domingo, 26 de febrero de 2012

Primero

Se habían cruzado muchas veces, hasta habían llegado a chocar en alguna ocasión, pero nunca se habían fijado el uno en el otro. Alguna vez sus ojos verdes habían vislumbrado los ojos marrones de ella, habían llegado a crear una mirada de esas que follan. Pero solo había quedado en eso, en una mirada más en medio de aquel metro lleno de almas perdidas.

Cogían el mismo metro cada mañana. Iban a la misma cafetería al bajar del metro. Él desayunaba un té de hierbas y dos pastas con azúcar moreno. Ella desayunaba leche y cacao con un trozo de tarta de chocolate. Ella leía durante diez o quince minutos un libro que sacaba de su mochila negra. Él cogía el periódico y pintaba bigotes en las fotos mientras leía las noticias del día. Él siempre salía de aquella cafetería del montón veintidós minutos después que ella. Y mientras ella iba hacia la izquierda camino de su oficina, él iba hacia la derecha camino de su despacho.

A veces parecía como si el destino quisiera unirlos de algún modo, como si algún hilo los manutuviera cerca el uno del otro. Cerca pero nunca lo suficientemente cerca como para llegar a cruzarse sus caminos. Quizá fuera porque el maravilloso destino sabía que sus caminos aun no debían cruzarse, era demasiado pronto, era precipitado. El destino, ese personaje fantasma de la vida diaria, estaba planeando cada movimiento lentamente, sin prisa pero sin pausa, acercándolos sin que ellos pudieran notar como se atraían sus esencias.

Pronto, muy pronto, ellos se saludarían. Y ese sería el comienzo de todo y a la vez el final de todo. Pero aun no, aun no es el momento.