Miércoles.
Día 3.
Durante la noche mi móvil quedó
sin batería y por lo tanto no sonó el despertador que había
puesto, lo que significa que en lugar de despertarnos a las nueve
como habíamos planeado nos despertamos a la una (hora de verdad, la
española, porque está claro que la hora de Portugal es de mentira).
El plan inicial había sido ir a la
playa, pero nos falló el tiempo (cosa que debimos mirar antes de
hacer el planning del viaje) y esa mañana había llovido. Así que,
aunque hacía calor, nos decidimos por aplazarlo y cambiar los planes
de la semana. Salimos una hora después, duchadas, vestidas (que es
importante) y con un hambre voraz atacándonos. Decidimos que iríamos
al jardín del Palacio de Cristal, así que buscamos donde comer de
camino allí para no perder tiempo y aprovecharlo bien allí luego.
Laura me dio la cámara de camino,
así que mientras buscábamos donde comer por la Ribeira me dediqué
a sacar fotos hasta de los pobres trabajadores del lugar. Encontramos
lo que parecía un menú suculento por solo cinco euros, poseídas
por el hambre decidimos que ese día no “podíamos hacerlo mejor”
y entramos en busca de alimentos que nos llenaran el estómago y
acallaran nuestras quejas. Finalmente, aunque el plato de comida sí
que era suculento, el pan y el agua venían aparte (cosa que nos
dijeron cuando nos dieron la cuenta y no al principio cuando
preguntamos si incluía todo), así que gastamos más de lo esperado.
Gracias, bar cochambroso de la Ribeira.
Tras la comida parecía buena idea
seguir a pie hasta el jardín, ya que no estaba muy lejos según mi
lectura en el mapa. También hay que decir que según mi lectura en
el mapa estábamos yendo por el camino correcto y no era así, lo que
significa que caminamos lo que no habíamos caminado en nuestra vida.
Lo bueno es que bajamos los kilos que pudimos coger durante la comida
y que descubrimos el parentesco directo entre Vigo y Oporto (porque
si no están emparentadas directamente, lo de la ingente cantidad de
cuestas no se explica).
Después
de meternos por el camino que no era (aquello parecía el Bronx de
Oporto, pensamos que nos atracarían en cualquier momento, eso o
veríamos pasar en un tractor a alguien que nos diría algo como
“cantas vacas tes?”... muy turbio todo), encontramos el jardín
que estábamos buscando , pero no la entrada. No podía ser todo tan
sencillo y el caso era frustrar mis planes de pasar un buen día en
el jardín. Íbamos bajando la cuesta, siguiendo la muralla que rodea
el jardín porque en algún momento teníamos que encontrar la
entrada (cabe destacar que este jardín es bastante más grande que
cualquier parque de Coruña, lo que significa que cuando digo que
caminamos rodeando la muralla, significa que caminamos como si no
hubiera un mañana). Cuando yo me había decidido a preguntar a
alguien por donde era la entrada nos cruzamos con otros dos turistas
que iban en sentido contrario a nosotras y que nos preguntaron si de
donde veníamos estaba la entrada, como comprenderéis aquello no nos
dio esperanzas. Estaba ya planeando como escalar la muralla para
acabar con tanta tontería de caminar, cuando nos encontramos con
unas vistas preciosas del río y nos paramos a hacer fotos, como
buenas turistas que somos. Así que allí estábamos, rodeadas de
muchos turistas haciendo exactamente lo mismo que nosotras, con la
diferencia de que yo seguía convencida de poder escalar esa muralla,
a pesar de las pegas que ponía Laura a todos mis planes.
Temiendo encontrarnos a los dos
turistas que nos habíamos cruzado antes, seguimos subiendo en busca
de una entrada. Vimos que una señora y si hija se encontraban en los
mismos menesteres que nosotras así que decidimos seguirlas con
cuidado pero nos rendimos ante la cuesta que teníamos delante y nos
metimos por un parking. Finalmente lo habíamos conseguido, estábamos
dentro, todo había salido a pedir de Milhouse, solo que con una hora
de retraso. La primera visión que conseguimos fue la del Palacio de
Cristal, bastante menos impresionante de lo que suena, que estaba
cerrado, pero el resto del parque no lo estaba y en sus entrañas se
encontraba el museo romántico que habíamos ido a visitar, así que
hacia allí nos encaminamos.
Empezamos a bajar entre arbustos y
arboleda y nos cruzamos en nuestro camino con un precioso pavo real
que se encontraba paseando libremente por el parque adelante.
Teníamos que sacarle una foto. Laura cogió la cámara y yo me
acerqué lentamente hacia él con intención de salir en la foto y,
si había suerte, de tocarlo. Cuando me quise dar cuenta, un niño de
unos diez años estaba haciendo exactamente lo mismo que yo, con la
misma cara y los mismos gestos, ante esto me empecé a plantear no
solo lo mucho que puede tardar Laura en sacar una foto, sino también
lo infinitamente infantil que puedo llegar a ser a veces.
Acabado
nuestro encuentro y temiendo que hubiese cerrado el museo, seguimos
nuestro camino raudas y veloces. Llegamos por los pelos y al entrar
nos metieron en un grupo para ser guiados por la casa, pagamos sus
dos euros de entrada (sí, así de barato el museo) y tras esperar a
que se adelantase el grupo previo a nosotros, empezamos la visita en
portugués porque como dijo la que nos guiaba “el portugués y el
español es casi igual, así que nos entendemos”. Debo decir que
quedamos ambas maravilladas con el museo, la ambientación era
increíble y los muebles no se quedaban atrás, los cuadros, las
esculturas, cada una de las piezas de decoración, los tres pianos
que había en la sala de baile, realmente impresionante. En medio del
museo había una exposición contemporánea que no acabé de
entender, incluía cangrejos de plástico pintarrajeados en medio del
comedor romántico, cuadros románticos que tenían pintado con
spray alguna parte y alguna cosa más que no encajaba en absoluto y a
la que tampoco le encontré el significado (cierto es que no me
molesté en buscarlo tampoco).
Acabada la visita nos dirigimos a un
chiringuito que había en el parque donde yo había tenido un fuerte
antojo de helado de chocolate y decidimos pasar allí el resto de la
tarde, el parque era infinitamente precioso, llegué a decir que era
mucho más bonito que el parque de Santa Margarita, y ese es mi
parque favorito de Coruña.
Nos sentamos a degustar nuestros
helados en un banco delante del chiringuito y estábamos en esos
menesteres cuando apareció frente a nosotras un pequeño pato
andando tranquilamente. Los que me conocéis podéis imaginar mi
emoción, mi euforia y hasta mi histeria al verlo. Empecé a sacarle
fotos como una desquiciada y acto seguido me puse a andar detrás de
él imitando el andar patuno (he de decir que hay una foto de eso que
el mundo no verá jamás si puedo evitarlo). Anonadada me hallaba yo
con tan precioso animal delante hasta que de pronto vemos como se nos
acerca un pavo real, pero no el que habíamos visto antes, este era
más descolorido y tenía cara de cabroncete (me da igual lo que me
digáis, tenía una expresión de psicópata que no podía con ella).
Al principio nos hizo gracia su curiosidad y acercamiento a nuestro
banco, pero vimos que se acercaba mucho así que nos dimos por
aludidas y dejamos de observarlo, decidimos que si lo ignorábamos,
seguramente se iría (una lógica aplastante). El caso es que
apareció otro pavo más y ambos empezaron a acecharnos y con Laura
nos asustamos considerablemente.
Ya no sabíamos ni como escapar de
aquello (para el dueño del puesto de helados aquello era todo un
espectáculo y él tenía entradas en primera fila). Empezamos a
alucinar un poco con el bullying que nos hacían los pavos reales
esos y llegamos a la conclusión de que sabían de lo sucedido con la
gaviota el día anterior, solo podíamos fiarnos del pato que seguía
dando vueltas por allí sin rumbo aparente y con cara de idiota (lo
normal en los patos y en mí). Acabamos los helados y nos alejamos de
la zona disimuladamente aprovechando que se habían alejado de
nosotras momentáneamente (aunque nos vigilaban desde la distancia).
Decidimos ir en busca de la familia de aquel pato no solo para
agradecer que nos protegiera desde la distancia, sino para hacerles
saber que su querido patito despistado andaba caminando entre dos
pavos reales matones. Así fue como encontramos el estanque donde
nadaban despreocupados muchos patos más de distintas clases (a cada
cual más encantador) en medio de algunas ocas y un gallo (que no
tengo muy claro que es lo que hacía allí). Nos sentamos en el
centro del estanque y disfrutamos de la tranquilidad, del sol y de
las preciosas vistas que teníamos ante nosotras junto con una enorme
libélula que se posó delante de nosotras y se quedó allí hasta
que continuamos camino.
Después de varias fotos y varios
estornudos de Laura, decidimos seguir recorriendo el parque, así que
me despedí de los patos y de la libélula y seguimos paseando y
sacando fotos a nuestro alrededor. Aun era pronto así que decidimos
sentarnos en el césped a tomar el sol cual lagartos y sacar algunas
fotos más. Allí fue donde descubrí que Laura es mi modelo favorita
porque le saco unas fotos que no se lo cree ni ella (¡fotazas,
hoygan!) y también fue donde sacamos las mejores fotos juntas. Al
cabo de un rato aparecieron dos tíos dispuestos a imitarnos y se
tumbaron en el césped a nuestro lado y empezaron a hacer ruidos
raros. Mientras uno de ellos hacía ruiditos, el otro se reía con
toda su alma y Laura y yo le acompañábamos, porque lo cierto es que
era bastante gracioso.
Con la llegada de la sombra nos
fuimos para volver con tranquilidad y parsimonia a la zona del
albergue. De camino nos entró antojo de Burger King, pero no
encontrábamos ninguno así que decidimos preguntar a un chico que
estaba sentado escuchando música y nos indicó que creía que podía
haber uno en un centro comercial cerca de la zona de las tiendas. Y
allí nos dirigimos, pero nuestra suerte quiso que no hubiera más
que “MacCacas” con lo cual nos decidimos finalmente por comer en
el wok del centro comercial, que tenían Udon y eso apetecía mucho.
Allí nos entretuvimos mirando el
mapa en busca de zonas de salir por las cercanías del albergue y
cuando nos quisimos dar cuenta estaban ya cerrados casi todos los
establecimientos del centro comercial, así que nos dispusimos a
marcharnos de allí. Como a lo largo del día, nuestra suerte siguió
puteándonos un rato más y descubrimos que las escaleras mecánicas
estaban cerradas y nosotras sin saber como salir de allí. Nuestra
lógica aplastante volvió a funcionar y dedujimos que era buena idea
coger el ascensor, que si allí había gente aun tendrían que salir
por allí en algún momento.
Cogimos el ascensor y por alguna
razón, Laura le dio al octavo piso en lugar de ir al piso más bajo.
El octavo piso del parking al que salimos estaba vacío, solo quedaba
allí un coche en la lejanía, no se oía ni un alma ni podía verse
a nadie. Las vistas de la ciudad desde allí eran preciosas así que
me acerqué momentáneamente a la ventana para admirar aquella
visión. En medio de aquel momento solitario, silencioso e idílico
se oyó un ruido a lo lejos y nos asustó un poco, pero el punto
culmen de nuestro miedo llegó cuando a mí se me ocurrió decirle:
“Así empiezan las película de miedo.” Laura entró en pánico,
me cogió de la mano y me llevó corriendo al ascensor otra vez, yo
iba riéndome hasta que vi que el ascensor por el que habíamos
subido no funcionaba, así que me sumé al pánico de Laura y ambas
llamamos al otro ascensor con una rapidez casi violenta. En cuanto
llego, lo cogimos y paramos en la planta cero a la que debimos ir
desde un principio, y desde esa planta del parking pudimos salir a la
calle, aunque sabíamos que no estaríamos seguras hasta no ver
cierta civilización a nuestro alrededor.
Continuamos el resto de nuestro
paseo nocturno haciendo bromas sobre la película de terror basada en
hechos reales que podríamos protagonizar ambas, la titulamos “La
octava planta”, que parecía tener mas gancho. Estaba dedicándome
a contar como escribiría un libro y sería la nueva Stephen King
cuando pasamos por delante del conocido Tribeca, un restaurante y bar
jazz club. Nos paramos en la puerta y Laura me hablaba de lo que
sabía de ese sitio cuando salió un camarero a decirnos que estaban
a punto de comenzar con un concierto bossa nova. Nos convencimos la
una a la otra y entramos sin saber que la consumición mínima era de
cinco euros, pero valía la pena así que nos tomamos dos cañas cada
una.
Hago un inciso para comentar que las
consumiciones eran apuntadas en un cartón que nos daban al entrar,
en la parte inferior del cartón había una nota que ponía: “En
caso de perdida del cartón el consumidor deberá pagar 150€”.
Ambas quisimos quedarnos con aquel cartón, pues no sabíamos que
usaban sangre de unicornio para escribirlo, al menos esa era la única
explicación posible para ese coste de un cartón más pequeño que
un folio.
Con respecto al concierto, fue
increíble. Dos horas que valía la pena pagar y presenciar, por
falta de dinero no pudimos comprar el CD que tenían ellos allí y
ambas lo lamentamos mucho. También nos acordamos de muchos a los que
les habría encantado estar allí con nosotras, así que os dejo más
abajo un link a alguno de los vídeos de su canal para que podáis
escuchar la preciosa voz de la cantante.
Al acabar el concierto fuimos por la
zona de pubs para ver que clase de especies se movían por allí,
pero nos encontrábamos bastante cansadas ambas, así que volvimos al
albergue a dormir dando el día por finalizado.