Después
de una gran temporada de dormir, comer y pensar de forma insana, el
miércoles de la semana pasada fui a Barcelona. Y para quien no lo
sepa, amo esa ciudad con todo mi ser.
Visitarla
ha sido purgatorio para mí, como mínimo. Necesitaba ese descanso de
todo, de lo que me rodeaba, de la misma ciudad con las mismas rayadas
taladrándome en la cabeza una y otra vez. Necesitaba salir de aquí
y encontrarme en la maravilla que es en sí misma Barcelona. Una
ciudad de ensueño, al menos para mí, que siempre me ha fascinado
más de lo que os imagináis.
Como
digo, esta ciudad me puede. Cuando fui por primera vez hace tres o
cuatro años (más o menos), surgió un poco de la nada. Me invitaron
a ir a modo de agradecimiento un poco y casi en el último momento.
Me costó decidirme y cuando me quise dar cuenta estaba en un avión
de camino a la ciudad con la que soñaba desde hacía tiempo. Visité
el Salón del Manga, que era a lo que iba en principio. Pero mi
hermano me dedicó un día entero para mí, para enseñarme aquello
que solo conocía en fotos, y me llevó al Parque Güell. Había
visto fotos, había escuchado lo que me contaban, pero superó todas
mis expectativas. Recuerdo con especial cariño el día que visité
el parque, mi hermano y yo solos, al entrar me hizo prometer que no
levantaría la vista de mis pies hasta que él me lo dijera. La
intriga me mataba, yo con la curiosidad creo una ansiedad profunda,
pero conseguí aguantarme. Me llevó hasta lo más alto del parque,
justo al lado de nosotros había un hombre tocando la guitarra, una
melodía muy bonita y apropiada, por cierto. Cuando estaba en lo más
alto y por fin levanté la cabeza, Barcelona estaba a mis pies. Toda
la ciudad esperando ser conocida, esperando que yo la descubra paso a
paso. Podía ver cada edificio, cada calle, la Sagrada Familia... Y
todo adornado con la música más apropiada. Llamadme sentimental,
pero no pude evitar soltar alguna lagrimilla de emoción. Creo que
tuve durante unos dos años una de las fotos de fondo de móvil, solo
porque así podía volver a ver lo mismo que aquel día.
Podéis
imaginároslo, con un comienzo así, mi amor por esa ciudad solo
podía ir a más. Me enamoré profundamente de todo, y lo mejor es
que aun no había visto nada. La verdad es que después de aquello
volví a la ciudad al año siguiente, repitiendo un poco la
experiencia y conociendo un poco más que la última vez. Cada vez
que voy me niego a volver a Coruña, que me gusta mucho, pero en
Barcelona cada paso me produce placer. El año pasado no pude ir por
distintas cosas del destino y cuando este año me dijeron que el
viaje se hacía, no dudé ni un momento en apuntarme. Creo que no me
perdería la experiencia de Barna nunca, y si algún día me niego a
ir, disparadme.
El
viaje empezó muy bien, iba con ganas, la verdad. Me apetecía una
barbaridad. Volar con Vueling mola bastante, yo que estoy
acostumbrada a Ryanair. Así que casi sin darme cuenta estaba bajando
del avión. Y ya notaba esa felicidad plena. Es como si al viajar
allí dejara aquí una parte de mí, esa parte de la que suelo
necesitar escapar, esa parte que me hace pensar más de la cuenta,
esa parte que por alguna razón desaparece cada vez que voy.
No
voy a relatar aquí cada una de las partes del viaje, ni cada día
minuto a minuto. Pero sí me gustaría hablar de lo maravillosa que
me resulta. Sé que es un amor idílico, que hay de todo, como en
todas las ciudades. Pero seguro que conocéis aquella frase de
“puedes sacar a la chica de la ciudad, pero no a la ciudad de la
chica”. Algo así es lo que me pasa a mí. Quedar en Plaza
Catalunya y desde allí ir a las Ramblas. El movimiento y la vida que
se respira allí es fantástico, desde los timadores, hasta los
vendedores de flores, pasando por los hipsters y los que
venden animales, parándote a ver cada impresionante actuación
callejera (que está lleno de talentos), respirando el ambiente, con
esa ingente cantidad de personas moviéndose de un lado a otro. Un
lugar lleno de historias, a cada cual distinta de la anterior.
Entrar
en el mercado (La boquería)... ¡oh, es genial! Cada vez que entro
no puedo evitar dos cosas: la primera, repetir una y otra vez que a
mi madre le encantaría estar allí; la segunda, comprar un vaso con
trozos de fruta. Solo le veo un problema y es que a mí me resulta
agobiante estar rodeada de gente casi sin poder moverme, y eso es en
esencia el mercat. Por lo
demás, la mezcla de olores, de ruidos, de gente y de culturas,
compensa cualquier tipo de agobio... Además de que la fruta me
sienta genial cuando hace calor.
Por otro lado, el domingo tuve la
oportunidad de experimentar yo sola la ciudad, me dio por salir
temprano del albergue y desayunar fuera mientras hacía algo de
turismo por mi cuenta. Me pasé todo el día fuera recorriendo las
largas calles de Barcelona. Desde el Triangle hasta el barrio Gótico,
andando sin descanso, desayunando, comiendo y tomando mi postre (un
súper helado delicioso) mientras visitaba con tranquilidad y
parsimonia aquello que solía ver acompañada. Qué placer... No me
perdí aunque esperaba hacerlo (adoro perderme donde me encuentro tan
bien), cogí el metro, recorrí el maravilloso parque que hay después
del paseo del Arc de Triomf, disfrutando cada paso, cada escultura.
La cantidad de niños explotando burbujas gigantes y las familias y
grupos de amigos comiendo al aire libre, tomando el sol, disfrutando
del domingo. Sí, no pudo ser más utópico. La verdad es que este
amor no me lo van a quitar así como así.
(Yendo
a cosas mas banales, será porque hay más gente, pero la verdad es
que hacía mucho que no veía yo tanto chico guapo junto. No se ven
cosas así todos los días, era algo de disfrute la verdad).
El
caso es que aquí cuento gilipolleces a mansalva y hoy me apetecía
comentar uno de mis grandes amores, Barcelona. No disfruto de ella
tanto como me gustaría, pero confío en poder vivir allí en algún
momento de mi vida, sería perfecto tener una vida allí. Creo que no
me queda más por decir que no sea repetirme y regodearme en el pacer
y la felicidad que me provoca recordar mis seis días de viaje en una
ciudad que es arte en sí misma. Debo advertir que el tema de
conversación me va a durar bastante, eso está más que claro. Así
que a los más cercanos os toca aguantarme si queréis... Y si no,
dejadme hablando sola, que ya me hago feliz yo misma escuchándome
hablar sobre una de mis cosas favoritas más amadas.