martes, 8 de noviembre de 2011

Ella

Corría bajo aquella lluvia torrencial como si escapase de un león hambriento. Su camiseta blanca, ajustada al pecho y mojada dejaba traslucir sus pechos, bamboleantes con cada movimiento. Su pelo, chorreando agua, se le pegaba en la frente, se le rizaba y la hacía aún más salvaje de lo que solía ser. Estaba descalza, como siempre, no solía llevar zapatos.

La veía acercarse hacia mi a través de esa cortina de agua. Estaba en el mismo portal de siempre, esperándola como cada miércoles. Pero era la primera vez que ella aparecía. Al ver su silueta mojada parar en seco ante mi, no pude evitar observar cada detalle, cada sombra. Podía ver cada gota recorriendo sus curvas como hacía tiempo que yo deseaba hacer, como una suave caricia que estremece tu piel. Podía ver el atractivo movimiento de sus pechos, provocado por la agitación de haber corrido hacia mi. Se distinguía su ombligo en medio de aquel vientre plano, cubierto por una camiseta cada vez más mojada. Aquella noche su pelo largo y moreno parecía más hermoso que nunca, la luz de la farola le daba un toque muy particular, lo hacia efímero a los sentidos. Sus manos y sus largas piernas temblaban ante mi absorta mirada.

No sé cuanto tiempo llevaba observándola de aquella manera, pero cuando por fin me atreví a mirarla a los ojos descubrí que ella también me miraba a mi. Y como si fuese lo que llevaba queriendo hacer toda su vida, me besó. Me besó como no me había besado nadie y el roce de sus labios provocó un arrebato incontrolable en mi. La cogí por la cintura y la apreté contra mi cuerpo. Fue un beso eterno, no sentíamos la lluvia, ni el frío. Habíamos dejado de temblar, se respiraba la pasión, el deseo y la paz en el ambiente.

Pasamos la noche bajo la lluvia. No quiso moverse de allí. Fue la noche más increíble de mi vida, con los besos mas apasionados de la historia. No volví a saber de ella. Al amanecer se marchó de mi lado, dejándome dormido en la acera, con su olor impregnado en mi piel y una nota que ponía "Gracias."

Vuelvo a aquel portal cada miércoles, esperando que aparezca con esa altanería tan característica de su andar. Cada tormenta sueño con ella, con ese momento, con nuestro momento. Aún me pregunto si fue real, si no fue solo un sueño del que desperté demasiado pronto, pero sé que fue real, conservo esa nota como un tesoro bajo mi almohada. Era la mujer de mi vida y me regaló un momento que jamás podré olvidar.