suelo. El tiempo se paró a su alrededor y la imagen de aquel cargador de móvil enchufado en su amada, quedó grabado en su mente para siempre. El hombre limón empezó a gritar y a llorar zumo de limón desconsoladamente, estaba desesperado y ni las mandarinas ni las cerezas supieron calmarlo. Esa misma noche, después de mucho penar y sufrir, supo cual debía ser el siguiente paso.
Cuando los Smith y todos sus vecinos de la nevera dormían, el hombre limón se acercó al exprimidor y lo encendió. En silencio subió al microondas y desde allí, donde podía ver a su amado enchufe con aquel cargador, se despidió llorando y saltó hacia el exprimidor, que le daría fin a su corta vida.

Este es el final de la terrible historia del hombre limón y su amor imposible. No sintáis pena por él, ahora es más feliz porque su zumo hizo felices a los niños de los Smith aquel verano. El enchufe no volvió a ser el mismo, pero continuó su pasional amor con aquel cargador que de vez en cuando lo visitaba.

Idea original y futuras ilustraciones: Jimi.

viernes, 19 de julio de 2013

Miedo

Resulta curioso cuando va todo bien. Bueno, no es que vaya todo bien, eso es imposible, pero el grueso de tu vida parece ir encaminada, parece que todo está encajando, que estás donde tienes que estar. Lo curioso realmente no es que todo vaya bien, eso tiene que pasar en algún momento, lo curioso es que cuando esto pasa, es cuando más miedo hay.
Es lo normal, supongo, ese miedo a que las cosas vayan mal no puede existir mientras las cosas van mal, en cambio, cuando todo va bien, es cuando reaparece ese miedo a que todo se vuelva a torcer y la paz desaparezca. Al fin y al cabo, sabemos que es una de cal y una de arena, no se puede pretender estar siempre bien. Como siempre digo, para que todo vaya bien, en algún momento tiene que ir mal. No sé si es una cuestión de equilibrio o simplemente es realismo. Pero es como debe de ser, no seríamos capaces de observar lo bueno de las cosas, si no hubiesen estado mal en algún momento, ¿no?
Me voy por las ramas... El caso es que de repente he sentido que estaba encaminada, que aunque no sabía a donde me estaba llevando, el camino era el adecuado y yo estaba donde debía, caminando al ritmo necesario para llegar a donde sea. Lo sé, todo muy poco específico, pero es difícil especificar cuando no tienes claro ni cómo, ni cuándo ha pasado, y menos a dónde te lleva todo lo que haces. Tan solo me embargó esa sensación de que lo estaba haciendo bien, de que no podía fallar.
Podéis imaginaros que esa sensación duro lo mismo que un hielo en pleno verano de Marruecos, poco y nada. La sensación sustituta llegó rauda y veloz. Y no es una sensación que me guste, me atrapa más a menudo de lo que me gustaría y se hace, a veces, casi imposible de eliminar. Se trata de esa sensación de que algo va a pasar, no sé si es bueno o malo, si es turbio o calmo, no lo sé. Es el simple hecho de que sé que va a suceder algo... Me siento como una loca escribiendo esto y tampoco sé exactamente como explicarlo, a ver si encuentro el modo.
Todo va bien, todo funciona, eres feliz, haces bromas, te hacen bromas... Te sientes vivo. Y de repente se hace una especie de nudo en el estómago, es una pesadez que cae sobre los hombros, es la idea de que algo va a pasar. Quizá es que esto me pasa solo a mí, quizá nos pasa a todos pero nadie lo dice. El caso es que me pasa, de repente siento que algo va a suceder y automáticamente entro en alerta permanente. Tampoco es como si desconfiara de todo y estuviera a la defensiva, más bien se convierte en eso, un miedo constante a nada en particular, a una sensación, a una idea.
Sueno ridícula... Me leo y me siento ridícula... Pero no os imagináis lo difícil que es a veces seguir como si nada con esta aura persiguiéndome a donde vaya, detrás de mi, dentro de mi cabeza. Es la mezcla de incertidumbre, de miedo, de ganas de seguir adelante, de sentirme atrapada en todo esto. Es que soy como un pájaro y en cuanto me siento un poco encerrada o agobiada necesito desaparecer de todo, escapar, cambiar de aires, de compañía y hasta de mi propio ser.

Supongo que será como casi siempre, que así como viene se va, que así como me atormenta un poco, luego decide abandonarme y dejarme libre para que disfrute un poco más. También puede suceder que esta vez tenga razón y algo se avecine... Solo espero que esta vez no me haga desaparecer, aun quiero continuar aquí un poco más.

jueves, 27 de junio de 2013

Estoy muy bien.

Estoy bien. Tengo una gran personalidad para compensar la altura. Y tengo muchísimo carácter, bastante más del que dejo (y dejaré) ver. No soy en quien se fijaría alguien de buenas a primeras, pero si se molestan en conocerme (que sé que cuesta) puedo asegurar que vale la pena. Estoy bien, hasta podría decir que estoy de puta madre. Creo que me gusto a mí misma. No me enamoro, ni me encanto. Pero empiezo a gustarme.

Tantas manías y tantos defectos que tengo. Pero sé que valgo la pena, que no soy una cualquiera, que no soy menos que nadie. Sé que soy responsable y hasta algo divertida. Quizá no sea lo más gracioso de este mundo, pero aun puedo hacer reír a mi madre y a mi hermana, y con eso me vale. Tengo buen humor, no siempre, está claro, pero lo voy mejorando y procuro estar de buen humor y ser más comprensiva. Sé que soy pesimista... MUY pesimista. Pero también sé que puedo poner el punto positivo cuando alguien lo necesita, porque muchas veces solo necesitamos que nos muestren el otro lado de las cosas, y eso puedo hacerlo.

Me cuesta relacionarme, es verdad, y me da vergüenza el 90% de las cosas que hago, pienso o digo. Pero cuando me acerco a alguien y me muestro tal y como soy, no me separo ni me alejo tan fácilmente. Soy, tal vez, como una especie de cervatillo asustado, que tienes que estar callado para que se acerque solo y puedas verlo en todo su esplendor. Si actúas con cautela, me tendrás muy cerca siempre que quieras y podrás verme como soy en realidad, sin todas esas capas. Queda mal que lo diga yo, pero creo que vale la pena la espera y el intento, nunca voy a dejar tirado a alguien si no creo que se lo merezca. Y hasta cuando se lo merecen suelo ser un poco buena de más y ayudar. Estoy muy bien. No tengo el mejor cuerpo del mundo, físicamente dejo un poco que desear, no soy el prototipo de chica, ni mucho menos. Pero puedo sacarme partido, creo. Y siempre hay un roto para un descosido, así que siempre habrá algún cegato que opine lo contrario y sea en mí en quien se fije.

Entonces, si sé todo esto y sé que estoy muy bien, ¿por qué sigo haciendo las comparaciones menos pertinentes y sigo teniendo esta autoestima que va a ras de suelo siempre? Esa necesidad absurda de torturarme a mí misma, viendo fotos e interesándome por alguien que, sin quererlo, mi cerebro convierte en lo mejor que pueda existir. Y ahí empiezan las comparaciones y los deseos de ser quien no soy, solo porque ser otro parece mejor. Si sé todo esto, ¿no debería pensar distinto y dejar de torturarme? Al final parece que no acaba nunca, soy mi peor enemiga y lo seré siempre, no tengo descanso.

domingo, 2 de junio de 2013

Tengo mis manías y mis cosas raras, como todo el mundo.

No soporto que me toquen los pies, rara vez hago una excepción con respecto a ello, siéntete afortunado si alguna vez deje de forma voluntaria que me tocaras los pies. No se expresarme correctamente con la voz, creo que aquella persona que es capaz de contar cosas y decir lo que siente con las palabras adecuadas y a la persona adecuada es privilegiada, porque no todos sabemos como hacerlo y a veces es frustrante. A veces creo que ni siquiera sé como expresarme en papel, que mi caos no se puede plasmar así como así y que hacen falta un par de expertos para descifrar el jeroglífico que represento.
Prefiero un lápiz a un bolígrafo o un rotulador. Adoro tener que afilar un lápiz y el olor que te deja en la mano la madera, la facilidad para eliminar cualquier cosa mal escrita o aquello que te arrepientes de haber escrito con el simple hecho de frotar una goma es magnífico, siempre es mejor poder borrar que tener que tachar o cubrir con tinta blanca para disimular el error.
No sé reaccionar ante mí misma. Me despisto con mis cambios y evoluciones y me siento ridícula sintiendo cosas o pensando cosas. No tengo claro como debo actuar conmigo misma, nunca he tenido claro como responder ante mis propios actos, pensamientos o sentimientos. Muchas veces soy un enigma hasta para mí. Es como cuando te preguntan qué piensas o qué quieres decir y no sabes exactamente que responder, se te agolpan las palabras en la boca y al final solo sueltas un “nada” como respuesta, como si esa nada englobara todo tu ser, como si esa palabra tan corta y tan desmesurada a la vez, fuera capaz de representarte en todo tu ser, cuando en realidad sabes que no es así, que esa palabra no puede ser tú, porque tú no eres “nada”, porque en tu cabeza hay demasiadas cosas como para poder ser descritas con un “nada”. Y sin embargo respondes “nada”.
No estoy segura del todo de que eso realmente le pase a alguien además de a mí. Es más, es que no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero mi cabeza, por alguna razón, lo ha relacionado. A eso me refiero, a que soy del tipo de personas que relacionan dos hechos completamente aislados y los unen en un solo párrafo creyendo que esa unión tiene todo el sentido del mundo, porque realmente creo que tiene sentido, pero aun no sé por qué, ni a que nivel tiene sentido que haya unido ambas cosas.
Si me preguntas qué quiero comer, el 98% de las veces responderé que quiero pasta. Me da igual el tipo, me da igual la salsa o el acompañamiento, pero siempre que se me pregunte me apetecerá pasta, rara vez pido otra cosa. Viviría a base pasta, con todo tipo de salsas y siempre mucho queso acompañando. Porque esa es la otra, he desarrollado una adicción muy rara al queso. Si se le puede poner queso, me lo como... Aunque seguramente me coma el queso y deje el resto. Supongo que para compensar que no como jamón, pues como el doble de queso.
Bailo con todo tipo de música y en cualquier parte, me cuesta mucho quedarme quieta cuando escucho algo de música, pero me da mucha vergüenza que me vean bailar y moverme, solo lo hago si alguien me acompaña o si estoy rodeada de gente y paso desapercibida.
Me enamoran los músicos solo por ser músicos, creo que es porque no tengo habilidad para la música, mi oído es mediocre y el hablar de mi coordinación se lo dejo a mis numerosas caídas y a mis tropiezos con mis propios pies. Uno siempre se fija en aquello que los demás hacen y uno no sabe hacer o en aquello que otros tienen y uno no. Nos sentimos atraídos o repudiados por ello, dependiendo del nivel de envidia que nos provoque. En mi caso suelo sentirme atraída por esas cosas. Me gustan las personas altas, los músicos, aquellas personas que dibujan bien, las mujeres con bonitas formas y muchas curvas, las mujeres con voz suave y los hombres con voz grave... Aquello de lo que carezco es lo que más atractivo me resulta normalmente.
Tengo una debilidad por los niños pequeños que nunca reconoceré en voz alta y que se suele acabar en cuanto tengo que pasar mucho tiempo con alguno. Mi paciencia es limitada y cuando los niños no quieren escuchar, gritan o lloran mucho me dan ganas de enseñar por mis métodos más violentos. Por suerte no estoy con niños habitualmente y aun puedo disimular todo esto viéndolos de lejos y diciendo “aaaaawwwww... que lindos!”

Tengo mis manías y mis cosas raras, como todo el mundo. Y como todo el mundo, creo que las mías son especiales y excepcionales aunque no lo sean.

Nota: No he revisado el texto antes de publicarlo. Lamento las posibles erratas, pero tengo demasiado sueño. Gracias ;)

domingo, 12 de mayo de 2013

Siempre he querido...


  1. Abrir la puerta de un taxi, meter una mochila dentro, gritar "rápido, al hospital!", cerrar la puerta y salir corriendo. (Sí sí, dejar solo la mochila dentro).
  2. Conocer a un famoso y decirle: "Sí, claro, te firmaré un autógrafo... os amo a todos y cada uno de mis fans".
  3. Poder viajar donde quiera, cuando quiera y todo el tiempo que quiera.
  4. Trabajar en una biblioteca o una librería, que solo por poder disfrutar del olor a libro cada mañana, ya valdría la pena.
  5. Estar en un concierto y que me dediquen una canción.
  6. Ganar un premio importante y al recibirlo decir: "Quiero agradecérmelo a mí, porque sin mí esto no habría sido posible". Y acto seguido abrazarme.
  7. Subirme a un tren sin mirar el destino y bajarme en la última estación.
  8. Ser única.
  9. Tener patos, un dragón de Komodo, un hipopótamo, al perro más feo del mundo, gatos negros, camaleones... etc, etc, etc.
  10. Poder decir que he dejado huella en algún ámbito, que he hecho historia.

sábado, 11 de mayo de 2013

Mi cuento favorito: El patito feo.

Hoy me apetece compartir aquí el que ha sido siempre mi cuento favorito. Resulta bastante obvio de dónde sale mi obsesión por los patos o desde cuándo la tengo porque mi cuento favorito de siempre ha sido El patito feo. A día de hoy sigo queriendo conseguir el cuento original en papel, para poder sentirlo por completo y leerlo una y otra vez, pero a falta de ello, voy a dejar aquí la reproducción del mismo que he encontrado en una página de internet. 

El Patito Feo - Hans Christian Andersen

¡Qué lindos eran los días de verano! ¡Qué agradable resultaba pasear por el campo y ver el trigo amarillo, la verde avena y las parvas de heno apilado en las llanuras! Sobre sus largas patas rojas iba la cigüeña junto a algunos flamencos, que se paraban un rato sobre cada pata. Sí, era realmente encantador estar en el campo.
Bañada de sol se alzaba allí una vieja mansión solariega a la que rodeaba un profundo foso; desde sus paredes hasta el borde del agua crecían unas plantas de hojas gigantescas, las mayores de las cuales eran lo suficientemente grandes para que un niño pequeño pudiese pararse debajo de ellas. Aquel lugar resultaba tan enmarañado y agreste como el más denso de los bosques, y era allí donde cierta pata había hecho su nido. Ya era tiempo de sobra para que naciesen los patitos, pero se demoraban tanto, que la mamá comenzaba a perder la paciencia, pues casi nadie venía a visitarla.

Al fin los huevos se abrieron uno tras otro. “¡Pip, pip!”, decían los patitos conforme iban asomando sus cabezas a través del cascarón.

-¡Cuac, cuac! -dijo la mamá pata, y todos los patitos se apresuraron a salir tan rápido como pudieron, dedicándose enseguida a escudriñar entre las verdes hojas. La mamá los dejó hacer, pues el verde es muy bueno para los ojos.

-¡Oh, qué grande es el mundo! -dijeron los patitos. Y ciertamente disponían de un espacio mayor que el que tenían dentro del huevo.

-¿Creen acaso que esto es el mundo entero? -preguntó la pata-. Pues sepan que se extiende mucho más allá del jardín, hasta el prado mismo del pastor, aunque yo nunca me he alejado tanto. Bueno, espero que ya estén todos -agregó, levantándose del nido-. ¡Ah, pero si todavía falta el más grande! ¿Cuánto tardará aún? No puedo entretenerme con él mucho tiempo.

Y fue a sentarse de nuevo en su sitio.

-¡Vaya, vaya! ¿Cómo anda eso? -preguntó una pata vieja que venía de visita.

-Ya no queda más que este huevo, pero tarda tanto… -dijo la pata echada-. No hay forma de que rompa. Pero fíjate en los otros, y dime si no son los patitos más lindos que se hayan visto nunca. Todos se parecen a su padre, el muy bandido. ¿Por qué no vendrá a verme?

-Déjame echar un vistazo a ese huevo que no acaba de romper -dijo la anciana-. Te apuesto a que es un huevo de pava. Así fue como me engatusaron cierta vez a mí. ¡El trabajo que me dieron aquellos pavitos! ¡Imagínate! Le tenían miedo al agua y no había forma de hacerlos entrar en ella. Yo graznaba y los picoteaba, pero de nada me servía… Pero, vamos a ver ese huevo…

-Creo que me quedaré sobre él un ratito aún -dijo la pata-. He estado tanto tiempo aquí sentada, que un poco más no me hará daño.

-Como quieras -dijo la pata vieja, y se alejó contoneándose.

Por fin se rompió el huevo. “¡Pip, pip!”, dijo el pequeño, volcándose del cascarón. La pata vio lo grande y feo que era, y exclamó:

-¡Dios mío, qué patito tan enorme! No se parece a ninguno de los otros. Y, sin embargo, me atrevo a asegurar que no es ningún crío de pavos.

Al otro día hizo un tiempo maravilloso. El sol resplandecía en las verdes hojas gigantescas. La mamá pata se acercó al foso con toda su familia y, ¡plaf!, saltó al agua.

-¡Cuac, cuac! -llamaba. Y uno tras otro los patitos se fueron abalanzando tras ella. El agua se cerraba sobre sus cabezas, pero enseguida resurgían flotando magníficamente. Movíanse sus patas sin el menor esfuerzo, y a poco estuvieron todos en el agua. Hasta el patito feo y gris nadaba con los otros.

-No es un pavo, por cierto -dijo la pata-. Fíjense en la elegancia con que nada, y en lo derecho que se mantiene. Sin duda que es uno de mis pequeñitos. Y si uno lo mira bien, se da cuenta enseguida de que es realmente muy guapo. ¡Cuac, cuac! Vamos, vengan conmigo y déjenme enseñarles el mundo y presentarlos al corral entero. Pero no se separen mucho de mí, no sea que los pisoteen. Y anden con los ojos muy abiertos, por si viene el gato.

Y con esto se encaminaron al corral. Había allí un escándalo espantoso, pues dos familias se estaban peleando por una cabeza de anguila, que, a fin de cuentas, fue a parar al estómago del gato.

-¡Vean! ¡Así anda el mundo! -dijo la mamá relamiéndose el pico, pues también a ella la entusiasmaban las cabezas de anguila-. ¡A ver! ¿Qué pasa con esas piernas? Anden ligeros y no dejen de hacerle una bonita reverencia a esa anciana pata que está allí. Es la más fina de todos nosotros. Tiene en las venas sangre española; por eso es tan regordeta. Fíjense, además, en que lleva una cinta roja atada a una pierna: es la más alta distinción que se puede alcanzar. Es tanto como decir que nadie piensa en deshacerse de ella, y que deben respetarla todos, los animales y los hombres. ¡Anímense y no metan los dedos hacia adentro! Los patitos bien educados los sacan hacia afuera, como mamá y papá… Eso es. Ahora hagan una reverencia y digan ¡cuac!

Todos obedecieron, pero los otros patos que estaban allí los miraron con desprecio y exclamaron en alta voz:

-¡Vaya! ¡Como si ya no fuésemos bastantes! Ahora tendremos que rozarnos también con esa gentuza. ¡Uf!… ¡Qué patito tan feo! No podemos soportarlo.

Y uno de los patos salió enseguida corriendo y le dio un picotazo en el cuello.

-¡Déjenlo tranquilo! -dijo la mamá-. No le está haciendo daño a nadie.

-Sí, pero es tan desgarbado y extraño -dijo el que lo había picoteado-, que no quedará más remedio que despachurrarlo.

-¡Qué lindos niños tienes, muchacha! -dijo la vieja pata de la cinta roja-. Todos son muy hermosos, excepto uno, al que le noto algo raro. Me gustaría que pudieras hacerlo de nuevo.

-Eso ni pensarlo, señora -dijo la mamá de los patitos-. No es hermoso, pero tiene muy buen carácter y nada tan bien como los otros, y me atrevería a decir que hasta un poco mejor. Espero que tome mejor aspecto cuando crezca y que, con el tiempo, no se le vea tan grande. Estuvo dentro del cascarón más de lo necesario, por eso no salió tan bello como los otros.

Y con el pico le acarició el cuello y le alisó las plumas.

-De todos modos, es macho y no importa tanto -añadió-, Estoy segura de que será muy fuerte y se abrirá camino en la vida.

-Estos otros patitos son encantadores -dijo la vieja pata-. Quiero que se sientan como en su casa. Y si por casualidad encuentran algo así como una cabeza de anguila, pueden traérmela sin pena.

Con esta invitación todos se sintieron allí a sus anchas. Pero el pobre patito que había salido el último del cascarón, y que tan feo les parecía a todos, no recibió más que picotazos, empujones y burlas, lo mismo de los patos que de las gallinas.

-¡Qué feo es! -decían.

Y el pavo, que había nacido con las espuelas puestas y que se consideraba por ello casi un emperador, infló sus plumas como un barco a toda vela y se le fue encima con un cacareo, tan estrepitoso que toda la cara se le puso roja. El pobre patito no sabía dónde meterse. Sentíase terriblemente abatido, por ser tan feo y porque todo el mundo se burlaba de él en el corral.

Así pasó el primer día. En los días siguientes, las cosas fueron de mal en peor. El pobre patito se vio acosado por todos. Incluso sus hermanos y hermanas lo maltrataban de vez en cuando y le decían:

-¡Ojalá te agarre el gato, grandulón!

Hasta su misma mamá deseaba que estuviese lejos del corral. Los patos lo pellizcaban, las gallinas lo picoteaban y, un día, la muchacha que traía la comida a las aves le asestó un puntapié.

Entonces el patito huyó del corral. De un revuelo saltó por encima de la cerca, con gran susto de los pajaritos que estaban en los arbustos, que se echaron a volar por los aires.

“¡Es porque soy tan feo!” pensó el patito, cerrando los ojos. Pero así y todo siguió corriendo hasta que, por fin, llegó a los grandes pantanos donde viven los patos salvajes, y allí se pasó toda la noche abrumado de cansancio y tristeza.

A la mañana siguiente, los patos salvajes remontaron el vuelo y miraron a su nuevo compañero.

-¿Y tú qué cosa eres? -le preguntaron, mientras el patito les hacía reverencias en todas direcciones, lo mejor que sabía.

-¡Eres más feo que un espantapájaros! -dijeron los patos salvajes-. Pero eso no importa, con tal que no quieras casarte con una de nuestras hermanas.

¡Pobre patito! Ni soñaba él con el matrimonio. Sólo quería que lo dejasen estar tranquilo entre los juncos y tomar un poquito de agua del pantano.

Unos días más tarde aparecieron por allí dos gansos salvajes. No hacía mucho que habían dejado el nido: por eso eran tan impertinentes.

-Mira, muchacho -comenzaron diciéndole-, eres tan feo que nos caes simpático. ¿Quieres emigrar con nosotros? No muy lejos, en otro pantano, viven unas gansitas salvajes muy presentables, todas solteras, que saben graznar espléndidamente. Es la oportunidad de tu vida, feo y todo como eres.

-¡Bang, bang! -se escuchó en ese instante por encima de ellos, y los dos gansos cayeron muertos entre los juncos, tiñendo el agua con su sangre. Al eco de nuevos disparos se alzaron del pantano las bandadas de gansos salvajes, con lo que menudearon los tiros. Se había organizado una importante cacería y los tiradores rodeaban los pantanos; algunos hasta se habían sentado en las ramas de los árboles que se extendían sobre los juncos. Nubes de humo azul se esparcieron por el oscuro boscaje, y fueron a perderse lejos, sobre el agua.

Los perros de caza aparecieron chapaleando entre el agua, y, a su avance, doblándose aquí y allá las cañas y los juncos. Aquello aterrorizó al pobre patito feo, que ya se disponía a ocultar la cabeza bajo el ala cuando apareció junto a él un enorme y espantoso perro: la lengua le colgaba fuera de la boca y sus ojos miraban con brillo temible. Le acercó el hocico, le enseñó sus agudos dientes, y de pronto… ¡plaf!… ¡allá se fue otra vez sin tocarlo!

El patito dio un suspiro de alivio.

-Por suerte soy tan feo que ni los perros tienen ganas de comerme -se dijo. Y se tendió allí muy quieto, mientras los perdigones repiqueteaban sobre los juncos, y las descargas, una tras otra, atronaban los aires.
Era muy tarde cuando las cosas se calmaron, y aún entonces el pobre no se atrevía a levantarse. Esperó todavía varias horas antes de arriesgarse a echar un vistazo, y, en cuanto lo hizo, enseguida se escapó de los pantanos tan rápido como pudo. Echó a correr por campos y praderas; pero hacía tanto viento, que le costaba no poco trabajo mantenerse sobre sus pies.

Hacia el crepúsculo llegó a una pobre cabaña campesina. Se sentía en tan mal estado que no sabía de qué parte caerse, y, en la duda, permanecía de pie. El viento soplaba tan ferozmente alrededor del patito que éste tuvo que sentarse sobre su propia cola, para no ser arrastrado. En eso notó que una de las bisagras de la puerta se había caído, y que la hoja colgaba con una inclinación tal que le sería fácil filtrarse por la estrecha abertura. Y así lo hizo.

En la cabaña vivía una anciana con su gato y su gallina. El gato, a quien la anciana llamaba “Hijito”, sabía arquear el lomo y ronronear; hasta era capaz de echar chispas si lo frotaban a contrapelo. La gallina tenía unas patas tan cortas que le habían puesto por nombre “Chiquitita Piernascortas”. Era una gran ponedora y la anciana la quería como a su propia hija.

Cuando llegó la mañana, el gato y la gallina no tardaron en descubrir al extraño patito. El gato lo saludó ronroneando y la gallina con su cacareo.

-Pero, ¿qué pasa? -preguntó la vieja, mirando a su alrededor. No andaba muy bien de la vista, así que se creyó que el patito feo era una pata regordeta que se había perdido-. ¡Qué suerte! -dijo-. Ahora tendremos huevos de pata. ¡Con tal que no sea macho! Le daremos unos días de prueba.

Así que al patito le dieron tres semanas de plazo para poner, al término de las cuales, por supuesto, no había ni rastros de huevo. Ahora bien, en aquella casa el gato era el dueño y la gallina la dueña, y siempre que hablaban de sí mismos solían decir: “nosotros y el mundo”, porque opinaban que ellos solos formaban la mitad del mundo , y lo que es más, la mitad más importante. Al patito le parecía que sobre esto podía haber otras opiniones, pero la gallina ni siquiera quiso oírlo.

-¿Puedes poner huevos? -le preguntó.

-No.

-Pues entonces, ¡cállate!

Y el gato le preguntó:

-¿Puedes arquear el lomo, o ronronear, o echar chispas?

-No.

-Pues entonces, guárdate tus opiniones cuando hablan las personas sensatas.

Con lo que el patito fue a sentarse en un rincón, muy desanimado. Pero de pronto recordó el aire fresco y el sol, y sintió una nostalgia tan grande de irse a nadar en el agua que -¡no pudo evitarlo!- fue y se lo contó a la gallina.

-¡Vamos! ¿Qué te pasa? -le dijo ella-. Bien se ve que no tienes nada que hacer; por eso piensas tantas tonterías. Te las sacudirías muy pronto si te dedicaras a poner huevos o a ronronear.

-¡Pero es tan sabroso nadar en el agua! -dijo el patito feo-. ¡Tan sabroso zambullir la cabeza y bucear hasta el mismo fondo!

-Sí, muy agradable -dijo la gallina-. Me parece que te has vuelto loco. Pregúntale al gato, ¡no hay nadie tan listo como él! ¡Pregúntale a nuestra vieja ama, la mujer más sabia del mundo! ¿Crees que a ella le gusta nadar y zambullirse?

-No me comprendes -dijo el patito.

-Pues si yo no te comprendo, me gustaría saber quién podrá comprenderte. De seguro que no pretenderás ser más sabio que el gato y la señora, para no mencionarme a mí misma. ¡No seas tonto, muchacho! ¿No te has encontrado un cuarto cálido y confortable, donde te hacen compañía quienes pueden enseñarte? Pero no eres más que un tonto, y a nadie le hace gracia tenerte aquí. Te doy mi palabra de que si te digo cosas desagradables es por tu propio bien: sólo los buenos amigos nos dicen las verdades. Haz ahora tu parte y aprende a poner huevos o a ronronear y echar chispas.

-Creo que me voy a recorrer el ancho mundo -dijo el patito.

-Sí, vete -dijo la gallina.

Y así fue como el patito se marchó. Nadó y se zambulló; pero ningún ser viviente quería tratarse con él por lo feo que era.

Pronto llegó el otoño. Las hojas en el bosque se tornaron amarillas o pardas; el viento las arrancó y las hizo girar en remolinos, y los cielos tomaron un aspecto hosco y frío. Las nubes colgaban bajas, cargadas de granizo y nieve, y el cuervo, que solía posarse en la tapia, graznaba “¡cau, cau!”, de frío que tenía. Sólo de pensarlo le daban a uno escalofríos. Sí, el pobre patito feo no lo estaba pasando muy bien.

Cierta tarde, mientras el sol se ponía en un maravilloso crepúsculo, emergió de entre los arbustos una bandada de grandes y hermosas aves. El patito no había visto nunca unos animales tan espléndidos. Eran de una blancura resplandeciente, y tenían largos y esbeltos cuellos. Eran cisnes. A la vez que lanzaban un fantástico grito, extendieron sus largas, sus magníficas alas, y remontaron el vuelo, alejándose de aquel frío hacia los lagos abiertos y las tierras cálidas.

Se elevaron muy alto, muy alto, allá entre los aires, y el patito feo se sintió lleno de una rara inquietud. Comenzó a dar vueltas y vueltas en el agua lo mismo que una rueda, estirando el cuello en la dirección que seguían, que él mismo se asustó al oírlo. ¡Ah, jamás podría olvidar aquellos hermosos y afortunados pájaros! En cuanto los perdió de vista, se sumergió derecho hasta el fondo, y se hallaba como fuera de sí cuando regresó a la superficie. No tenía idea de cuál podría ser el nombre de aquellas aves, ni de adónde se dirigían, y, sin embargo, eran más importantes para él que todas las que había conocido hasta entonces. No las envidiaba en modo alguno: ¿cómo se atrevería siquiera a soñar que aquel esplendor pudiera pertenecerle? Ya se daría por satisfecho con que los patos lo tolerasen, ¡pobre criatura estrafalaria que era!

¡Cuán frío se presentaba aquel invierno! El patito se veía forzado a nadar incesantemente para impedir que el agua se congelase en torno suyo. Pero cada noche el hueco en que nadaba se hacía más y más pequeño. Vino luego una helada tan fuerte, que el patito, para que el agua no se cerrase definitivamente, ya tenía que mover las patas todo el tiempo en el hielo crujiente. Por fin, debilitado por el esfuerzo, quedose muy quieto y comenzó a congelarse rápidamente sobre el hielo.

A la mañana siguiente, muy temprano, lo encontró un campesino. Rompió el hielo con uno de sus zuecos de madera, lo recogió y lo llevó a casa, donde su mujer se encargó de revivirlo.

Los niños querían jugar con él, pero el patito feo tenía terror de sus travesuras y, con el miedo, fue a meterse revoloteando en la paila de la leche, que se derramó por todo el piso. Gritó la mujer y dio unas palmadas en el aire, y él, más asustado, metiose de un vuelo en el barril de la mantequilla, y desde allí lanzose de cabeza al cajón de la harina, de donde salió hecho una lástima. ¡Había que verlo! Chillaba la mujer y quería darle con la escoba, y los niños tropezaban unos con otros tratando de echarle mano. ¡Cómo gritaban y se reían! Fue una suerte que la puerta estuviese abierta. El patito se precipitó afuera, entre los arbustos, y se hundió, atolondrado, entre la nieve recién caída.

Pero sería demasiado cruel describir todas las miserias y trabajos que el patito tuvo que pasar durante aquel crudo invierno. Había buscado refugio entre los juncos cuando las alondras comenzaron a cantar y el sol a calentar de nuevo: llegaba la hermosa primavera.

Entonces, de repente, probó sus alas: el zumbido que hicieron fue mucho más fuerte que otras veces, y lo arrastraron rápidamente a lo alto. Casi sin darse cuenta, se halló en un vasto jardín con manzanos en flor y fragantes lilas, que colgaban de las verdes ramas sobre un sinuoso arroyo. ¡Oh, qué agradable era estar allí, en la frescura de la primavera! Y en eso surgieron frente a él de la espesura tres hermosos cisnes blancos, rizando sus plumas y dejándose llevar con suavidad por la corriente. El patito feo reconoció a aquellas espléndidas criaturas que una vez había visto levantar el vuelo, y se sintió sobrecogido por un extraño sentimiento de melancolía.

-¡Volaré hasta esas regias aves! -se dijo-. Me darán de picotazos hasta matarme, por haberme atrevido, feo como soy, a aproximarme a ellas. Pero, ¡qué importa! Mejor es que ellas me maten, a sufrir los pellizcos de los patos, los picotazos de las gallinas, los golpes de la muchacha que cuida las aves y los rigores del invierno.

Y así, voló hasta el agua y nadó hacia los hermosos cisnes. En cuanto lo vieron, se le acercaron con las plumas encrespadas.

-¡Sí, mátenme, mátenme! -gritó la desventurada criatura, inclinando la cabeza hacia el agua en espera de la muerte. Pero, ¿qué es lo que vio allí en la límpida corriente? ¡Era un reflejo de sí mismo, pero no ya el reflejo de un pájaro torpe y gris, feo y repugnante, no, sino el reflejo de un cisne!

Poco importa que se nazca en el corral de los patos, siempre que uno salga de un huevo de cisne. Se sentía realmente feliz de haber pasado tantos trabajos y desgracias, pues esto lo ayudaba a apreciar mejor la alegría y la belleza que le esperaban. Y los tres cisnes nadaban y nadaban a su alrededor y lo acariciaban con sus picos.

En el jardín habían entrado unos niños que lanzaban al agua pedazos de pan y semillas. El más pequeño exclamó:

-¡Ahí va un nuevo cisne!

Y los otros niños corearon con gritos de alegría:

-¡Sí, hay un cisne nuevo!

Y batieron palmas y bailaron, y corrieron a buscar a sus padres. Había pedacitos de pan y de pasteles en el agua, y todo el mundo decía:

-¡El nuevo es el más hermoso! ¡Qué joven y esbelto es!

Y los cisnes viejos se inclinaron ante él. Esto lo llenó de timidez, y escondió la cabeza bajo el ala, sin que supiese explicarse la razón. Era muy, pero muy feliz, aunque no había en él ni una pizca de orgullo, pues este no cabe en los corazones bondadosos. Y mientras recordaba los desprecios y humillaciones del pasado, oía cómo todos decían ahora que era el más hermoso de los cisnes. Las lilas inclinaron sus ramas ante él, bajándolas hasta el agua misma, y los rayos del sol eran cálidos y amables. Rizó entonces sus alas, alzó el esbelto cuello y se alegró desde lo hondo de su corazón:

-Jamás soñé que podría haber tanta felicidad, allá en los tiempos en que era sólo un patito feo.