Martes.
Día 2.
Amanecimos pronto influenciadas por
el desayuno gratis que ofrecía el albergue desde las ocho hasta las
diez de la mañana. Alrededor de las nueve estábamos despiertas y
haciendo un esfuerzo sobrehumano por salir de la cama. Teníamos que
hacer el check out a las once porque nos cambiaban de
habitación así que nos dimos prisa en bajar a desayunar para que
nos diera tiempo a todo.
En la cocina no había nadie cuando
bajamos y aprovechamos para coger tres tostadas (con membrillo o
mantequilla) cada una, zumo de naranja y colacao, que era lo que
ofertaba el albergue. Nos sentamos en una mesa y al degustar nuestros
zumos descubrimos que se trataba de un sabor muy particular que
recordaba más al culo de un mandril con diarrea que a una naranja.
Era un intento fallido de zumo, pero por suerte estábamos lo
suficientemente despiertas como para que yo haga un chiste sobre su
sabor y los “Dirty Sánchez” (cosa que no explicaré por razones
obvias). Nos quitamos ese terrible sabor con el colacao y las
tostadas que sí que eran muy decentes y deliciosas. Mientras
acabábamos nuestro desayuno el comedor empezó a semi llenarse de
extranjeros. Observamos la fauna que nos rodeaba, pero no pudimos
llegar a ninguna conclusión final, así que decidimos esperar a que
nos cambien de habitación para poder empezar a estudiar los hábitos
de nuestros compañeros.
Al acabar fuimos a ocupar las duchas
que estaban en el primer piso, de las cuales solo funcionaba una, así
que mientras una se duchaba la otra ordenaba las cosas para poder
salir a tiempo de la habitación. Fue un tremendo placer descubrir
que el anuncio del albergue no mentía y que había agua caliente las
24h para tomar duchas. Tras esto, hicimos es check out y como
no podíamos hacer el check in hasta las dos de la tarde
decidimos salir a dar una vuelta y empezar nuestro pequeño y
planeado tour por la ciudad. Sin wifi, mapa en mano y cámara en el
bolso, nos dirigimos hacia nuestra primera parada y mi primer sueño
cumplido, la Librería Lello & Irmans.
Para el que no lo sepa, en esa
librería se filmo parte de la segunda película de Harry Potter (mi
saga favorita, pues me crié y crecí con ella). Podéis imaginar mi
cara de ilusión, asombro y sorpresa cuando nos encontramos delante
de ella, haciendo cola para entrar. No podía creerme estar allí.
Lamentablemente no se permitía hacer fotos así que no podré
ilustraros con la maravillosa imagen de aquel local, pero os aseguro
que mi respiración agitada, mi carne de gallina, mi corazón dándolo
todo y yo entramos allí con la sonrisa más grande que puedo mostrar
(y tengo una boca enorme, así que es una enorme sonrisa).
Me enamoré del olor a libro antiguo
y nuevo, de las enormes estanterías, de las mesas llenas de libros,
de los sofás donde podías sentarte a hojear las páginas de alguno
de los libros que tanto tenían para contar. La librería estaba
separada por temas y me los recorrí todos y cada uno de ellos. No
puedo hablar por Laura, porque no la vi en casi todo el rato que
estuvimos allí dentro, pero yo me perdí en el aroma de los libros y
las portadas en portugués. Las escaleras del centro de la librería
las subí como quien sube las escaleras con un vestido largo y con su
pareja de esmoquin esperando arriba. Me emocioné a cada paso que di
y finalmente, sin poder evitarlo, compré un libro: A minha palavra
favorita, una recopilación de las palabras favoritas de ciertos
autores y personajes famosos de Portugal, donde explican y dan luz a
las palabras escogidas de la forma que mejor sepan, desde poemas,
hasta definiciones, pasando por lo que realmente significa esa
palabra para cada uno. Obviamente el libro incluye mi palabra
favorita (“caos”) por lo que la compra era más que necesaria.
Salimos de allí muy a mi pesar (ya
había planeado como podría vivir allí dentro sin que los dueños
lo supieran). Pensábamos si ir a comer o si dar una vuelta por la
zona cuando descubrí una gaviota dentro de un contenedor de basura
abierto, le comenté a Laura mi impulso por cerrar el contenedor y
mis dudas sobre ello, por suerte Laura no dudaba al respecto, así
que cerro el contenedor de una patada y nos fuimos de allí. Ya
habíamos dejado atrás aquel contenedor cuando oímos un fuerte
ruido y vimos salir a la gaviota de forma violenta, a partir de ese
momento los pájaros comenzaron a seguirnos, gaviotas y palomas se
habían aliado y sabían lo que habíamos hecho. Empezábamos a temer
las represalias gaviotiles.
Era casi la una así que fuimos en
busca de un lugar donde comer, algo barato y suntuoso, pasamos por
varios lugares de la zona que estaban entre cinco y diez euros y al
final nos decidimos por uno relativamente elegante donde por seis
euros teníamos el menú completo, incluyendo primer plato, segundo
plato, postre y café, agua y pan. El camarero no estaba incluido en
el menú lamentablemente, pero nos alegramos la vista con cada vez
que pasaba por nuestro lado. La crema de verduras, el pollo, las
patatas al horno y el arroz estaban de maravilla. Mención aparte
merece claramente mi postre, mi deliciosa mousse de chocolate, de la
que disfrute quizá algo más de la cuenta, a punto estuve de darle
mi teléfono para que me llamase y podamos repetir tal placer otro
día. Creeréis que exagero, pero la realidad es que al acabar se
acercó el camarero a recoger los platos y me miró riéndose y
pregunto: “estaba deliciosa, ¿verdad?”. No supe si morir de la
vergüenza en ese momento o esperar a salir, pero tanto Laura como el
resto del restaurante aseguran que me puse completamente roja.
Acabamos nuestras aguas y decidí pagar y salir de allí sin mirar a
la cara a los camareros que me miraban como si acabasen de ver una
película porno.
Tras esto íbamos a seguir camino,
pero yo preferí volver al albergue y hacer el check in, ya
que no me fiaba de dejar la maleta allí en medio y quería meterla
en la habitación. Como ya teníamos la llave solo necesitábamos que
nos llevasen a la habitación, así que entramos y descubrimos, no
solo un desorden demencial, sino también a unos especímenes rubios
y con la piel algo roja. Dejamos las cosas en nuestras camas mientras
tanteábamos a lo que dedujimos que eran alemanes juveniles y llenos
de resaca.
Volvimos a salir unas dos horas
después de haber hecho el check in, la cosa se alargó porque
se nos fue la pinza haciendo el tonto y descansando después de
comer, el calor nos tenía agotadas. Íbamos a ir al museo Soares dos
Reis, pero al llegar descubrimos que quedaba una hora para que
cerrase y nos recomendaron que volviésemos el jueves después de las
seis de la tarde, que era gratis y podríamos verlo todo. Al parecer
en una hora no nos daba tiempo a todo.
Nos fuimos desilusionadas por no
haber podido verlo, pero pensamos en remover nuestros planes para
poder ir el jueves como nos habían dicho. Al volver andando
recordamos que habíamos pasado por delante del museo de fotografía
y decidimos intentar entrar a ver si aun estaba abierto. Para nuestra
sorpresa, aunque le quedaba también una hora nos dejaron entrar y
además, ¡era gratis! Disfrutamos de las fotos y las historias que
habían detrás de cada una, mi interior recordó lo mucho que le
gustaba la fotografía y lo mucho que le encantaría saber sacar
fotos tan increíbles como las que nos encontramos. Aunque nos habría
gustado, no nos dio tiempo a verlo todo, nos quedo un piso entero sin
ver, nos quedamos demasiado prendadas de la exposición sobre la
Torre de los Clérigos. Se trataba de un mogollón de fotos de
distintas épocas y perspectivas sobre la Torre de los Clérigos y un
vídeo que vimos dos veces ya que nos sorprendimos muchísimo al ver
como un hombre la escalaba sin protección alguna y además hacía
piruetas en lo alto de la misma. Ambas decidimos que en algún
momento tendríamos que hacer eso mismo juntas, para quitarle tanto
mérito al hombre aquel.
Salimos con la duda de qué habría
en el tercer piso, y nos sentamos al sol, en las escaleras del museo
con dos chicos muy guapetes a nuestro lado. Disfrutamos un poco del
sol y sacamos algunas fotos más pasando el rato. Volvimos al
albergue hasta decidir que hacer y fue allí donde leí en una
fotocopia que había en el corcho una serie de actividades nocturnas
en distintos sitios de la ciudad. Nos decidimos por lo único que
cobraba entrada, pero nos pareció que una tertulia folk y una jam
session por solo dos euros era bastante barato.
Nos dirigimos a la zona donde se
encontraba el Hard Club porque pensábamos cenar por allí cerca,
descubrimos que se encontraba en un viejo mercado que tenia un
restaurante en la parte de arriba, así que nos comimos una pizza
allí e hicimos tiempo hasta que fuese la hora de la jam session. La
pizza estaba bastante mejor de lo que yo esperaba, o quizá yo tenía
más hambre de la que creía, la verdad es que llevaba todo el día
comiendo a cada rato y cogiendo peso como si no hubiera un mañana.
Tras la pizza y con la cuenta vinieron unos chupa chups de la casa
que dejaban bastante que desear, así que no me lo acabé y bajamos
directamente a buscar sitio en la jam para disfrutarla como es
debido.
Dudamos de si entrar o no, porque
éramos las únicas allí presentes, pero finalmente pagamos y
entramos, con nuestra entrada nos dieron una consumisión gratis, con
lo cual todo estaba saliendo como habíamos esperado. Nos sentamos
con nuestras libretas y nuestros bolígrafos y empezamos a dibujar
mientras hablábamos y apaciguábamos la espera. Casi sin darnos
cuenta apareció a nuestro lado un hombre y una mujer que nos
invitaron a bailar folk con ellos. Dijimos, obviamente, que no
sabíamos bailar, que disfrutábamos viéndolos, pero insistieron y
nos explicaron que esa noche era para aprender y que todo el mundo
pudiera bailar con ellos.
Así que allí estábamos nosotras,
a las once y media de la noche aprendiendo a bailar folk con unos
desconocidos. Para mi sorpresa se me daba mejor de lo que creía y lo
pillé rápido, al contrario que Laura, que seguía tropezando aun
cuando la canción ya había acabado. Ambas estábamos lo
suficientemente sorprendidas y avergonzadas como para volver a
nuestro sitio pensando que ahí había acabado el asunto, pero no era
así y nos sacaron a bailar dos o tres veces más. Los bailes eran
cada vez más entretenidos y había cada vez más gente incluida. Ya
habíamos pedido nuestras cervezas y nos habíamos sentado otra vez,
para entonces Laura ya estaba algo cansada y se había centrado en
dibujar. Yo, por el contrario, cerré la libreta, cogí la cámara y
me quedé embobada viendo como bailaban lentas, rápidas, fados, folk
francés y portugués, etc. Lo pasé tan bien bailando con ellos que
no pude evitar acribillarlos a fotos, buscando siempre la foto
perfecta. Me había rendido ya que no conseguía sacar la foto que
quería, cuando se acercó el único chico joven y tan torpe como
Laura y yo y me dijo que no podía seguir mirando de lejos, me cogió
de la mano y me llevó a bailar una más. Laura me miraba desde el
sitio y yo no podía creer que estuviera bailando otra vez. Acabó el
baile y me besó la mano amablemente, me sonrió y yo decidí volver
junto a Laura y acabarme la cerveza. Ya era la una y media y Laura
estaba muy cansada debido a que no estaba durmiendo bien, así que
teniendo en cuenta lo anciana que es, decidimos volver al albergue
dando un pequeño paseo y comentando la jam session que acabó con
nosotras bailando folk.
Llegamos y nos metimos en cama
esperando que comenzase el día siguiente de una vez. Nos dormimos
casi en el acto. Lamentablemente los alemanes decidieron que las
siete de la mañana era la hora perfecta para volver de fiesta
borrachos y haciendo todo el ruido posible, el cabreo que me pillé
no tenía límites así que me dormí otra vez imaginando las
distintas formas de venganza que podría usar al día siguiente. Tras
un día inesperado y una noche tan divertida, no hay mejor cosa que
dormirse tramando venganzas, los alemanes no sabían la guerra que
acababan de comenzar.