Lunes.
Día 1.
Laura
y yo nos embarcamos en un viaje de una semana a Oporto y en contra de
todo pronóstico, llegamos a tiempo a la estación de autobuses. Ya
subiendo al autobús, nos encontramos con lo que nos acompañaría
durante las cinco horas que nos quedaban para llegar a nuestro
destino, el conductor del infierno. No sé si llevaba un palo metido
en una zona delicada o si no había recibido buena atención de una
mujer en su momento, pero fue de lo más borde y maleducado que se
podía ser y nos tocó aguantar sus tonterías todo el camino.
Alrededor
de las dos de la tarde (de España) una trágica noticia llega a
nuestros oídos, no se puede comer en el autobús y la única parada
para comer es nuestra parada. Terrible, nuestros estómagos empezaban
a comerse a sí mismos y el futuro parecía incierto. Realmente
sufrimos durante un momento, luego recordamos que en cualquier caso
tampoco teníamos comida allí así que no íbamos a poder comer
aunque estuviese permitido. De todos modos el hambre empezaba a
acecharnos, lo que, sumado al cansancio de pasar tantas horas dentro
de un autobús, estaba volviéndonos locas (más de lo habitual,
claro).
Tras
cantar, bailar, hablar casi a gritos, dar a luz a frases increíbles,
tener conversaciones con y sin sentido e inventarnos teorías al
respecto de todo lo que nos rodea, llegamos a Oporto. El bus
agradeció nuestra parada, no solo por ser la parada para comer, sino
también por ser la parada en la que las locas por fin se fueron.
Nuestros relojes permanecían con la hora de España, así que
llegamos sobre las cinco y media de aquí (una hora menos allí y en
Canarias). Tras darnos cuenta de que por mucho que tuviéramos la
dirección no sabíamos llegar al albergue, decidimos pillar un taxi
que nos llevase sin perder el tiempo. Moríamos de ganas de dejarlo
todo para poder ir a comer algo, y si podía ser algo con pollo
mejor, porque me había entrado un antojo irracional de pollo.
Después
de una vuelta turística inesperada de mano del taxista estafador de
extranjeros, llegamos a nuestro albergue, hicimos el check-in y nos
enteramos de que la primera noche la pasaríamos en una habitación
individual donde compartiríamos cama, ya que había exceso de
alojados. Encantadas con todo esto, nos dirigimos a la habitación,
inspeccionamos todo, descubrimos que Ikea se había forrado a costa
de este albergue y nos fuimos en busca de un lugar donde nos
proporcionaran alimentos. Al salir cogimos un mapa para no acabar en
Coruña otra vez y sin mirar nada nos dirigimos a donde se veían
bares. Por lo general estaban todos alrededor de cinco o seis euros,
pero nuestra ambición pudo con nosotras y decidimos que “podíamos
hacerlo mejor”, con lo cual caminamos tres o cuatro calles más en
busca de algo más barato. Debo puntualizar que con el paso de las
calles entendimos el parentesco directo entre Vigo y Oporto, las
cuestas infernales no se acababan nunca, y siempre había que subir,
aun no sé como lo hacíamos.
Cansadas
de tantas vueltas y con nuestros estómagos manteniendo una
conversación entre ellos, nos paramos en un sitio que tenía el
mismo precio de los anteriores, pero que parecía más suculento. En
lo que esperábamos que nos atendieran vimos como el señor que
estaba con su esposa a nuestro lado gritaba y se enfadaba con el
pobre camarero que no parecía entender a qué venía tal bronca. A
nosotras nos faltaban las palomitas para aquellas imágenes tan
tensas cuando se nos acercó el pobre camarero compungido y sin poder
mirarnos a la cara. Pedimos nuestros platos de pasta a la boloñesa y
agua. Cuando trajeron nuestros platos no solo nos emocionamos por que
por fin comeríamos, sino que además descubrimos que eran casi las
seis y media de la tarde en España (y no, no decidimos cambiar
nuestros relojes en todo el viaje). Eran las seis y media y nosotras
estábamos empezando a comer, el viaje empezaba bien.
Comimos
a gusto y casi sin hablar, cuando hay hambre no hay tiempo para
hablar de nada. Después de comer decidimos volver al albergue a
descansar nuestras barrigas y nuestras cabezas, tras tantas horas en
bus, lo necesitábamos. Sin ayuda del mapa fui capaz de encontrar el
camino de vuelta y el albergue, aunque Laura siempre se lo pasaba y
yo tenía que llamarla para que se enterase de dónde era. Entramos en
la habitación y cogí el mapa y mi libreta con intención de
organizar y encontrar todo lo que queríamos ver, como futura lectora
de mapas del viaje, necesitaba ordenar las cosas para no perdernos.
Laura había empezado a dibujar y más tarde se me unió para hacer
un plan del viaje y que nos diese tiempo a hacerlo todo. Para entonces
ya habíamos cogido la cámara y habíamos empezado con la
locura de las fotos.
Acabamos
de organizarlo todo y mientras yo jugaba con la cámara Laura decidió
echarme las cartas y descubrir con quien acabaría pasando el resto
de mi vida. Debo decir que las cartas me putean y que no quiero
volver a hacerlo nunca jamás (hasta la próxima vez que Laura quiera
hacerlo, claro). Estuvimos en ello un rato, decidimos con quien
acabaría Laura y con que famoso y famosa acabaríamos las dos. Todo
muy divertido hasta que se nos terminó de ir la cabeza y le saque un
par de fotos a la Virgen Laura, a la Laura sin cabeza y ella me sacó
fotos a mi donde no se sabe si soy lista o una macarra, todo
maravilloso. Con la tontería acabamos por dormirnos una hora más o
menos y cuando nos desperté salimos a cenar y a dar una vuelta como
reconocimiento de la zona, no solo de las calles, sino también de
las personas. Daba comienzo la búsqueda de mujeres portuguesas
guapas, nos habíamos propuesto romper el mito.
A
mitad de camino descubrí que soy tan tonta y despistada como para
dejar el mapa en el albergue, así que entre risas y tonterías
anduvimos en modo aventura por los alrededores. Encontramos un lugar
pequeñito donde comimos unas hamburguesas, mi antojo de pollo seguía
sin ser saciado, pero no se podía hacer mucho más.
Durante
la cena y viendo el camino que tomaban nuestras conversaciones inicié
una lista de frases graciosas y sin sentido que soltábamos en
conversaciones normales, frases que no escribiré aquí pero que
quizá aparezcan de vez en cuando en Twitter. Además, y por alguna
razón que no recuerdo ahora, empezamos a decir nombres de hombre con
cada letra del abecedario y más tarde lo repetimos con nombres de
mujer. Así ocupamos casi hora y media de charla, y tan entretenidas
como con cualquier otra cosa. Como yo había pagado la comida, Laura
pagaba la cena. Estábamos cenando dos o tres horas después de haber
comido, definitivamente viajar da hambre y yo me vuelvo una gorda.
Tras
la cena fuimos a dar un paseo y buscando como volver al albergue
acabamos cruzando el río Douro porque el puente me había parecido
una imagen preciosa y tuve la necesidad de sacar una foto (o muchas
fotos). Laura no tuvo problema en darme mi capricho y cruzamos para
ver que tal se estaba del otro lado, por un momento no supimos de que
lado del río estábamos alojadas, ahora que lo pienso somos muy
tontas, ya que en ningún momento habíamos cruzado el puente cuando
fuimos a cenar, así que era imposible que nuestro albergue estuviera
del otro lado. No sé como no lo pensamos antes.
El
caso es que sacamos varias fotos y volvimos por donde habíamos
venido, Laura temía que yo acabase de perder la cabeza y que llenase
la cámara con fotos del mismo sitio. Sacamos nuestra primera foto
juntas y decidimos ir volviendo. Seguíamos sin saber como volver así
que para hacerlo fácil fuimos por la Ribeira y de paso nos
deleitábamos con las vistas y con la cantidad de vida que se
respiraba en esa zona. Nos paramos al lado del río donde empecé a
plantearme cruzar el río a nado o robar un barco. Laura ya no quiso
saciar estos caprichos y estuvimos discutiendo el tema un momento. En
ello estábamos cuando se nos acercaron dos italianos en busca de
información. Se ocupó mi dulce y rubia compañera de comunicarse
con ellos, ya que yo no me fío de mi italiano. Ellos preguntaron por
sitios donde salir de fiesta y nosotras no supimos contestarles, se
marcharon decepcionados y nos giramos sin mayores respuestas que proporcionarles. Cuando nos dimos
cuenta ellos ya no estaban y no se los veía por ningún lado, Laura
hizo el amago de buscarlos, pero la frené en seco con intención de
mantener el suspense. ¿Eran reales esos chicos? ¿Si les hubiéramos
indicado un lugar para ir de fiesta se habrían convertido en hadas y
nos habrían concedido deseos?... Ahora nunca lo sabremos...
Después
de esto dimos por cerrada la noche y fuimos en busca del albergue. Para nuestra sorpresa habíamos estado todo el tiempo caminando
alrededor de él, es lo que tiene olvidar el mapa en la habitación.
Llegamos al albergue, pusimos el despertador con intención de ir a
probar el desayuno gratis a la mañana siguiente y nos metimos en la
cama. Nuestra misión seguía su camino, aun no habíamos encontrado
portuguesas guapas pero era pronto para llegar a conclusiones
precipitadas, además las extranjeras como nosotras subíamos en un
200% el nivel de belleza de la ciudad (cálculos aportados por
Laura). Esa noche no solo dormimos bien, sino que además empezó el
ataque de los mosquitos portugueses (y al decir esto vienen a mi
mente imágenes de mosquitos con una sola ceja y bigote, un poco
tópico, pero divertido de todos modos).
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