martes, 2 de septiembre de 2014

A mi abuela, la adorada Brigitte.

Cuando alguien muere mucha gente no sabe que decir. Yo no sé que decir. Me quedo en blanco incluso cuando pasa a mi alrededor y me afecta. 

Al morir mi abuela a principios de este año me quedé bloqueada. Quise homenajearla y no supe como. Hubo varios borradores de intentos de panegírico que solo vieron el asqueroso mundo de mi papelera. Nada me convencía y nada era suficiente. Quizá por eso al final desistí.

Por alguna razón me he pasado el día de ayer pensando en ella, en su mirada, en su última foto de cumpleaños con una sonrisa y en que fui la última en darle de comer. Me sienta fatal no haber conseguido homenajearla con lo que mejor sé hacer, pero no fue hasta la pasada noche cuando me di cuenta de que si nada era suficiente es porque ella fue demasiado increíble como para expresarse con palabras. Nada de lo que yo pueda escribir llegará jamás a completar una imagen concreta de lo que realmente significó para mí haberla tenido en mi vida. Os haréis una idea, creeréis que lo entendéis, pero yo os aseguro que nada de esto le llega a su recuerdo a la suela de los zapatos.

Mi abuela, mi segunda madre, era ese tipo de mujer fuerte y admirable, una roca que aunque ha pasado de todo y ha sido arrastrada más allá de lo imaginable, en lugar de erosionarse, se hace cada vez más dura.

Me brotan las palabras como si siempre hubieran estado ahí escondidas y, sin embargo, me bloqueo cuando quiero describirla con detalle y hasta olvido las formas. Se hace difícil enseñarle al mundo un tesoro que ya nadie podrá conocer.

Siempre me ha molestado esa manía que tiene todo el mundo de idolatrar al muerto, así que voy a ser sincera. Que sepáis que mi abuela fue una grandiosa mujer, y que fue una mujer muy difícil de llevar también. Con sus berrinches y sus caprichos, con sus manías y sus ganas de pelear, con su forma de meterme en la cabeza que el pan no se debe poner del revés porque "es pecado". 

Me enseñó que "no comer por haber comido, no hay nada perdido", que "si te perdono no cobro" y que "Xacomín era gaiteiro" (esta última es mi favorita). Me regaló más de mil sonrisas y se enfadó conmigo otras tantas veces. Jugó conmigo cuando quise y me curó como supo cuando me caí. No era la típica abuela que siempre dice que sus nietos están guapísimos, al menos no lo fue conmigo. 

Hoy se me hace muy difícil recordarla sana, mi memoria me juega una mala pasada y me remarca los últimos años de su vida en los que ya no era ella misma. Pero puedo aseguraros que me esfuerzo y me esforzaré siempre por compensar su falta de memoria teniéndola en la mía con su risa, sus bromas, sus enfados, sus lágrimas y los más asombrosos detalles que la hicieron quien era. 

Fue, es y será siempre parte de mí. Y en un futuro, cuando mi hijo o mi sobrino me diga "no quiero nada, ya comí", le contestaré con una sonrisa que "Xacomín era gaiteiro" y le pondré otro plato de comida. 

Abuela, siento haber tardado tanto, pero necesitabas algo más especial de lo que podía regalarte entonces y de lo que he escrito hoy. Quizá solo me queda hacerte la promesa de que algún día escribiré la fascinante historia de tu vida, cumpliré mi sueño haciéndote parte de él. Buenas noches y descansa, que te lo mereces.

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