miércoles, 28 de agosto de 2013

Diario de viaje: Oporto (II)

Martes. Día 2.
Amanecimos pronto influenciadas por el desayuno gratis que ofrecía el albergue desde las ocho hasta las diez de la mañana. Alrededor de las nueve estábamos despiertas y haciendo un esfuerzo sobrehumano por salir de la cama. Teníamos que hacer el check out a las once porque nos cambiaban de habitación así que nos dimos prisa en bajar a desayunar para que nos diera tiempo a todo.
En la cocina no había nadie cuando bajamos y aprovechamos para coger tres tostadas (con membrillo o mantequilla) cada una, zumo de naranja y colacao, que era lo que ofertaba el albergue. Nos sentamos en una mesa y al degustar nuestros zumos descubrimos que se trataba de un sabor muy particular que recordaba más al culo de un mandril con diarrea que a una naranja. Era un intento fallido de zumo, pero por suerte estábamos lo suficientemente despiertas como para que yo haga un chiste sobre su sabor y los “Dirty Sánchez” (cosa que no explicaré por razones obvias). Nos quitamos ese terrible sabor con el colacao y las tostadas que sí que eran muy decentes y deliciosas. Mientras acabábamos nuestro desayuno el comedor empezó a semi llenarse de extranjeros. Observamos la fauna que nos rodeaba, pero no pudimos llegar a ninguna conclusión final, así que decidimos esperar a que nos cambien de habitación para poder empezar a estudiar los hábitos de nuestros compañeros.
Al acabar fuimos a ocupar las duchas que estaban en el primer piso, de las cuales solo funcionaba una, así que mientras una se duchaba la otra ordenaba las cosas para poder salir a tiempo de la habitación. Fue un tremendo placer descubrir que el anuncio del albergue no mentía y que había agua caliente las 24h para tomar duchas. Tras esto, hicimos es check out y como no podíamos hacer el check in hasta las dos de la tarde decidimos salir a dar una vuelta y empezar nuestro pequeño y planeado tour por la ciudad. Sin wifi, mapa en mano y cámara en el bolso, nos dirigimos hacia nuestra primera parada y mi primer sueño cumplido, la Librería Lello & Irmans.
Para el que no lo sepa, en esa librería se filmo parte de la segunda película de Harry Potter (mi saga favorita, pues me crié y crecí con ella). Podéis imaginar mi cara de ilusión, asombro y sorpresa cuando nos encontramos delante de ella, haciendo cola para entrar. No podía creerme estar allí. Lamentablemente no se permitía hacer fotos así que no podré ilustraros con la maravillosa imagen de aquel local, pero os aseguro que mi respiración agitada, mi carne de gallina, mi corazón dándolo todo y yo entramos allí con la sonrisa más grande que puedo mostrar (y tengo una boca enorme, así que es una enorme sonrisa).
Me enamoré del olor a libro antiguo y nuevo, de las enormes estanterías, de las mesas llenas de libros, de los sofás donde podías sentarte a hojear las páginas de alguno de los libros que tanto tenían para contar. La librería estaba separada por temas y me los recorrí todos y cada uno de ellos. No puedo hablar por Laura, porque no la vi en casi todo el rato que estuvimos allí dentro, pero yo me perdí en el aroma de los libros y las portadas en portugués. Las escaleras del centro de la librería las subí como quien sube las escaleras con un vestido largo y con su pareja de esmoquin esperando arriba. Me emocioné a cada paso que di y finalmente, sin poder evitarlo, compré un libro: A minha palavra favorita, una recopilación de las palabras favoritas de ciertos autores y personajes famosos de Portugal, donde explican y dan luz a las palabras escogidas de la forma que mejor sepan, desde poemas, hasta definiciones, pasando por lo que realmente significa esa palabra para cada uno. Obviamente el libro incluye mi palabra favorita (“caos”) por lo que la compra era más que necesaria.
Salimos de allí muy a mi pesar (ya había planeado como podría vivir allí dentro sin que los dueños lo supieran). Pensábamos si ir a comer o si dar una vuelta por la zona cuando descubrí una gaviota dentro de un contenedor de basura abierto, le comenté a Laura mi impulso por cerrar el contenedor y mis dudas sobre ello, por suerte Laura no dudaba al respecto, así que cerro el contenedor de una patada y nos fuimos de allí. Ya habíamos dejado atrás aquel contenedor cuando oímos un fuerte ruido y vimos salir a la gaviota de forma violenta, a partir de ese momento los pájaros comenzaron a seguirnos, gaviotas y palomas se habían aliado y sabían lo que habíamos hecho. Empezábamos a temer las represalias gaviotiles.
Era casi la una así que fuimos en busca de un lugar donde comer, algo barato y suntuoso, pasamos por varios lugares de la zona que estaban entre cinco y diez euros y al final nos decidimos por uno relativamente elegante donde por seis euros teníamos el menú completo, incluyendo primer plato, segundo plato, postre y café, agua y pan. El camarero no estaba incluido en el menú lamentablemente, pero nos alegramos la vista con cada vez que pasaba por nuestro lado. La crema de verduras, el pollo, las patatas al horno y el arroz estaban de maravilla. Mención aparte merece claramente mi postre, mi deliciosa mousse de chocolate, de la que disfrute quizá algo más de la cuenta, a punto estuve de darle mi teléfono para que me llamase y podamos repetir tal placer otro día. Creeréis que exagero, pero la realidad es que al acabar se acercó el camarero a recoger los platos y me miró riéndose y pregunto: “estaba deliciosa, ¿verdad?”. No supe si morir de la vergüenza en ese momento o esperar a salir, pero tanto Laura como el resto del restaurante aseguran que me puse completamente roja. Acabamos nuestras aguas y decidí pagar y salir de allí sin mirar a la cara a los camareros que me miraban como si acabasen de ver una película porno.
Tras esto íbamos a seguir camino, pero yo preferí volver al albergue y hacer el check in, ya que no me fiaba de dejar la maleta allí en medio y quería meterla en la habitación. Como ya teníamos la llave solo necesitábamos que nos llevasen a la habitación, así que entramos y descubrimos, no solo un desorden demencial, sino también a unos especímenes rubios y con la piel algo roja. Dejamos las cosas en nuestras camas mientras tanteábamos a lo que dedujimos que eran alemanes juveniles y llenos de resaca.
Volvimos a salir unas dos horas después de haber hecho el check in, la cosa se alargó porque se nos fue la pinza haciendo el tonto y descansando después de comer, el calor nos tenía agotadas. Íbamos a ir al museo Soares dos Reis, pero al llegar descubrimos que quedaba una hora para que cerrase y nos recomendaron que volviésemos el jueves después de las seis de la tarde, que era gratis y podríamos verlo todo. Al parecer en una hora no nos daba tiempo a todo.
Nos fuimos desilusionadas por no haber podido verlo, pero pensamos en remover nuestros planes para poder ir el jueves como nos habían dicho. Al volver andando recordamos que habíamos pasado por delante del museo de fotografía y decidimos intentar entrar a ver si aun estaba abierto. Para nuestra sorpresa, aunque le quedaba también una hora nos dejaron entrar y además, ¡era gratis! Disfrutamos de las fotos y las historias que habían detrás de cada una, mi interior recordó lo mucho que le gustaba la fotografía y lo mucho que le encantaría saber sacar fotos tan increíbles como las que nos encontramos. Aunque nos habría gustado, no nos dio tiempo a verlo todo, nos quedo un piso entero sin ver, nos quedamos demasiado prendadas de la exposición sobre la Torre de los Clérigos. Se trataba de un mogollón de fotos de distintas épocas y perspectivas sobre la Torre de los Clérigos y un vídeo que vimos dos veces ya que nos sorprendimos muchísimo al ver como un hombre la escalaba sin protección alguna y además hacía piruetas en lo alto de la misma. Ambas decidimos que en algún momento tendríamos que hacer eso mismo juntas, para quitarle tanto mérito al hombre aquel.
Salimos con la duda de qué habría en el tercer piso, y nos sentamos al sol, en las escaleras del museo con dos chicos muy guapetes a nuestro lado. Disfrutamos un poco del sol y sacamos algunas fotos más pasando el rato. Volvimos al albergue hasta decidir que hacer y fue allí donde leí en una fotocopia que había en el corcho una serie de actividades nocturnas en distintos sitios de la ciudad. Nos decidimos por lo único que cobraba entrada, pero nos pareció que una tertulia folk y una jam session por solo dos euros era bastante barato.
Nos dirigimos a la zona donde se encontraba el Hard Club porque pensábamos cenar por allí cerca, descubrimos que se encontraba en un viejo mercado que tenia un restaurante en la parte de arriba, así que nos comimos una pizza allí e hicimos tiempo hasta que fuese la hora de la jam session. La pizza estaba bastante mejor de lo que yo esperaba, o quizá yo tenía más hambre de la que creía, la verdad es que llevaba todo el día comiendo a cada rato y cogiendo peso como si no hubiera un mañana. Tras la pizza y con la cuenta vinieron unos chupa chups de la casa que dejaban bastante que desear, así que no me lo acabé y bajamos directamente a buscar sitio en la jam para disfrutarla como es debido.
Dudamos de si entrar o no, porque éramos las únicas allí presentes, pero finalmente pagamos y entramos, con nuestra entrada nos dieron una consumisión gratis, con lo cual todo estaba saliendo como habíamos esperado. Nos sentamos con nuestras libretas y nuestros bolígrafos y empezamos a dibujar mientras hablábamos y apaciguábamos la espera. Casi sin darnos cuenta apareció a nuestro lado un hombre y una mujer que nos invitaron a bailar folk con ellos. Dijimos, obviamente, que no sabíamos bailar, que disfrutábamos viéndolos, pero insistieron y nos explicaron que esa noche era para aprender y que todo el mundo pudiera bailar con ellos.
Así que allí estábamos nosotras, a las once y media de la noche aprendiendo a bailar folk con unos desconocidos. Para mi sorpresa se me daba mejor de lo que creía y lo pillé rápido, al contrario que Laura, que seguía tropezando aun cuando la canción ya había acabado. Ambas estábamos lo suficientemente sorprendidas y avergonzadas como para volver a nuestro sitio pensando que ahí había acabado el asunto, pero no era así y nos sacaron a bailar dos o tres veces más. Los bailes eran cada vez más entretenidos y había cada vez más gente incluida. Ya habíamos pedido nuestras cervezas y nos habíamos sentado otra vez, para entonces Laura ya estaba algo cansada y se había centrado en dibujar. Yo, por el contrario, cerré la libreta, cogí la cámara y me quedé embobada viendo como bailaban lentas, rápidas, fados, folk francés y portugués, etc. Lo pasé tan bien bailando con ellos que no pude evitar acribillarlos a fotos, buscando siempre la foto perfecta. Me había rendido ya que no conseguía sacar la foto que quería, cuando se acercó el único chico joven y tan torpe como Laura y yo y me dijo que no podía seguir mirando de lejos, me cogió de la mano y me llevó a bailar una más. Laura me miraba desde el sitio y yo no podía creer que estuviera bailando otra vez. Acabó el baile y me besó la mano amablemente, me sonrió y yo decidí volver junto a Laura y acabarme la cerveza. Ya era la una y media y Laura estaba muy cansada debido a que no estaba durmiendo bien, así que teniendo en cuenta lo anciana que es, decidimos volver al albergue dando un pequeño paseo y comentando la jam session que acabó con nosotras bailando folk.
Llegamos y nos metimos en cama esperando que comenzase el día siguiente de una vez. Nos dormimos casi en el acto. Lamentablemente los alemanes decidieron que las siete de la mañana era la hora perfecta para volver de fiesta borrachos y haciendo todo el ruido posible, el cabreo que me pillé no tenía límites así que me dormí otra vez imaginando las distintas formas de venganza que podría usar al día siguiente. Tras un día inesperado y una noche tan divertida, no hay mejor cosa que dormirse tramando venganzas, los alemanes no sabían la guerra que acababan de comenzar.

martes, 13 de agosto de 2013

Diario de viaje: Oporto. (I)

Lunes. Día 1.
Laura y yo nos embarcamos en un viaje de una semana a Oporto y en contra de todo pronóstico, llegamos a tiempo a la estación de autobuses. Ya subiendo al autobús, nos encontramos con lo que nos acompañaría durante las cinco horas que nos quedaban para llegar a nuestro destino, el conductor del infierno. No sé si llevaba un palo metido en una zona delicada o si no había recibido buena atención de una mujer en su momento, pero fue de lo más borde y maleducado que se podía ser y nos tocó aguantar sus tonterías todo el camino.
Alrededor de las dos de la tarde (de España) una trágica noticia llega a nuestros oídos, no se puede comer en el autobús y la única parada para comer es nuestra parada. Terrible, nuestros estómagos empezaban a comerse a sí mismos y el futuro parecía incierto. Realmente sufrimos durante un momento, luego recordamos que en cualquier caso tampoco teníamos comida allí así que no íbamos a poder comer aunque estuviese permitido. De todos modos el hambre empezaba a acecharnos, lo que, sumado al cansancio de pasar tantas horas dentro de un autobús, estaba volviéndonos locas (más de lo habitual, claro).
Tras cantar, bailar, hablar casi a gritos, dar a luz a frases increíbles, tener conversaciones con y sin sentido e inventarnos teorías al respecto de todo lo que nos rodea, llegamos a Oporto. El bus agradeció nuestra parada, no solo por ser la parada para comer, sino también por ser la parada en la que las locas por fin se fueron. Nuestros relojes permanecían con la hora de España, así que llegamos sobre las cinco y media de aquí (una hora menos allí y en Canarias). Tras darnos cuenta de que por mucho que tuviéramos la dirección no sabíamos llegar al albergue, decidimos pillar un taxi que nos llevase sin perder el tiempo. Moríamos de ganas de dejarlo todo para poder ir a comer algo, y si podía ser algo con pollo mejor, porque me había entrado un antojo irracional de pollo.
Después de una vuelta turística inesperada de mano del taxista estafador de extranjeros, llegamos a nuestro albergue, hicimos el check-in y nos enteramos de que la primera noche la pasaríamos en una habitación individual donde compartiríamos cama, ya que había exceso de alojados. Encantadas con todo esto, nos dirigimos a la habitación, inspeccionamos todo, descubrimos que Ikea se había forrado a costa de este albergue y nos fuimos en busca de un lugar donde nos proporcionaran alimentos. Al salir cogimos un mapa para no acabar en Coruña otra vez y sin mirar nada nos dirigimos a donde se veían bares. Por lo general estaban todos alrededor de cinco o seis euros, pero nuestra ambición pudo con nosotras y decidimos que “podíamos hacerlo mejor”, con lo cual caminamos tres o cuatro calles más en busca de algo más barato. Debo puntualizar que con el paso de las calles entendimos el parentesco directo entre Vigo y Oporto, las cuestas infernales no se acababan nunca, y siempre había que subir, aun no sé como lo hacíamos.
Cansadas de tantas vueltas y con nuestros estómagos manteniendo una conversación entre ellos, nos paramos en un sitio que tenía el mismo precio de los anteriores, pero que parecía más suculento. En lo que esperábamos que nos atendieran vimos como el señor que estaba con su esposa a nuestro lado gritaba y se enfadaba con el pobre camarero que no parecía entender a qué venía tal bronca. A nosotras nos faltaban las palomitas para aquellas imágenes tan tensas cuando se nos acercó el pobre camarero compungido y sin poder mirarnos a la cara. Pedimos nuestros platos de pasta a la boloñesa y agua. Cuando trajeron nuestros platos no solo nos emocionamos por que por fin comeríamos, sino que además descubrimos que eran casi las seis y media de la tarde en España (y no, no decidimos cambiar nuestros relojes en todo el viaje). Eran las seis y media y nosotras estábamos empezando a comer, el viaje empezaba bien.
Comimos a gusto y casi sin hablar, cuando hay hambre no hay tiempo para hablar de nada. Después de comer decidimos volver al albergue a descansar nuestras barrigas y nuestras cabezas, tras tantas horas en bus, lo necesitábamos. Sin ayuda del mapa fui capaz de encontrar el camino de vuelta y el albergue, aunque Laura siempre se lo pasaba y yo tenía que llamarla para que se enterase de dónde era. Entramos en la habitación y cogí el mapa y mi libreta con intención de organizar y encontrar todo lo que queríamos ver, como futura lectora de mapas del viaje, necesitaba ordenar las cosas para no perdernos. Laura había empezado a dibujar y más tarde se me unió para hacer un plan del viaje y que nos diese tiempo a hacerlo todo. Para entonces ya habíamos cogido la cámara y habíamos empezado con la locura de las fotos.
Acabamos de organizarlo todo y mientras yo jugaba con la cámara Laura decidió echarme las cartas y descubrir con quien acabaría pasando el resto de mi vida. Debo decir que las cartas me putean y que no quiero volver a hacerlo nunca jamás (hasta la próxima vez que Laura quiera hacerlo, claro). Estuvimos en ello un rato, decidimos con quien acabaría Laura y con que famoso y famosa acabaríamos las dos. Todo muy divertido hasta que se nos terminó de ir la cabeza y le saque un par de fotos a la Virgen Laura, a la Laura sin cabeza y ella me sacó fotos a mi donde no se sabe si soy lista o una macarra, todo maravilloso. Con la tontería acabamos por dormirnos una hora más o menos y cuando nos desperté salimos a cenar y a dar una vuelta como reconocimiento de la zona, no solo de las calles, sino también de las personas. Daba comienzo la búsqueda de mujeres portuguesas guapas, nos habíamos propuesto romper el mito.
A mitad de camino descubrí que soy tan tonta y despistada como para dejar el mapa en el albergue, así que entre risas y tonterías anduvimos en modo aventura por los alrededores. Encontramos un lugar pequeñito donde comimos unas hamburguesas, mi antojo de pollo seguía sin ser saciado, pero no se podía hacer mucho más.
Durante la cena y viendo el camino que tomaban nuestras conversaciones inicié una lista de frases graciosas y sin sentido que soltábamos en conversaciones normales, frases que no escribiré aquí pero que quizá aparezcan de vez en cuando en Twitter. Además, y por alguna razón que no recuerdo ahora, empezamos a decir nombres de hombre con cada letra del abecedario y más tarde lo repetimos con nombres de mujer. Así ocupamos casi hora y media de charla, y tan entretenidas como con cualquier otra cosa. Como yo había pagado la comida, Laura pagaba la cena. Estábamos cenando dos o tres horas después de haber comido, definitivamente viajar da hambre y yo me vuelvo una gorda.
Tras la cena fuimos a dar un paseo y buscando como volver al albergue acabamos cruzando el río Douro porque el puente me había parecido una imagen preciosa y tuve la necesidad de sacar una foto (o muchas fotos). Laura no tuvo problema en darme mi capricho y cruzamos para ver que tal se estaba del otro lado, por un momento no supimos de que lado del río estábamos alojadas, ahora que lo pienso somos muy tontas, ya que en ningún momento habíamos cruzado el puente cuando fuimos a cenar, así que era imposible que nuestro albergue estuviera del otro lado. No sé como no lo pensamos antes.
El caso es que sacamos varias fotos y volvimos por donde habíamos venido, Laura temía que yo acabase de perder la cabeza y que llenase la cámara con fotos del mismo sitio. Sacamos nuestra primera foto juntas y decidimos ir volviendo. Seguíamos sin saber como volver así que para hacerlo fácil fuimos por la Ribeira y de paso nos deleitábamos con las vistas y con la cantidad de vida que se respiraba en esa zona. Nos paramos al lado del río donde empecé a plantearme cruzar el río a nado o robar un barco. Laura ya no quiso saciar estos caprichos y estuvimos discutiendo el tema un momento. En ello estábamos cuando se nos acercaron dos italianos en busca de información. Se ocupó mi dulce y rubia compañera de comunicarse con ellos, ya que yo no me fío de mi italiano. Ellos preguntaron por sitios donde salir de fiesta y nosotras no supimos contestarles, se marcharon decepcionados y nos giramos sin mayores respuestas que proporcionarles. Cuando nos dimos cuenta ellos ya no estaban y no se los veía por ningún lado, Laura hizo el amago de buscarlos, pero la frené en seco con intención de mantener el suspense. ¿Eran reales esos chicos? ¿Si les hubiéramos indicado un lugar para ir de fiesta se habrían convertido en hadas y nos habrían concedido deseos?... Ahora nunca lo sabremos...

Después de esto dimos por cerrada la noche y fuimos en busca del albergue. Para nuestra sorpresa habíamos estado todo el tiempo caminando alrededor de él, es lo que tiene olvidar el mapa en la habitación. Llegamos al albergue, pusimos el despertador con intención de ir a probar el desayuno gratis a la mañana siguiente y nos metimos en la cama. Nuestra misión seguía su camino, aun no habíamos encontrado portuguesas guapas pero era pronto para llegar a conclusiones precipitadas, además las extranjeras como nosotras subíamos en un 200% el nivel de belleza de la ciudad (cálculos aportados por Laura). Esa noche no solo dormimos bien, sino que además empezó el ataque de los mosquitos portugueses (y al decir esto vienen a mi mente imágenes de mosquitos con una sola ceja y bigote, un poco tópico, pero divertido de todos modos).