martes, 23 de diciembre de 2014

Orgasmo creativo

Tenía esta libreta aparcada. Un poco por miedo, un poco por sufrimiento, había dejado de escribir. Otra vez.

Ahora cojo con temor este bolígrafo. Quiero creer que las cosas han cambiado y que, lentamente, puedo volver a andar. Y espero que sea cierto. Tantas batallas perdidas en tan poco tiempo han hecho flaquear mis fuerzas, pero, ahora que el tiempo llega a su fin, releo mis ideas y me animo a resurgir.

De repente se me agolpan las palabras, mi mano va demasiado lenta. Pienso demasiado deprisa, quizá. Y sonrío por esta sensación de auténtico placer que me embarga y hace bombear con fuerza mi corazón.

El ruido del bolígrafo deslizándose por el papel, surfeando los renglones como si de las olas más peligrosas del pacífico se tratara. Mis nervios a flor de piel por la batalla que disputo. Quiero y voy a escribir, dice una parte. No tienes nada que decir, dice la otra. Pero siempre pienso muy rápido y hoy la mano gana la discusión.

¡Oh! El sonido del bolígrafo, dulce sonido... Las sonatas más famosas se quedan en nada al lado de esta música celestial. Me siento como un compositor en pleno apogeo creativo. Sueño con no dejar nunca de escribir. No existe el mañana, no existe el después, ni el exterior, ni las sombras, ni la gente. Solo existo yo, mi bolígrafo y mi libreta de rectos renglones. Y no necesito nada más.

Ignoro mi dolor de espalda y la falta de claridad de mis letras. Ignoro que es probable que esto mañana carezca de sentido. Ya no importa, ya no interesa. Estoy escribiendo y mi alma, por primera vez en mucho tiempo, rebosa felicidad. Explota una lluvia de confeti y los fuegos artificiales provocan un incendio descontrolado dentro de mí. ¡Qué placer! ¡Qué barbarie! ¡Qué locura! Ni aquel sombrerero de cuento infantil podría predecir este nivel de delirio que se desliza por el laberinto de mis sienes.

No sé quien soy, no sé mi nombre ni lo que el futuro me depara. No hay límites ni fronteras, no hay horizonte. Hoy puedo ser quien yo quiera y al verme en el espejo he visto a mi imaginación corriendo por un bosque oscuro, tropezando y volando, sonriendo y llorando. He visto los colores que vestían los personajes que rigen mis pensamientos y los he cambiado. He visto los olores de todos los libros que aun no he abierto. He visto el gusto de esa tinta que intoxica al escritor maldito y he podido saborear cada una de las sentenciosas palabras que aun no ha podido pronunciar. Y yo deseo todo aquello y más aun.

Deseo sentir, sonreír, sufrir, saborear. Deseo la S. Deseo poder gritar a los cuatro vientos que he tenido un orgasmo soñador provocado por un arranque de creatividad extrema. Deseo que toda yo vuelva a ser la dueña de mi habilidad, de mi debilidad, de mi pensamiento. Deseo no dejar nunca de desear y cumplir cada uno de mis deseos, convertirme en mi propio genio de la lámpara y luchar contra mis propios monstruos. Ganar la batalla final.

Hoy, ahora, he decidido ser yo misma. La más pura versión de mí que he podido rescatar. He decidido que poner un punto y final solo significa que ahora puedo escribir otro libro distinto. He decidido que me apetecía volver a plasmar mi retrato en palabras, porque lo más fiel que encontraréis nunca de mi imagen, son mis palabras. He decidido que me he convertido en mis palabras. Y me gusta.

Soy cada una de las palabras que brotan de mi mano, aquellas llenas de euforia, sufrimiento, placer, abandono, lujuria, alegría, tristeza. Soy las palabras más intensas, las más básicas, las más imperfectas. Soy lo que lees, lo que intuyes, lo que entiendes y, para algunos, también soy lo que hay entre líneas escrito con tinta invisible. Y algún día me dirás que esas palabras siempre fueron las que te llenaban la boca y que las quieres todas solo para ti, entonces podremos negociar.

Me estoy perdiendo en las calles de mi cabeza. Necesito un mapa nuevo. Una ingente cantidad de ideas escondidas durante muchísimo tiempo están saliendo sin permiso y, a base de no poder ordenarlas, las estoy plasmando aquí sin sentido. Voy a perder la cabeza y mañana me preguntaré qué ha pasado, sentiré la resaca de aquel que bebe demasiada imaginación en una sola noche de juerga.

Ya no puedo continuar, al menos por hoy. Este río es cada vez más caudaloso y la presa corre riesgo de resquebrajarse. Me desbordo a mí misma y la noche parece larga. Mañana será otro día. Vuelvo a sentar la calma y a respirar tranquila. Ha pasado el climax. Estoy extasiada. Buenas noches.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

He de decir que...


  • Estoy bien cuando me río tanto que empiezo a ahogarme y a llorar sin poder parar. 
  • Estoy bien cuando me quedo en casa con mi té, mi pijama y mis series sin querer volver a salir. 
  • Estoy bien cuando me desahogo y lloro hasta quedarme completamente vacía de sentimientos. 
  • Estoy bien cuando noto otra piel. 
  • Estoy bien cuando no soy capaz de quedarme en casa dos minutos y solo quiero salir por ahí aunque sea sola. 
  • Estoy bien cuando doy paseos sola. 
  • Estoy bien cuando miento a los demás y a mí misma al decir que "estoy bien". 
  • Estoy bien cuando me tumbo en el suelo con los ojos cerrados deseando desaparecer por completo. 
  • Estoy bien cuando me quedo una eternidad bajo la ducha y lo único que siento es el agua rozándome. 
  • Estoy bien cuando paso la noche entera mirando el techo. 
  • Estoy bien cuando meriendo tostadas y nesquik caliente. 
  • Estoy bien cuando salgo con mis amigos de fiesta por la noche. 
  • Estoy bien cuando siento que ya no se acuerdan de mí. 
  • Estoy bien cuando me besan. 
  • Estoy bien cuando me siento la cosa mas horrible del mundo. 
  • Estoy bien cuando no quiero ver a nadie. 
  • Estoy bien cuando estoy sola. 
  • Estoy bien cuando estoy acompañada. 
  • Estoy bien cuando solo quiero tumbarme y que me mimen.
  • Estoy bien cuando no quiero que me toquen.
  • Estoy bien cuando hablo con desconocidos.
  • Estoy bien cuando me siento sexy.
  • Estoy bien cuando no sé lo que siento.

Estoy bien cuando estoy mal. Porque sé que es normal sentirse mal de vez en cuando, que a veces las circunstancias y las situaciones que nos marcan no son las más agradables, que no todo es blanco o negro. Y no pasa nada por sentirse sola o mal a veces, porque nada es eterno y en algún momento pasará y volveré a sentirme bien, plena y completa como antes. Así que estoy bien. Estoy bien porque nada es perfecto y eso me encanta, porque todo depende de la situación y a veces se está bien de una forma y a veces de otra, porque fluyo con la brisa del camino y en lugar de luchar por controlarlo todo, me dejo llevar. Estoy bien porque tengo días buenos y días malos, porque todos los días malos tienen algo bueno y porque todos los días buenos tienen algo malo, así que, técnicamente, todos los días son buenos días. Estoy bien porque antes de dormir puedo pensar en al menos cinco cosas del día que me hayan hecho sonreír. Estoy bien porque puedo, porque debo y, sobre todo, porque quiero estarlo, y nadie me puede quitar eso.

Estoy bien.

martes, 2 de septiembre de 2014

A mi abuela, la adorada Brigitte.

Cuando alguien muere mucha gente no sabe que decir. Yo no sé que decir. Me quedo en blanco incluso cuando pasa a mi alrededor y me afecta. 

Al morir mi abuela a principios de este año me quedé bloqueada. Quise homenajearla y no supe como. Hubo varios borradores de intentos de panegírico que solo vieron el asqueroso mundo de mi papelera. Nada me convencía y nada era suficiente. Quizá por eso al final desistí.

Por alguna razón me he pasado el día de ayer pensando en ella, en su mirada, en su última foto de cumpleaños con una sonrisa y en que fui la última en darle de comer. Me sienta fatal no haber conseguido homenajearla con lo que mejor sé hacer, pero no fue hasta la pasada noche cuando me di cuenta de que si nada era suficiente es porque ella fue demasiado increíble como para expresarse con palabras. Nada de lo que yo pueda escribir llegará jamás a completar una imagen concreta de lo que realmente significó para mí haberla tenido en mi vida. Os haréis una idea, creeréis que lo entendéis, pero yo os aseguro que nada de esto le llega a su recuerdo a la suela de los zapatos.

Mi abuela, mi segunda madre, era ese tipo de mujer fuerte y admirable, una roca que aunque ha pasado de todo y ha sido arrastrada más allá de lo imaginable, en lugar de erosionarse, se hace cada vez más dura.

Me brotan las palabras como si siempre hubieran estado ahí escondidas y, sin embargo, me bloqueo cuando quiero describirla con detalle y hasta olvido las formas. Se hace difícil enseñarle al mundo un tesoro que ya nadie podrá conocer.

Siempre me ha molestado esa manía que tiene todo el mundo de idolatrar al muerto, así que voy a ser sincera. Que sepáis que mi abuela fue una grandiosa mujer, y que fue una mujer muy difícil de llevar también. Con sus berrinches y sus caprichos, con sus manías y sus ganas de pelear, con su forma de meterme en la cabeza que el pan no se debe poner del revés porque "es pecado". 

Me enseñó que "no comer por haber comido, no hay nada perdido", que "si te perdono no cobro" y que "Xacomín era gaiteiro" (esta última es mi favorita). Me regaló más de mil sonrisas y se enfadó conmigo otras tantas veces. Jugó conmigo cuando quise y me curó como supo cuando me caí. No era la típica abuela que siempre dice que sus nietos están guapísimos, al menos no lo fue conmigo. 

Hoy se me hace muy difícil recordarla sana, mi memoria me juega una mala pasada y me remarca los últimos años de su vida en los que ya no era ella misma. Pero puedo aseguraros que me esfuerzo y me esforzaré siempre por compensar su falta de memoria teniéndola en la mía con su risa, sus bromas, sus enfados, sus lágrimas y los más asombrosos detalles que la hicieron quien era. 

Fue, es y será siempre parte de mí. Y en un futuro, cuando mi hijo o mi sobrino me diga "no quiero nada, ya comí", le contestaré con una sonrisa que "Xacomín era gaiteiro" y le pondré otro plato de comida. 

Abuela, siento haber tardado tanto, pero necesitabas algo más especial de lo que podía regalarte entonces y de lo que he escrito hoy. Quizá solo me queda hacerte la promesa de que algún día escribiré la fascinante historia de tu vida, cumpliré mi sueño haciéndote parte de él. Buenas noches y descansa, que te lo mereces.

martes, 8 de abril de 2014

La ladrona de libros

Por extraño que parezca, con la carrera de filología había perdido el hábito de leer. Pasé de devorar libros, de alimentarme solo de palabras, a leer por obligación para clase. Esto no quiere decir que no me gustase lo que leía, lo cierto es que encontré preciosas piezas de todo tipo de literatura a lo largo de los cuatro años de estudio que realicé, pero otros tantos me decepcionaban seriamente. Me encontré tan atareada con esa necesidad analítica tan propia de los estudios literarios que dejé, progresivamente, de disfrutar de los libros y, por consiguiente, dejé de leer por amor.

Siempre he sentido adoración por los libros, ya desde que era pequeña y lo único que hacía era leer y releer los cuentos de Beatrix Potter que tenía en mis manos. El tacto, el olor, la sensación de una nueva historia esperándome tras las tapas. Verme en una librería o una biblioteca siempre fue todo un espectáculo, no soy capaz de caminar entre las altas estanterías sin pasar la mano por los lomos, como si para escoger uno tuviera que sentir esa chispa magnética que me iba a atravesar la mano. No puedo evitar aspirar el aroma de las palabras al entrar en un lugar plagado de historias. Siempre creí que La sombra del viento me había enamorado sobre todo por "La biblioteca de los libros olvidados". Me derrito cada vez que leo la descripción de aquel lugar de ensueño, siento que podría ser yo misma la que estuviera allí viendo las marcas de otros tantos que han dejado allí sus libros.

Leyendo cómo explico este amor incondicional del que sufro desde hace ya mucho tiempo, entenderéis una de las tantas razones por las que tuve que dejar la carrera. Era inconcebible que aquello que estudiaba por mi amor a las palabras, fuera lo mismo que hacía que no quisiese leer. 

Empecé este año con mal pie, muy mal pie. Pero a pesar de todo, meses antes de acabar el 2013, había empezado a redactar una lista de sueños o metas, como queráis llamarlo, y estaba totalmente dispuesta a cumplir cada uno de los puntos de una lista que a día de hoy sigue creciendo. No soy de las que se ponen propósitos de año nuevo, nunca lo he hecho. Sin embargo, con una lista en una mano y un muy mal comienzo en la otra, me propuse ciertas cosas, entre ellas, volver a leer.

Me ha costado volver a pillarlo, pero tras acabar Crónicas marcianas de Ray Bradbury he empezado con mi regalo de cumpleaños, La ladrona de libros. Por primera vez en mucho tiempo, me asusté ante un libro, hacía mucho que no leía algo con más de doscientas páginas y creí que me cansaría y lo abandonaría. Al principio fue así, lo dejé abandonado dos semanas, pero lo volví a empezar este fin de semana pasado. Hoy, con el libro ya acabado, puedo decir que me he vuelto a enamorar de la lectura y de sus sorprendentes efectos. Hacía mucho, muchísimo tiempo, que no lloraba tanto con un libro. Es una historia tan trágica como hermosa, no sabría describir la cantidad de emociones que se sienten en cada página y lo rápido que pasa el tiempo cuando la pequeña Liesel Meminger roba libros frente a ti. 

Estoy encantada, terriblemente emocionada y muy orgullosa pudiendo decir que deseaba llegar a casa para coger el libro después de clase, que en mi cabeza cada imagen se repetía una y otra vez aun sin tener las descripciones delante de mi. No sé si analíticamente los filólogos coincidirán conmigo en lo grandioso de esta lectura, pero personalmente no me importa en absoluto. 

Hoy me he vuelto a enamorar llorando con las últimas frases de un maravilloso libro. Hoy ha vuelto esa sensación de adoración con el tacto de cada página. Creo sinceramente que por un momento fui capaz de sentir las palabras solo con pasar mis dedos por encima. Hoy La ladrona de libros me ha despertado de un sueño que fue, a mi parecer, demasiado largo.

lunes, 17 de marzo de 2014

Un adiós a una amiga y una auto-bienvenida

Hoy he cogido mi libreta, la que está debajo de mi cama esperando mis pensamientos más oscuros y encerrados, esa que siempre relleno con problemas, líos, meteduras de pata... pero hoy había una diferencia, no la buscaba para escribir.

Allí siempre he plasmado lo que me ha hecho falta con tal de renovarme, de sentirme libre y desahogarme por completo. He de decir que siempre fue de ayuda, cuando escribo ordeno las cosas y las veo con perspectiva y así es mil veces más fácil entenderme y hacer que me entiendan. Hoy la he abierto para robar un par de folios para estudiar y, cuando me quise dar cuenta, estaba sentada en mi cama leyendo las mil tonterías que tenía allí grabadas. Lamento decir que de todos los textos solo uno era positivo, agradable y hasta sexy, si se me permite decirlo. Al acabar de hojearlo todo me quedé mirando y me pareció muy triste aquello, patético incluso. Y no estoy dispuesta a ser una triste y patética mujerzuela que gasta sus energías en escribir penurias.

Decidida a acabar con ello he arrancado cada una de las páginas que estaban escritas, incluso aquellas que me dejaban un sabor ardiente en el recuerdo. Las he arrancado todas de la libreta y me apoderado de ella para usos múltiples más productivos y menos destructivos. Y ahí estaba yo, sentada en mi cama, con una libreta vacía a un lado y un montón de recuerdos y heridas en el otro. Pensé en tirar aquellas hojas, pero imaginé en un futuro a algún estudioso de la literatura moderna buscando información sobre la famosa aunque perturbada escritora Pilar Elisabet Losada Adura. Me pareció mejor guardarlas en algún lugar donde algún día, cuando yo ya no esté, alguien las  pueda encontrar y hacerse con ello una idea de como fui, con mis más y mis menos, con mis grandiosos escritos y mis tristes historias internas. 

Renovarse es vivir. O eso dicen. Yo, personalmente, cuando quiero organizar mi existencia, organizo mi habitación, guardo todo en su sitio, hago inventario de libros, dejo la habitación impoluta. En ocasiones, cuando la necesidad de orden es muy grande, hasta cambio las cosas de sitio. Eso he hecho esta semana pasada. Mi habitación tiene un aire mucho más tranquilo y acogedor, me siento en sintonía con ella. Y hoy, renové mi libreta y redacté un texto para un concurso. Me recompongo de mí misma. Me vuelvo yo por momentos. Y me gusto muchísimo cuando me gusto.

miércoles, 5 de marzo de 2014

De silencios, besos y rutinas

Y cada vez más tú, y cada vez más yo, sin rastro de nosotros. Sabina.

Ambos se miraban en silencio, ninguno sabía que decir desde hacía varios minutos. Siempre hablaban de trivialidades, quizá alguna vez salía a la luz algún tema relevante, pero lo suyo eran las conversaciones sin sentido, esas que se tienen tan a menudo que se olvidan al cabo de unos minutos, pero que quedan resonando con el eco de la risa que provocan.

Sin embargo, ese día no hablaban. Para ser exactos, llevaban ya varias semanas con el mismo patrón, se veían para desayunar en el mismo bar de la esquina en el que se habían conocido y besado por primera vez, comentaban los planes del día y cada uno se iba a trabajar, hasta la cena no se volverían a ver. Él pensaba que ella estaba demasiado pensativa, que algo le rondaba la cabeza, pero era algo que ni ella misma sabía que tenía que parir en algún momento del encuentro. Ella le veía preocupado, muy centrado en su trabajo, quizá demasiado, y temía que ambos se estuvieran distanciando sin querer. Pero ninguno decía nada.

Por fin se levantaron de la mesa con los desayunos a medio acabar y se dispusieron a pagar. Esta vez le tocaba a ella, se turnaban para compartir los gastos de la mejor manera posible. Ya en la puerta se dispusieron a ir cada uno por su camino y se despidieron con un beso. No fue uno de esos besos que dejan una sonrisa el resto del día, que dejan ese sabor dulce que te hace desear repetir el momento una y otra vez. Este beso parecía vacío de pasión, rutinario, indiferente al amor que realmente se profesaban el uno al otro. Ninguno dijo nada, pero ambos se dieron cuenta de que ese beso, no había sido de los mejores.

Pasaron el resto del día distraídos en sus puestos de trabajo, actuando de forma automática, sin pensar ni razonar lo que estaban haciendo. Firmaban papeles, entregaban los documentos, descargaban y enviaban informes... pero ambos tenían la cabeza en aquel largo silencio y en aquel corto beso. Lo cierto es que les inquietaba pensar en el inminente final que acechaba su relación, esa sombra parecía muy pesada en aquel momento y ninguno sabía cómo evitarlo o solucionar el problema. ¿Qué debían hacer? Dejarlo ahora que aun se llevaban bien parecía lo lógico, pero se amaban tanto que ni siquiera lo contemplaban. Ninguno sabía si se estaban cegando a la realidad o tan solo estaban luchando por seguir adelante juntos como habían hecho tantas veces.

Se vieron para cenar como hacían siempre, se contaron el uno al otro lo aburrido de sus rutinarios días de trabajo y al acabar se miraron a los ojos, sonrieron y se cogieron de la mano. No sabían que hacer con aquello que les había rondado la cabeza todo el día, pero en aquel momento tampoco importaba. Él se río nervioso y ella le acompañó, embelesada con el sonido de su risa. Conscientes de los nubarrones que en ocasiones asomaban por su relación, en aquella cena habían encontrado la forma de despejar el cielo y encontrarse el uno al otro, aunque fuera momentáneo.

viernes, 17 de enero de 2014

Soy

"Soy un fue y un será y un es cansado" - Quevedo

Soy un mar de cartas sin enviar, un saco de hormonas una vez al mes, una llorona que no sabe llorar. Soy una enana con pretensiones de rascacielos, un esqueleto roto sin querer, un azulejo pintado de miedo, un saber sin conocer. Soy quien busca ser encontrada y se esconde sin cesar, quien habla por dentro y no expresa ni la mitad, quien huele el sabor de la felicidad y lo rasca al despertar.

Soy la oscuridad que ilumina mi camino, mi piedra para tropezar. Soy un payaso pintado que ríe por no llorar y baila cuando todos duermen. Soy el anuncio de un insomnio permanente dentro del sueño de un niño travieso en navidad. Soy la que entierra las voces que gritan verdades y mentiras a la vez. 

Soy la chica de negro en medio de una noche sin luna. Soy tus caricias nocturnas y tus besos al desayunar, tus abrazos pendientes y tus pensamientos eróticos en la ducha. Soy el cuerpo de las curvas seguras, el olor que te estremece, el sabor que nunca se olvida. Soy las manos que rozan tu piel, las mentiras que lees en el periódico, los pies que nunca aprendieron a andar por miedo a caer.

Soy mi cama solitaria en pleno invierno, mis zapatillas rotas de tanto pisar, mis álbumes de recuerdos infinitos que se borran por casualidad. Soy las uñas que esperan arañar, los labios que esperan besar, los ojos que esperan llorar, los oídos que esperan escuchar y la chica a la que no le gusta esperar. Soy mi propio némesis y mi mejor versión. Soy un "quiero ser" continuo sin llegar nunca a la meta, un avión que no sabe aterrizar, una bandada que ha perdido el rumbo y un camino que no tiene final. Soy mi primera vez que no quiere que llegue la última. Soy un siempre, un tal vez, un nunca y un podré. Soy mi principio, mi final, mi vida, la protagonista de mi libro favorito aun sin acabar.

Soy lo que fui, lo que seré y lo que es.

sábado, 11 de enero de 2014

Yo: un fenix importante.

Hace tiempo que no escribo. Quizá porque me daba una pereza brutal seguir con el Diario de Viaje (con el que prometo que seguiré, don't worry) y porque he estado bastante ocupada con la nueva carrera y mi sensación de plenitud total, no quería fastidiar esa maravillosa sensación que desbordaba mi pecho. Pero estas navidades han sido las primeras que no me han gustado en absoluto, es la primera vez que casi desde el principio deseo que acaben. Y no esperaba acabar tan tocada. Porque si habitualmente estoy como una cabra, no os podéis imaginar lo que soy ahora mismo. No sé ni lo que digo la mitad de las veces, así que no sé ni como acabará esta publicación.

Por razones que no vienen al caso me he encontrado con una yo bastante triste y angustiada, con ese nudo en la garganta y el estómago que no acaban de desaparecer nunca y están presentes aun cuando intentas seguir adelante. Viendo "Harry Potter" (la segunda, para ser exacta) reparé en un concepto que siempre me ha gustado pero que nunca había destacado especialmente, el Fenix. Esa capacidad que tiene el Fenix de renacer de sus cenizas, de volver a surgir de su propio final me tiene fascinada. Me resulta admirable una criatura legendaria que es capaz de hacer algo tan necesario como volver a nacer cuando se ha tocado el fondo.

Creo que es importante que diga que no creo haber tocado fondo, pero creo que es hora de volver a mirar hacia fuera, de volver a sentirme bien y volver con mayor fuerza, como si la carrera acabase de empezar y yo tuviera toda la energía aun por gastar. Quiero renacer, quiero pasar página, entender que las cosas pasan y que no por ello debo quedarme atrás o estancada recordándolo. Los recuerdos son para quienes no viven el día a día y yo no quiero ser de esos. Yo quiero despertarme mañana y tener ganas de salir de la cama. Quiero tener sexo salvaje y apasionado, leer cada palabra de un libro fascinante, sonreír cuando llegan quienes me importan y reírme a carcajadas cada día. Quiero emocionarme con las películas, viajar sola y acompañada, escuchar canciones y bailar como si no me pudiese ver nadie. Quiero comer chocolate hasta hartarme y probar todo tipo de sabores. Quiero jugar al billar, a los bolos y a juegos de mesa, disfrutar con otros y conmigo misma. 

Eso es. Quiero disfrutar conmigo misma. Porque yo soy importante, soy especial, puedo dar muchísimo y exijo recibir lo mismo. Sé estar, escuchar, atender, participar, divertirme. Sé ser una idiota graciosa cuando hace falta y sé quedarme callada y abrazar a quien lo necesite. No soy perfecta y no quiero serlo, porque estoy bien como estoy, os guste o no. (Necesitaba recordar esto).

Es el momento de apartarme de mi propia lluvia de mierda, mirar hacia afuera y empezar a correr otra vez. He tomado la firme decisión de no volver a pararme o a volverme loca yo sola, de no volver a llorar sin sentido y de no volver a dudar de mí misma, porque soy lo suficientemente fuerte como para afrontar mis decisiones y porque no pienso volver a dejarme caer. No me da la gana.