martes, 13 de agosto de 2013

Diario de viaje: Oporto. (I)

Lunes. Día 1.
Laura y yo nos embarcamos en un viaje de una semana a Oporto y en contra de todo pronóstico, llegamos a tiempo a la estación de autobuses. Ya subiendo al autobús, nos encontramos con lo que nos acompañaría durante las cinco horas que nos quedaban para llegar a nuestro destino, el conductor del infierno. No sé si llevaba un palo metido en una zona delicada o si no había recibido buena atención de una mujer en su momento, pero fue de lo más borde y maleducado que se podía ser y nos tocó aguantar sus tonterías todo el camino.
Alrededor de las dos de la tarde (de España) una trágica noticia llega a nuestros oídos, no se puede comer en el autobús y la única parada para comer es nuestra parada. Terrible, nuestros estómagos empezaban a comerse a sí mismos y el futuro parecía incierto. Realmente sufrimos durante un momento, luego recordamos que en cualquier caso tampoco teníamos comida allí así que no íbamos a poder comer aunque estuviese permitido. De todos modos el hambre empezaba a acecharnos, lo que, sumado al cansancio de pasar tantas horas dentro de un autobús, estaba volviéndonos locas (más de lo habitual, claro).
Tras cantar, bailar, hablar casi a gritos, dar a luz a frases increíbles, tener conversaciones con y sin sentido e inventarnos teorías al respecto de todo lo que nos rodea, llegamos a Oporto. El bus agradeció nuestra parada, no solo por ser la parada para comer, sino también por ser la parada en la que las locas por fin se fueron. Nuestros relojes permanecían con la hora de España, así que llegamos sobre las cinco y media de aquí (una hora menos allí y en Canarias). Tras darnos cuenta de que por mucho que tuviéramos la dirección no sabíamos llegar al albergue, decidimos pillar un taxi que nos llevase sin perder el tiempo. Moríamos de ganas de dejarlo todo para poder ir a comer algo, y si podía ser algo con pollo mejor, porque me había entrado un antojo irracional de pollo.
Después de una vuelta turística inesperada de mano del taxista estafador de extranjeros, llegamos a nuestro albergue, hicimos el check-in y nos enteramos de que la primera noche la pasaríamos en una habitación individual donde compartiríamos cama, ya que había exceso de alojados. Encantadas con todo esto, nos dirigimos a la habitación, inspeccionamos todo, descubrimos que Ikea se había forrado a costa de este albergue y nos fuimos en busca de un lugar donde nos proporcionaran alimentos. Al salir cogimos un mapa para no acabar en Coruña otra vez y sin mirar nada nos dirigimos a donde se veían bares. Por lo general estaban todos alrededor de cinco o seis euros, pero nuestra ambición pudo con nosotras y decidimos que “podíamos hacerlo mejor”, con lo cual caminamos tres o cuatro calles más en busca de algo más barato. Debo puntualizar que con el paso de las calles entendimos el parentesco directo entre Vigo y Oporto, las cuestas infernales no se acababan nunca, y siempre había que subir, aun no sé como lo hacíamos.
Cansadas de tantas vueltas y con nuestros estómagos manteniendo una conversación entre ellos, nos paramos en un sitio que tenía el mismo precio de los anteriores, pero que parecía más suculento. En lo que esperábamos que nos atendieran vimos como el señor que estaba con su esposa a nuestro lado gritaba y se enfadaba con el pobre camarero que no parecía entender a qué venía tal bronca. A nosotras nos faltaban las palomitas para aquellas imágenes tan tensas cuando se nos acercó el pobre camarero compungido y sin poder mirarnos a la cara. Pedimos nuestros platos de pasta a la boloñesa y agua. Cuando trajeron nuestros platos no solo nos emocionamos por que por fin comeríamos, sino que además descubrimos que eran casi las seis y media de la tarde en España (y no, no decidimos cambiar nuestros relojes en todo el viaje). Eran las seis y media y nosotras estábamos empezando a comer, el viaje empezaba bien.
Comimos a gusto y casi sin hablar, cuando hay hambre no hay tiempo para hablar de nada. Después de comer decidimos volver al albergue a descansar nuestras barrigas y nuestras cabezas, tras tantas horas en bus, lo necesitábamos. Sin ayuda del mapa fui capaz de encontrar el camino de vuelta y el albergue, aunque Laura siempre se lo pasaba y yo tenía que llamarla para que se enterase de dónde era. Entramos en la habitación y cogí el mapa y mi libreta con intención de organizar y encontrar todo lo que queríamos ver, como futura lectora de mapas del viaje, necesitaba ordenar las cosas para no perdernos. Laura había empezado a dibujar y más tarde se me unió para hacer un plan del viaje y que nos diese tiempo a hacerlo todo. Para entonces ya habíamos cogido la cámara y habíamos empezado con la locura de las fotos.
Acabamos de organizarlo todo y mientras yo jugaba con la cámara Laura decidió echarme las cartas y descubrir con quien acabaría pasando el resto de mi vida. Debo decir que las cartas me putean y que no quiero volver a hacerlo nunca jamás (hasta la próxima vez que Laura quiera hacerlo, claro). Estuvimos en ello un rato, decidimos con quien acabaría Laura y con que famoso y famosa acabaríamos las dos. Todo muy divertido hasta que se nos terminó de ir la cabeza y le saque un par de fotos a la Virgen Laura, a la Laura sin cabeza y ella me sacó fotos a mi donde no se sabe si soy lista o una macarra, todo maravilloso. Con la tontería acabamos por dormirnos una hora más o menos y cuando nos desperté salimos a cenar y a dar una vuelta como reconocimiento de la zona, no solo de las calles, sino también de las personas. Daba comienzo la búsqueda de mujeres portuguesas guapas, nos habíamos propuesto romper el mito.
A mitad de camino descubrí que soy tan tonta y despistada como para dejar el mapa en el albergue, así que entre risas y tonterías anduvimos en modo aventura por los alrededores. Encontramos un lugar pequeñito donde comimos unas hamburguesas, mi antojo de pollo seguía sin ser saciado, pero no se podía hacer mucho más.
Durante la cena y viendo el camino que tomaban nuestras conversaciones inicié una lista de frases graciosas y sin sentido que soltábamos en conversaciones normales, frases que no escribiré aquí pero que quizá aparezcan de vez en cuando en Twitter. Además, y por alguna razón que no recuerdo ahora, empezamos a decir nombres de hombre con cada letra del abecedario y más tarde lo repetimos con nombres de mujer. Así ocupamos casi hora y media de charla, y tan entretenidas como con cualquier otra cosa. Como yo había pagado la comida, Laura pagaba la cena. Estábamos cenando dos o tres horas después de haber comido, definitivamente viajar da hambre y yo me vuelvo una gorda.
Tras la cena fuimos a dar un paseo y buscando como volver al albergue acabamos cruzando el río Douro porque el puente me había parecido una imagen preciosa y tuve la necesidad de sacar una foto (o muchas fotos). Laura no tuvo problema en darme mi capricho y cruzamos para ver que tal se estaba del otro lado, por un momento no supimos de que lado del río estábamos alojadas, ahora que lo pienso somos muy tontas, ya que en ningún momento habíamos cruzado el puente cuando fuimos a cenar, así que era imposible que nuestro albergue estuviera del otro lado. No sé como no lo pensamos antes.
El caso es que sacamos varias fotos y volvimos por donde habíamos venido, Laura temía que yo acabase de perder la cabeza y que llenase la cámara con fotos del mismo sitio. Sacamos nuestra primera foto juntas y decidimos ir volviendo. Seguíamos sin saber como volver así que para hacerlo fácil fuimos por la Ribeira y de paso nos deleitábamos con las vistas y con la cantidad de vida que se respiraba en esa zona. Nos paramos al lado del río donde empecé a plantearme cruzar el río a nado o robar un barco. Laura ya no quiso saciar estos caprichos y estuvimos discutiendo el tema un momento. En ello estábamos cuando se nos acercaron dos italianos en busca de información. Se ocupó mi dulce y rubia compañera de comunicarse con ellos, ya que yo no me fío de mi italiano. Ellos preguntaron por sitios donde salir de fiesta y nosotras no supimos contestarles, se marcharon decepcionados y nos giramos sin mayores respuestas que proporcionarles. Cuando nos dimos cuenta ellos ya no estaban y no se los veía por ningún lado, Laura hizo el amago de buscarlos, pero la frené en seco con intención de mantener el suspense. ¿Eran reales esos chicos? ¿Si les hubiéramos indicado un lugar para ir de fiesta se habrían convertido en hadas y nos habrían concedido deseos?... Ahora nunca lo sabremos...

Después de esto dimos por cerrada la noche y fuimos en busca del albergue. Para nuestra sorpresa habíamos estado todo el tiempo caminando alrededor de él, es lo que tiene olvidar el mapa en la habitación. Llegamos al albergue, pusimos el despertador con intención de ir a probar el desayuno gratis a la mañana siguiente y nos metimos en la cama. Nuestra misión seguía su camino, aun no habíamos encontrado portuguesas guapas pero era pronto para llegar a conclusiones precipitadas, además las extranjeras como nosotras subíamos en un 200% el nivel de belleza de la ciudad (cálculos aportados por Laura). Esa noche no solo dormimos bien, sino que además empezó el ataque de los mosquitos portugueses (y al decir esto vienen a mi mente imágenes de mosquitos con una sola ceja y bigote, un poco tópico, pero divertido de todos modos).

No hay comentarios:

Publicar un comentario