lunes, 18 de noviembre de 2013

Interrupción: Soy argentina.

Interrumpo nuevamente este Diario de Viaje (que no deberíais dejar de leer porque aun queda lo mejor y lo publicaré a finales de esta semana si mi calendario escolar me lo permite).

En mi maravillosa clase de Comunicación Interpersonal nos han mandado exponer el siguiente tema: El viaje de tu vida". De viajes va la cosa, parece. El caso es que después de un par de semanas intentando sacar de dentro de mí algo válido para esta clase y para un concurso, por fin he parido dos folios de pura introspección. Como este es mi blog y me lo follo cuando quiero, dejo aquí lo que en principio tengo intención de exponer este miércoles, si la vergüenza no me come antes. Disfrutadlo y deseadme suerte!

Soy argentina.

He intentado buscar un tema un poco más reflexivo o metafórico. Algo de lo que pudiera filosofar tranquila sin quedar demasiado expuesta, que es algo que no me agrada en absoluto. Pero lo cierto es que cuando pienso en “El viaje de mi vida” a mi cabeza viene un solo hecho: soy extranjera. Y, ¿qué mejor representa el viaje de mi vida que aquel momento en que todo dio un vuelco y nada volvió a ser lo mismo?
Por si alguno no lo sabía, nací en Argentina en los maravillosos años noventa. Pasé allí lo que considero mi niñez y ahora mismo llevo casi doce años viviendo aquí. Cambiar de país es más que abandonar el lugar donde naciste. Implica también alejarte de tus amigos, conocidos y familiares. Implica salir a lo desconocido, porque aunque la base es la misma, la cultura es bastante diferente en muchos aspectos. Implica enfrentarte a ser el extranjero, en ambos países. Implica una madurez que muchos ganan con el tiempo y yo, por mi parte, gané de golpe y sin querer. Tiene tantísimas implicaciones que no conozco argentino que se las haya planteado realmente, cuanto menos lo pienses más feliz eres, porque en cuanto empiezas a darte cuenta de todo ello, solo deseas volver atrás.
Nací en Mar del Plata, que es la ciudad más turística de Argentina (o al menos lo era cuando vivía allí). Es una ciudad costera enorme, con unas playas preciosas y mucha vitalidad. Creo que no le falta nada a la ciudad, siempre diré que es de lo más bonito que se puede conocer y que nadie debería perder esa oportunidad al menos una vez en la vida, aunque también es cierto que no soy demasiado objetiva en ese aspecto. Tenía diez años cuando mis padres nos comunicaron a mis hermanos y a mí la decisión de mudarnos. No recuerdo exactamente el momento en que tuvimos aquella charla, solo recuerdo que pasé de pensar que aquello podía ser una maravillosa aventura a pensar que me negaba en rotundo porque no quería dejar atrás todo lo que conocía. Con diez años mi capacidad de convicción era más que ínfima, con lo cual mis padres me convencieron de que era lo mejor. Hoy en día soy consciente de que mis posibilidades de futuro habrían sido casi nulas si mis padres me hubieran hecho caso, de que el hecho de poder estudiar hoy aquí tras una carrera previa es un privilegio que tengo gracias a ese viaje.
Como si esa noticia no hubiera sido suficiente para mi pequeño cerebro, mi padre había encontrado trabajo aquí así que vino antes que los demás. Como es español tenía familia aquí y los papeles estaban por descontado. Así que además de convivir un año sabiendo que me iría, también conviví nueve meses sin poder ver a mi padre más allá de algunas fotos que mandaba de vez en cuando. Solo hablábamos por teléfono cada poco tiempo, así que recuerdo tener miedo de olvidarme de como era o de no volver a reunirnos. Siempre fui muy dramática y tremendista. Pero nueve meses después, con ya once años y en contra de todos mis temores, volvimos a encontrarnos con él en Madrid.
Del viaje en sí recuerdo más bien poco. Recuerdo la despedida que se organizó en mi casa el día anterior, con un montón de familiares y amigos. Las cartas y los regalos que me daban, los “no te olvidaremos”, las promesas de llamar cada semana y de mandar cartas asiduamente. Promesas que, obviamente, no se cumplieron. Recuerdo llorar todo el camino hasta el aeropuerto, sin contar con el tramo en que no pude parar de reírme porque en la carretera había una vaca de Milka enorme. Recuerdo lo inmenso que parecía el avión y lo inquietante que es la primera vez que viajas. Creo que la ingente cantidad de emociones que surgieron en aquel momento han conseguido que hoy solo recuerde algunas pocas cosas. Si tuviera que describir con todos los detalles aquel momento, no lo conseguiría.
La llegada aquí fue más abrumadora por el choque que supuso que por cualquier otra cosa. El conjunto de sentimientos, la sorpresa que conllevó ver que España no era como yo lo imaginaba, la curiosidad que sentía por todo, el reencuentro con mi padre, el conocer a familia de la que no tenía ni idea que existía. Todo era chocante, incluso el verano. Esperaba encontrarme con el mismo calor que en mi ciudad de origen en los veranos más calurosos y aquí me encontré con una triste primavera con forma de verano. Todo era distinto y con once años, todo parece más distinto aun.
Hoy por hoy creo que nos adaptamos lo mejor que supimos. Somos supervivientes, no solo yo, sino todos los extranjeros. Somos aventureros, valientes que supieron cuando abandonarlo todo para empezar de cero en busca de un futuro que, en principio, parecía poco probable. Somos extranjeros en ambos países, que aquí soy la argentina y allí soy la gallega. Somos de ninguna parte. Es una experiencia que te enseña a no apegarte tanto a lo material, que tu hogar está donde estés tú, que familia no solo es aquello que te une de sangre, que mantenerte fuerte es mucho más difícil cuando te enfrentas a lo desconocido. El viaje de mi vida me hizo como soy ahora en muchísima cosas. El viaje de mi vida fue de algo más de doce horas y cambio por completo el mundo que me rodeaba y mis ideas sobre él.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Diario de viaje: Oporto (IV)

Jueves. Día 4.
Por cuestiones de cansancio (tanto ajetreo entre pájaros nos tenía agotadas), decidí obviar el despertador y lo apagué en cuanto empezó a sonar y así seguir durmiendo. Nos despertamos unas cuatro horas después de eso, alrededor de la una (siempre hora española, Laura se niega a aceptar que Portugal cambia de hora). Al amanecer descubrimos que los especímenes que se alojaban con nosotras habían aprendido a saludar en español y lo que en un principio nos pareció gracioso, al cabo de un par de horas escuchándoles decir “hola” cada vez que pasábamos por delante, acabó por convertirse en pesado y quizá demasiado efusivo para mi gusto. Viendo que no iban a parar decidimos tomárnoslo como algo gracioso (y cuando digo “decidimos” en realidad quiero decir “Laura no me dejaba pegarles”).
Amanecer tarde no era un problema, nuestros planes para aquel día empezaban por la tarde, así que tras las duchas [INCISO: Mientras Laura se duchaba los alemanes me preguntaron mis planes y decidieron invitarme a la playa con ellos, literalmente les conteste que debía consultarlo con mi esposa] y mientras escuchábamos música decidimos hacer cuentas, la pobreza nos acechaba y era hora de rebajar nuestros gastos. Después de acabar de contar cuanto teníamos y a cuanto podíamos aspirar (lo cual acabó pronto debido al poco dinero y las pocas posibilidades) dedujimos que teníamos dos opciones, o nos prostituíamos o empezábamos a comer de súper y dejábamos de fingir que éramos ricas. A día de hoy sigo creyendo que la prostitución no solo nos habría proporcionado mucho dinero, sino también mucha diversión, pero resulta que somos demasiado exigentes y con esas expectativas poco podíamos conseguir, con lo cual la segunda opción resultó ganadora.
Definido esto y con Jazz Magnetism acabando, salimos en busca del supermercado que estaba tres calles más arriba del albergue. Al salir nos golpeó el calor en la cara y ambas pensamos que eso no era normal, pero no nos podíamos quejar, al menos ese día corría algo de aire y se podía respirar. Ya en el súper dimos algunas vueltas (como buenas turistas desorientadas que éramos) hasta encontrar algo comestible, apetecible y barato (como dije, somos demasiado exigentes). Al final nos decidimos por comprar arroz, albóndigas de lata, atún de lata, jamón, queso, pan, ketchup y maíz de lata, una dieta variada y rica en alimentos económicos, muy propia de estudiantes, solteros y personas a las que les da igual comer siempre lo mismo. Una dieta que nos acompañó el resto de la semana. Creo que después de tanto arroz ya empezaba a tener ojos orientales.
Volvimos al albergue y en vista de lo desconfiadas que somos, guardamos nuestra comida en la taquilla de la habitación. Algo parecido a lo que estaban haciendo los alemanes, con la diferencia de que ellos solo guardaban bebidas alcohólicas y bebidas energéticas (¡para estar a tope en las vacaciones!). Tras dejar las cosas y volver a la cocina con las albóndigas y el arroz, Janis Joplin y yo acompañamos a Laura mientras cocinaba una delicia de comida, porque aunque en un principio las albóndigas parecían hechas con miles de animales distintos, muchos de ellos ya extintos, resultó que estaban muy buenas.
Al acabar fregué los platos para ser justa con Laura, que había cocinado para mí, y luego volvimos a la habitación a guardar lo que quedó de arroz y a recoger nuestras cosas para salir en busca de aventuras portuguesas (… o algo). Con el mapa en la mano y una botella de agua en la mochila, para paliar el calor, nos dirigimos hacia el museo de Arte Sacra que había en la iglesia Lourenço dos Grilos. Con mi maravillosa orientación y la ayuda de varios carteles informativos, conseguimos llegar sin problemas hasta las iglesias de la zona y nos dedicamos a observar el paisaje momentáneamente. Aquello estaba a tal altura que era fácil ver casi toda la ciudad, incluido aquel hombre que estaba arreglando el tejado y al que le sacamos una foto (porque yo de viaje y con una cámara en mano, soy peligrosa).
Entramos en la primera iglesia que vimos, aunque no era la que buscábamos, y la verdad es que era preciosa. Maravilladas caminamos alrededor de cada una de las imágenes de santos y vírgenes que nos encontramos y, como era de esperar, me pasé todo el recorrido quejándome de la ideología católica y del uso de imágenes sangrientas y hechos trágicos y poco veraces para llevar como ovejas a gran cantidad de personas. Así como entramos, salimos, pues Laura estaba harta de mis monólogos críticos y cuando estábamos saliendo nos encontramos al doble de un amigo de Laura, al que intenté sacar una foto sin mucho éxito.
Seguimos bajando siguiendo las señales para llegar al museo al que nos dirigíamos en un principio. Nos encontramos con un montón de niños jugando en una fuente pública con el agua y me puse a sacarles fotos porque estaba en modo artista (durante una semana olvidé que de artista tengo lo mismo que de alta). Laura consiguió que yo saliese en una foto con ella y luego, no sé cómo, conseguimos evitar que los niños nos mojasen a nosotras también. Por fin encontramos la iglesia-museo y entramos confiadas a recorrerla por completo. La verdad es que no era gran cosa, pero el estilo de las esculturas era bastante bonito y la forma en la que las tenían cuidadas merecía la pena (además la entrada era gratuita, así que tampoco vamos a ponernos muy quisquillosas).
Cuando nos íbamos a marchar descubrimos un libro de visitas en la entrada y decidimos postrar nuestra imaginación en él firmando de la manera menos católica que nos salió. Dejo aquí la foto de la firma para que podáis verla:

Viendo que habíamos sido más rápidas de lo esperado en la visita, decidimos ir a tomar algo antes de dirigirnos al siguiente museo, y teniendo en cuenta la escasa gama de posibilidades nos dirigimos al único bar que había cerca para beber unos zumos de naranja y sentarnos un rato. Mientras yo inspeccionaba el mapa (que ya estaba algo roto y malogrado) Laura empezó con su ritual de siempre y se dedicó a hacer flores con las servilletas, en eso andábamos cuando se nos acercó la dueña del bar (que podría haber sido dueño y no dueña, tranquilamente) y le dijo a Laura muy borde “eso no lo pagarás tú, ¿verdad?”. Tal fue el tono de su comentario que ambas nos acojonamos y nos quedamos mirándola (y las dos chicas de la mesa de al lado también), seguíamos mirándola cuando se dirigió a sus otras dos clientas y le bajó el pie de la silla con un manotazo. Después de conocer a lo mejorcito de la ciudad, mi compañera de andanzas y yo nos acabamos el zumo y me dispuse a pagar. Para que no me fuera de ahí con una sonrisa, la señora me acusó de haberle dado menos y yo, aprovechando que Laura no podía pararme porque estaba en el baño, me dije a mí misma “a borde, borde y medio” y me ocupe de que contara cada una de las monedas que le había dado delante de mí y que me pidiera perdón por la acusación.
Tras esto, al ver Laura mi posición prepotente, nos fuimos camino al museo Soares dos Reis, que era el siguiente en la lista. La visita fue de lo más completa. Pudimos ver absolutamente todas las exposiciones (temporales y permanentes) que había. Nos pasamos casi cuatro horas dentro del museo observando cada cuadro, cada escultura y cada exposición. Todas fantásticas y muy inspiradoras, aunque es verdad que después de tres horas teníamos ganas de salir de allí y aire empezaba a viciarse. Cuando acabamos la larga e increíble visita quedaba poco para la hora de cenar así que nos dirigimos al albergue para cenar y planear la noche, tras cenar un par de bocatas y ver el espectáculo que eran los alemanes preparándose para salir, nos decidimos a vestirnos e ir tranquilamente hasta la zona de los pubs y la marcha, pues ni Laura ni yo aguantábamos más el calor que había surgido tras escuchar Lovage.
Como era temprano la zona de fiesta tenía poca fiesta, por lo que aprovechamos para investigar qué otros pubs había por la zona. En nuestra corta investigación encontramos un bar donde había música latina en directo, y llamadas por el espíritu de Celia Cruz tuvimos que entrar a bailar y beber un par de cañas. Había un montón de parejas bailando y lo hacían verdaderamente bien con lo cual nuestras ya escasas nociones para el baile quedaron completamente anuladas y nos decidimos a “bailar” en un rincón donde no pudiéramos ser vistas o al menos no llamásemos la atención.
El colmo de aquello fue cuando empezó a sonar “La Bamba” y Laura y yo nos motivamos sobremanera. Allí empezamos las dos a bailar y a cantar como locas y pude admirar como dos rubios encantadores no dejaban de observar a Laura así que me aparté un poco con intención de que se acercaran, pero al parecer eran muy tímidos como para ello. El caso es que bailamos y cantamos muy emocionadas de tal manera que hasta la cantante quiso pasarnos el micrófono a nosotras (a lo cual nos negamos por aquello de mantener algo de dignidad). Tras esto llegó el descanso del concierto y salimos a tomar el aire porque allí dentro no se podía respirar. Nos sentamos en el bordillo y mientras decidíamos que hacer los rubios que miraban a Laura se nos acercaron y nos pidieron que les enseñemos a bailar (pobres, aquello era como pedirle a un ciego que te explique los colores). Les indicamos donde había más pubs donde ellos pudieran ir a pasar el resto de la noche porque Laura no parecía muy interesada en mantenerlos a su lado y nosotras nos fuimos a investigar más pubs.
Al entrar en un pub empezaron a sonar temazos, pero temazos de los buenos, de los que me gustan a mí. Se puede decir que me flipé de manera absoluta en modo Skins pero sin drogas con cada canción (porque encima las conocía y me las sabía todas, ¡el paraíso para mí!). Allí me encontraba yo saltando ultra motivada y Laura viéndome enloquecer del todo cuando se nos acercó un señor a intentar ligar, lo ignoramos y no se dio por aludido y cuando intentó tocarme fingiendo que yo era una guitarra lo mandé a ver si llovía en el lavabo (por decirlo educadamente) con un contundente codazo. Acto seguido seguimos bailando y cantando hasta que llegamos a dos canciones que no conocíamos y pensamos que esa era la señal para probar los otros pubs de la zona que también tenían buena pinta.
Pasamos por delante del pub de enfrente donde me conquistaron con Aretha Franklin y tuvimos que entrar. Pedimos unas caipirinhas para apaciguar el calor que hacía ahí dentro y cuando estábamos empezando a aburrirnos descubrimos que aquel lugar tenía un piso de abajo lleno de gente tan motivada como yo bailando al son de temazos. Bebimos otra caipirinha allí abajo y me ocupé de reírme de Laura cuando un francés loco se le acercó a hablar, luego ella se rió de mí porque tuvimos que espantar al pervertido que se nos pegaba y nos miraba fijamente con una mirada bastante siniestra (le faltaba respirarnos en la nuca cual sociópata).
Con intención de volver al albergue salimos de allí a eso de las cuatro y media (una hora más aquí en España). En nuestro camino unos chicos empezaron a llamarnos y como a mí me hacía gracia me gire para ver que querían (en este viaje he descubierto que me muevo por las risas hasta cuando no debo). Laura quería matarme cuando se dio cuenta de que estaba hablando con ellos y que hasta nos habíamos sacado una foto todos juntos. Después de una hora viendo como se metían los unos con los otros para desacreditarse mutuamente y conseguir ligar (pobres ingenuos), nosotras por fin nos movimos hacia el albergue para dormir ya de una vez. Decidieron acompañarnos hasta el albergue y como nos daba igual les dejamos. Tenían intención de subir con nosotras a nuestra habitación y he de decir que nos costó más de lo que creíamos hacerles entender que tenían que irse, que no iban a subir y que no estábamos interesadas. Una vez frustrada su idea después de mucho putearlos subimos a la habitación entre risas y caímos rendidas tras el cansancio de una noche muy divertida.