En
ocasiones me planteo hasta que punto he cambiado realmente. Quiero
decir, estoy contenta con mi forma de ser ahora mismo, a pesar de que
a veces no me soporte o no esté conforme del todo, puedo decir que
me gusta como soy en general. Sin embargo, hay días como hoy en que
creo que no he cambiado tanto como me gusta pensar.
Me
encuentro a mí misma en ciertos ambientes o con ciertas personas y
en mi cabeza retumba mi yo de los quince años. Creo que en el fondo
sigo siendo la misma, la niñata respondona, borde y mal llevada que
vestía de negro, con pinchos y no sonreía en las fotos (si es que
salía en alguna foto). Me perturba bastante pensar que esa parte de
mí sigue ahí tan latente como antes, solo que la camuflo un poco
para poder creerme que en realidad he madurado y ya no soy la misma.
Lo
peor es que con respecto a esa yo del pasado tengo unos sentimientos
bastante contradictorios porque por un lado creo que no volvería ni
borracha a pasar por esos años, pero por otro lado, me gustaban
mucho ciertas actitudes arrogantes y pasotas que me hacían ser
bastante diferente a los demás. Ahora que lo pienso, me parece que
no volvería a esos años y a esa adolescencia solo porque en
realidad nunca se fue, nunca pasó de largo, y si en algún momento
vuelvo a ella, me veo como entonces y creo que nada de lo que ha
pasado estos años ha valido para centrarme o hacerme madurar.
Puedo
y podéis pensar que si me planteo estas cuestiones es que la cosa no
está tan mal y que ciertamente sí que he cambiado en gran parte mi
forma de ser, que he evolucionado como persona. Y sí, eso fue lo
primero que pensé cuando me planteé estos menesteres hace un rato.
Sin embargo, lo siguiente que me vino a la cabeza es que el
plantearme esto también equivale a la duda existencial de quién soy
en realidad, si soy esa cría que hablaba sin saber o si soy esta
joven que aprende a vivir. Si la duda existe, solo cabe pensar que en
realidad no soy quien creo que soy, sino que soy una totalmente
distinta, una que no quiero ser, una que ya debería haber acabado,
una que se creía muy guay y no llegaba ni a chachi.
No
sé. Supongo que me inquieta pensar que sigo siendo la misma de hace
siete años, me inquieta verme en ocasiones igual que entonces, me
inquieta pensar que he cambiado cuando, en realidad, lo único que he
hecho ha sido camuflar la evidencia para convencerme a mí y a los de
mi alrededor que las cosas no son como antes, que ya no me dejo
pisotear como entonces, que ya no aguanto las mismas tonterías que
me hacían llorar entonces, que ya no cierro los ojos cuando me veo
acorralada.
En
el fondo soy y seguiré siendo la misma. Y creo que por muchos
recuerdos increíblemente buenos que tenga de aquella época, sigo
sin querer ser del todo ella otra vez. Pero si en realidad nunca dejé
de ser ella, si en realidad no he cambiado como creía que había
hecho, quizá la cosa sea que la gente no cambia, que yo no cambio,
que no soy distinta ni lo seré y que siempre seré aquella chica de
15 años que se veía enfrentada al mundo cada vez que tenía
oportunidad. No os imagináis lo extremadamente perturbador que me
resulta creer por momentos que esa es la realidad.
Sinceramente
espero que sea la imagen del día, sin más, que no vaya más allá
de esto, que solo sea lo que queda después de un reencuentro leve
con un pasado no tan lejano.
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