En
una clase de relajación nos enseñaron a hacer relajación mental.
El proceso es muy sencillo, es básicamente meditación. Si habéis
probado alguna vez la meditación sabréis a lo que me refiero. Pues
bien, rodeada de gente con problemas de ansiedad mucho mayores que
los míos y sin saber muy bien por qué tenía que quedarme allí, ya
que lo veía una pérdida de tiempo a pesar de todo, acabé por
encontrar una fascinación por la meditación o la relajación
mental, como lo llamaba la psicóloga que llevaba aquel curso.
Aquella
clase comenzó con las luces apagadas. La psicóloga conectó su
reproductor de música a los altavoces (bastante viejos) que había
sobre el escritorio y comenzó a sonar una melodía suave que a las
diez de la mañana provocaba unas enormes ganas de volver a mi cama a
dormir, es decir, cumplía su función como música relajante. Las
señoras mayores y de mediana edad, el señor rarito que se sentaba
al fondo y yo (sí, era lo más joven y normal de aquel curso, es
preocupante) nos tumbamos en el suelo, sobre unas colchonetas que
eran bastante más cómodas de lo que parecían en un principio (esto
no ayudó nada a que pudiera mantenerme despierta, pero por alguna
razón, lo conseguí).
Una
vez situados y cómodos, empezamos con una serie de ejercicios de
respiración profunda. Para quien no lo sepa haré una explicación
rápida. Normalmente al respirar solo llenamos la parte de arriba de
los pulmones, es raro que los llenemos por completo o que los
llenemos desde abajo. Durante un ataque de ansiedad o de pánico
(como quieras llamarlos, que al fin y al cabo son más o menos lo
mismo dependiendo del grado del ataque) la respiración se vuelve
agitada, irregular y muy rápida. Llenamos solo la parte de arriba de
los pulmones en una proporción bastante más pequeña y de forma
irregular y rápida, de esta manera hiperoxigenamos nuestro cuerpo
sin llegar a hacerlo bien, por eso hiperventilamos y tenemos esa
sensación tan extraña muy parecida a estar colocado. Para evitar
esto es muy adecuado aprender a hacer una respiración profunda, no
solo porque evita que hiperventilemos sino también porque es muy
relajante y ayuda a evitar estos ataques tan poco oportunos. Con la
respiración profunda se llenan los pulmones desde abajo y se llenan
por completo.
Bien,
retomando mi historia, allí estábamos, tumbados boca arriba, con
una melodía suave en nuestros oídos, los ojos cerrados y las luces
apagadas. Lo único que se podía oír a mayores de la banda sonora
proporcionada por la psicóloga era nuestra respiración tranquila.
Una vez acompasados nuestros latidos a nuestra respiración, la
psicóloga empezó a hablar metiendo diferentes imágenes en nuestra
cabeza. Puede parecer una chorrada, pero queda demostrado el poder de
la mente con este tipo de meditación. Al hablar de un lugar soleado,
algo caluroso pero sin ser agobiante a mi cabeza vinieron playas
desiertas y tranquilas donde la arena no se mete en todos los
recovecos de tu cuerpo, donde los rayos del sol estaban solo para mí.
Podéis creerme o no, pero recuerdo perfectamente sentir esa
placentera calidez en mi piel.
Acto
seguido la psicóloga nos pidió que sin irnos de aquel lugar que
había en nuestra cabeza, imaginásemos que la pierna derecha pesaba
mucho de repente, luego la izquierda se uniría, luego los brazos, el
tronco y por último la cabeza. Vuelvo a decir que podéis creerme o
no, pero recuerdo sentir esto. La verdad es que esta última es más
creíble si lo pensáis bien. Lo que hacíamos era relajar los
músculos de cada parte del cuerpo de forma paulatina de manera que
al final queda en peso muerto y da sensación de pesadez, sobre todo
cuando no dejas en peso muerto todo el cuerpo a la vez, sino que lo
haces parte por parte.
En
mi cabeza no habían pasado más de diez minutos de aquella clase
entre acostarnos, la respiración profunda, el calor del sol y la
pesadez de nuestro cuerpo, pero cuando quise darme cuenta habían
pasado ya cuarenta y cinco minutos de aquella cuarta clase de
relajación. A quince minutos de acabar yo ya estaba transportada a
mi propio interior a mi mundo particular de donde nadie en su sano
juicio osaría sacarme. Los siguientes quince minutos consistieron en
una serie de ejercicios más del mismo tipo, sonidos de la
naturaleza, imágenes de nuestros problemas desapareciendo, etc,
etc.
Pero
a mí lo que realmente me cautivó y me fascinó fue esa completa
sensación de paz del principio. Es inexplicable el placer que
resulta de ese falso silencio y el poder de una buena imaginación y
concentración. Es difícil llegar a experimentarlo, lo sé porque de
vez en cuando tengo la necesidad de abstraerme, de volver a entrar
ahí y en ocasiones resulta casi imposible crear el ambiente adecuado
para poder llevar a cabo tal tipo de relajación. Será que me cuesta
mucho hacer callar a mi cerebro y concentrarme en eso solo, o
simplemente que no encuentro el modo adecuado de hacerlo. El caso es
que lo he conseguido pocas veces más desde entonces y por muy pocas
que hayan sido, han valido la pena.
Desde
aquí recomiendo encarecidamente practicar la relajación mental o la
meditación, como queráis llamarlo. Sobre todo si sufrís de
ansiedad, estrés o algo del estilo. No soy una experta ni mucho
menos, y sin embargo repetiría algo así mil y una veces, no hay
nada como poder estar dentro de mí yo sola, sin problemas, charlas o
rayadas varias. No hay nada como poder relajarse por completo y
olvidarse un poco de lo que es ser uno mismo en el mundo real.
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