lunes, 1 de abril de 2013

Cosas que no interesan a nadie.


En una clase de relajación nos enseñaron a hacer relajación mental. El proceso es muy sencillo, es básicamente meditación. Si habéis probado alguna vez la meditación sabréis a lo que me refiero. Pues bien, rodeada de gente con problemas de ansiedad mucho mayores que los míos y sin saber muy bien por qué tenía que quedarme allí, ya que lo veía una pérdida de tiempo a pesar de todo, acabé por encontrar una fascinación por la meditación o la relajación mental, como lo llamaba la psicóloga que llevaba aquel curso.
Aquella clase comenzó con las luces apagadas. La psicóloga conectó su reproductor de música a los altavoces (bastante viejos) que había sobre el escritorio y comenzó a sonar una melodía suave que a las diez de la mañana provocaba unas enormes ganas de volver a mi cama a dormir, es decir, cumplía su función como música relajante. Las señoras mayores y de mediana edad, el señor rarito que se sentaba al fondo y yo (sí, era lo más joven y normal de aquel curso, es preocupante) nos tumbamos en el suelo, sobre unas colchonetas que eran bastante más cómodas de lo que parecían en un principio (esto no ayudó nada a que pudiera mantenerme despierta, pero por alguna razón, lo conseguí).
Una vez situados y cómodos, empezamos con una serie de ejercicios de respiración profunda. Para quien no lo sepa haré una explicación rápida. Normalmente al respirar solo llenamos la parte de arriba de los pulmones, es raro que los llenemos por completo o que los llenemos desde abajo. Durante un ataque de ansiedad o de pánico (como quieras llamarlos, que al fin y al cabo son más o menos lo mismo dependiendo del grado del ataque) la respiración se vuelve agitada, irregular y muy rápida. Llenamos solo la parte de arriba de los pulmones en una proporción bastante más pequeña y de forma irregular y rápida, de esta manera hiperoxigenamos nuestro cuerpo sin llegar a hacerlo bien, por eso hiperventilamos y tenemos esa sensación tan extraña muy parecida a estar colocado. Para evitar esto es muy adecuado aprender a hacer una respiración profunda, no solo porque evita que hiperventilemos sino también porque es muy relajante y ayuda a evitar estos ataques tan poco oportunos. Con la respiración profunda se llenan los pulmones desde abajo y se llenan por completo.
Bien, retomando mi historia, allí estábamos, tumbados boca arriba, con una melodía suave en nuestros oídos, los ojos cerrados y las luces apagadas. Lo único que se podía oír a mayores de la banda sonora proporcionada por la psicóloga era nuestra respiración tranquila. Una vez acompasados nuestros latidos a nuestra respiración, la psicóloga empezó a hablar metiendo diferentes imágenes en nuestra cabeza. Puede parecer una chorrada, pero queda demostrado el poder de la mente con este tipo de meditación. Al hablar de un lugar soleado, algo caluroso pero sin ser agobiante a mi cabeza vinieron playas desiertas y tranquilas donde la arena no se mete en todos los recovecos de tu cuerpo, donde los rayos del sol estaban solo para mí. Podéis creerme o no, pero recuerdo perfectamente sentir esa placentera calidez en mi piel.
Acto seguido la psicóloga nos pidió que sin irnos de aquel lugar que había en nuestra cabeza, imaginásemos que la pierna derecha pesaba mucho de repente, luego la izquierda se uniría, luego los brazos, el tronco y por último la cabeza. Vuelvo a decir que podéis creerme o no, pero recuerdo sentir esto. La verdad es que esta última es más creíble si lo pensáis bien. Lo que hacíamos era relajar los músculos de cada parte del cuerpo de forma paulatina de manera que al final queda en peso muerto y da sensación de pesadez, sobre todo cuando no dejas en peso muerto todo el cuerpo a la vez, sino que lo haces parte por parte.
En mi cabeza no habían pasado más de diez minutos de aquella clase entre acostarnos, la respiración profunda, el calor del sol y la pesadez de nuestro cuerpo, pero cuando quise darme cuenta habían pasado ya cuarenta y cinco minutos de aquella cuarta clase de relajación. A quince minutos de acabar yo ya estaba transportada a mi propio interior a mi mundo particular de donde nadie en su sano juicio osaría sacarme. Los siguientes quince minutos consistieron en una serie de ejercicios más del mismo tipo, sonidos de la naturaleza, imágenes de nuestros problemas desapareciendo, etc, etc.
Pero a mí lo que realmente me cautivó y me fascinó fue esa completa sensación de paz del principio. Es inexplicable el placer que resulta de ese falso silencio y el poder de una buena imaginación y concentración. Es difícil llegar a experimentarlo, lo sé porque de vez en cuando tengo la necesidad de abstraerme, de volver a entrar ahí y en ocasiones resulta casi imposible crear el ambiente adecuado para poder llevar a cabo tal tipo de relajación. Será que me cuesta mucho hacer callar a mi cerebro y concentrarme en eso solo, o simplemente que no encuentro el modo adecuado de hacerlo. El caso es que lo he conseguido pocas veces más desde entonces y por muy pocas que hayan sido, han valido la pena.
Desde aquí recomiendo encarecidamente practicar la relajación mental o la meditación, como queráis llamarlo. Sobre todo si sufrís de ansiedad, estrés o algo del estilo. No soy una experta ni mucho menos, y sin embargo repetiría algo así mil y una veces, no hay nada como poder estar dentro de mí yo sola, sin problemas, charlas o rayadas varias. No hay nada como poder relajarse por completo y olvidarse un poco de lo que es ser uno mismo en el mundo real.

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