martes, 20 de diciembre de 2011

Carta a Doña Alba Díaz de Castilla

Amadísima Doña Alba, esta mañana he despertado con una angustia mortal atrapada en mi pecho. Los médicos dicen que moriré pronto, la tuberculosis está avanzando mucho y los sangrados ya no ayudan. Estoy peor a cada segundo que pasa y solo soy capaz de pensar en usted, mi dulce señora.

Antes de morir, mi último deseo ahora mismo es poder verla a mi lado, sosteniéndome la mano como en aquella tarde de primavera junto al rosal que cuidaba su anciana madre antes de morir. Ahora sus rosas se marchitan y yo junto a ellas por no poder mirar sus grandes ojos verdes una vez más.

Añoro sus labios color carmesí sonriéndome desde la ventana. Tras su mudanza, esta villa no ha vuelto a ser la misma, se nota la falta de la familia Díaz de Castilla. Yo noto su ausencia, el aroma de sus palabras susurrándome que no me abandonará nunca.

Siento a la muerte esperándome, ha sido más considerada de lo que esperaba que fuera y deja que acabe estas letras para usted antes de llevarme con ella. No os preocupéis, nada malo puede pasarme donde quiera que vaya porque sé que sigue amándome como la primera vez, que la distancia no ha hecho mella en mi preciosa dama de azul.

Escribo con la dificultad de un ejército vencido y mi respiración se ralentiza con cada lágrima. Lo lamento Doña Alba, ya conoce mi sensibilidad y no he podido evitar llorar al recordar su despedida, estaba usted preciosa bajo la luz del amanecer de aquel invierno frío, el más frío que recuerdo, y su imagen marchándose con su vestido azul y su sombrilla en la mano sigue acechándome en mis pesadillas. El temor por no volver a verla se ha hecho realidad, y eso me duele más aun que esta enfermedad... que mi muerte.

No puedo continuar. Espero que esta carta llegue a sus manos. Le encargaré esta misión a mi queridísima mano derecha Julián, y espero que cumpla su promesa entregando estas letras en mano. Le envío un clavel, supongo que, como yo, recordará usted su significado tras aquella noche en la buhardilla bajo la luz de la luna. Lamento sinceramente no poder despedirme de usted, mi amada dama, en persona. Juro que desearía poder expresarle cuánto la amo y cuánto la he amado siempre. Nunca la he olvidado y nunca la olvidaré.

Mi mas sincero amor eterno,
Don Álvaro Méndez Rivas, caballero y dueño de su corazón.

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