domingo, 4 de marzo de 2012

Sputnik, mi amor.

"Sumire apoyó la cabeza en mi hombro. Llevaba el pelo recogido hacia atrás, sujeto con el pasador, y sus pequeñas y bonitas orejas quedaban al descubierto. Unas orejas preciosas, parecían recién hechas. Suaves y sensibles. Podía sentir su aliento sobre mi piel. Ella llevaba unos pantalones cortos de color rosa y una sobria camiseta azul marino descolorida. Por debajo de la camiseta se perfilaban sus pequeños pezones. Un ligero olor a sudor flotaba en el aire. A su sudor, al mío, o a una mezcla de ambos. Me entraron ganas de abrazarla. Me asaltó un impulso irrefrenable de tumbarla contra el suelo. Pero sabía que era inútil. Desearlo no me llevaba a ningún sitio. Se me hizo difícil respirar, mi campo de visión se redujo violentamente. El tiempo se detuvo y empezó a dar vueltas y más vueltas. Bajo mis pantalones, el deseo se volvió turgente y se endureció como una piedra. Me sentí confuso, turbado. Pero me sobrepuse. Me llené los pulmones de aire fresco, cerré los ojos y, sumido en aquella oscuridad incoherente, conté despacio. El impulso que había sentido había sido tan violento que incluso mis ojos se anegaron en lágrimas.

[...]

Sin decir palabra, Sumire me tomó la mano y me la apretó suavemente. Su mano era pequeña, suave, estaba cubierta por una fina pátina de sudor. Imaginé aquella mano sobre mi pene erecto, acariciándolo. Me dije que no debía pensar en ello. Pero fue inútil. No podía apartar aquella imagen de mi mente. Tal como había dicho Sumire, no había alternativa. Imaginé como mis manos le quitaban la camiseta, los pantalones cortos, las bragas. Imaginé el tacto de sus pezones duros y prietos en la punta de mi lengua. Cómo luego le separaba las piernas y penetraba en su interior húmedo. Despacio, hasta lo más hondo de la negrura. Ella me invitaba, me engullía, me expulsaba... No pude frenar aquella obsesión. Volví a cerrar los ojos con fuerza y dejé que pasara aquel espeso grumo temporal. Bajé la cabeza y esperé pacientemente a que aquella ráfaga de aire cálido soplara a través de mi cabeza y se desvaneciera."

(Haruki Murakami, Sputnik, mi amor, capítulo 5)

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