Jueves.
Día 4.
Por cuestiones de cansancio (tanto
ajetreo entre pájaros nos tenía agotadas), decidí obviar el
despertador y lo apagué en cuanto empezó a sonar y así seguir
durmiendo. Nos despertamos unas cuatro horas después de eso,
alrededor de la una (siempre hora española, Laura se niega a aceptar
que Portugal cambia de hora). Al amanecer descubrimos que los
especímenes que se alojaban con nosotras habían aprendido a saludar
en español y lo que en un principio nos pareció gracioso, al cabo
de un par de horas escuchándoles decir “hola” cada vez que
pasábamos por delante, acabó por convertirse en pesado y quizá
demasiado efusivo para mi gusto. Viendo que no iban a parar decidimos
tomárnoslo como algo gracioso (y cuando digo “decidimos” en
realidad quiero decir “Laura no me dejaba pegarles”).
Amanecer
tarde no era un problema, nuestros planes para aquel día empezaban
por la tarde, así que tras las duchas [INCISO:
Mientras Laura se duchaba los alemanes me preguntaron mis planes y
decidieron invitarme a la playa con ellos, literalmente les conteste
que debía consultarlo con mi esposa]
y mientras escuchábamos música decidimos hacer cuentas, la pobreza
nos acechaba y era hora de rebajar nuestros gastos. Después de
acabar de contar cuanto teníamos y a cuanto podíamos aspirar (lo
cual acabó pronto debido al poco dinero y las pocas posibilidades)
dedujimos que teníamos dos opciones, o nos prostituíamos o
empezábamos a comer de súper y dejábamos de fingir que éramos
ricas. A día de hoy sigo creyendo que la prostitución no solo nos
habría proporcionado mucho dinero, sino también mucha diversión,
pero resulta que somos demasiado exigentes y con esas expectativas
poco podíamos conseguir, con lo cual la segunda opción resultó
ganadora.
Definido
esto y con Jazz
Magnetism acabando,
salimos en busca del supermercado que estaba tres calles más arriba
del albergue. Al salir nos golpeó el calor en la cara y ambas
pensamos que eso no era normal, pero no nos podíamos quejar, al
menos ese día corría algo de aire y se podía respirar. Ya en el
súper dimos algunas vueltas (como buenas turistas desorientadas que
éramos) hasta encontrar algo comestible, apetecible y barato (como
dije, somos demasiado exigentes). Al final nos decidimos por comprar
arroz, albóndigas de lata, atún de lata, jamón, queso, pan,
ketchup y maíz de lata, una dieta variada y rica en alimentos
económicos, muy propia de estudiantes, solteros y personas a las que
les da igual comer siempre lo mismo. Una dieta que nos acompañó el
resto de la semana. Creo que después de tanto arroz ya empezaba a
tener ojos orientales.
Volvimos
al albergue y en vista de lo desconfiadas que somos, guardamos
nuestra comida en la taquilla de la habitación. Algo parecido a lo
que estaban haciendo los alemanes, con la diferencia de que ellos
solo guardaban bebidas alcohólicas y bebidas energéticas (¡para
estar a tope en las vacaciones!). Tras dejar las cosas y volver a la
cocina con las albóndigas y el arroz, Janis Joplin y yo acompañamos
a Laura mientras cocinaba una delicia de comida, porque aunque en un
principio las albóndigas parecían hechas con miles de animales
distintos, muchos de ellos ya extintos, resultó que estaban muy
buenas.
Al
acabar fregué los platos para ser justa con Laura, que había
cocinado para mí, y luego volvimos a la habitación a guardar lo que
quedó de arroz y a recoger nuestras cosas para salir en busca de
aventuras portuguesas (… o algo). Con el mapa en la mano y una
botella de agua en la mochila, para paliar el calor, nos dirigimos
hacia el museo de Arte Sacra que había en la iglesia Lourenço dos
Grilos. Con mi maravillosa orientación y la ayuda de varios
carteles informativos, conseguimos llegar sin problemas hasta las
iglesias de la zona y nos dedicamos a observar el paisaje
momentáneamente. Aquello estaba a tal altura que era fácil ver casi
toda la ciudad, incluido aquel hombre que estaba arreglando el tejado
y al que le sacamos una foto (porque yo de viaje y con una cámara en
mano, soy peligrosa).
Entramos
en la primera iglesia que vimos, aunque no era la que buscábamos, y
la verdad es que era preciosa. Maravilladas caminamos alrededor de
cada una de las imágenes de santos y vírgenes que nos encontramos
y, como era de esperar, me pasé todo el recorrido quejándome de la
ideología católica y del uso de imágenes sangrientas y hechos
trágicos y poco veraces para llevar como ovejas a gran cantidad de
personas. Así como entramos, salimos, pues Laura estaba harta de mis
monólogos críticos y cuando estábamos saliendo nos encontramos al
doble de un amigo de Laura, al que intenté sacar una foto sin mucho
éxito.
Seguimos
bajando siguiendo las señales para llegar al museo al que nos
dirigíamos en un principio. Nos encontramos con un montón de niños
jugando en una fuente pública con el agua y me puse a sacarles fotos
porque estaba en modo artista (durante una semana olvidé que de
artista tengo lo mismo que de alta). Laura consiguió que yo saliese
en una foto con ella y luego, no sé cómo, conseguimos evitar que
los niños nos mojasen a nosotras también. Por fin encontramos la
iglesia-museo y entramos confiadas a recorrerla por completo. La
verdad es que no era gran cosa, pero el estilo de las esculturas era
bastante bonito y la forma en la que las tenían cuidadas merecía la
pena (además la entrada era gratuita, así que tampoco vamos a
ponernos muy quisquillosas).
Cuando
nos íbamos a marchar descubrimos un libro de visitas en la entrada y
decidimos postrar nuestra imaginación en él firmando de la manera
menos católica que nos salió. Dejo aquí la foto de la firma para
que podáis verla:
Viendo
que habíamos sido más rápidas de lo esperado en la visita,
decidimos ir a tomar algo antes de dirigirnos al siguiente museo, y
teniendo en cuenta la escasa gama de posibilidades nos dirigimos al
único bar que había cerca para beber unos zumos de naranja y
sentarnos un rato. Mientras yo inspeccionaba el mapa (que ya estaba
algo roto y malogrado) Laura empezó con su ritual de siempre y se
dedicó a hacer flores con las servilletas, en eso andábamos cuando
se nos acercó la dueña del bar (que podría haber sido dueño y no
dueña, tranquilamente) y le dijo a Laura muy borde “eso no lo
pagarás tú, ¿verdad?”. Tal fue el tono de su comentario que
ambas nos acojonamos y nos quedamos mirándola (y las dos chicas de
la mesa de al lado también), seguíamos mirándola cuando se dirigió
a sus otras dos clientas y le bajó el pie de la silla con un
manotazo. Después de conocer a lo mejorcito de la ciudad, mi
compañera de andanzas y yo nos acabamos el zumo y me dispuse a
pagar. Para que no me fuera de ahí con una sonrisa, la señora me
acusó de haberle dado menos y yo, aprovechando que Laura no podía
pararme porque estaba en el baño, me dije a mí misma “a borde,
borde y medio” y me ocupe de que contara cada una de las monedas
que le había dado delante de mí y que me pidiera perdón por la
acusación.
Tras
esto, al ver Laura mi posición prepotente, nos fuimos camino al
museo Soares dos Reis, que era el siguiente en la lista. La visita
fue de lo más completa. Pudimos ver absolutamente todas las
exposiciones (temporales y permanentes) que había. Nos pasamos casi
cuatro horas dentro del museo observando cada cuadro, cada escultura
y cada exposición. Todas fantásticas y muy inspiradoras, aunque es
verdad que después de tres horas teníamos ganas de salir de allí y
aire empezaba a viciarse. Cuando acabamos la larga e increíble
visita quedaba poco para la hora de cenar así que nos dirigimos al
albergue para cenar y planear la noche, tras cenar un par de bocatas
y ver el espectáculo que eran los alemanes preparándose para salir,
nos decidimos a vestirnos e ir tranquilamente hasta la zona de los
pubs y la marcha, pues ni Laura ni yo aguantábamos más el calor que
había surgido tras escuchar Lovage.
Como
era temprano la zona de fiesta tenía poca fiesta, por lo que
aprovechamos para investigar qué otros pubs había por la zona. En
nuestra corta investigación encontramos un bar donde había música
latina en directo, y llamadas por el espíritu de Celia Cruz tuvimos
que entrar a bailar y beber un par de cañas. Había un montón de
parejas bailando y lo hacían verdaderamente bien con lo cual
nuestras ya escasas nociones para el baile quedaron completamente
anuladas y nos decidimos a “bailar” en un rincón donde no
pudiéramos ser vistas o al menos no llamásemos la atención.
El
colmo de aquello fue cuando empezó a sonar “La Bamba” y Laura y
yo nos motivamos sobremanera. Allí empezamos las dos a bailar y a
cantar como locas y pude admirar como dos rubios encantadores no
dejaban de observar a Laura así que me aparté un poco con intención
de que se acercaran, pero al parecer eran muy tímidos como para
ello. El caso es que bailamos y cantamos muy emocionadas de tal
manera que hasta la cantante quiso pasarnos el micrófono a nosotras
(a lo cual nos negamos por aquello de mantener algo de dignidad).
Tras esto llegó el descanso del concierto y salimos a tomar el aire
porque allí dentro no se podía respirar. Nos sentamos en el
bordillo y mientras decidíamos que hacer los rubios que miraban a
Laura se nos acercaron y nos pidieron que les enseñemos a bailar
(pobres, aquello era como pedirle a un ciego que te explique los
colores). Les indicamos donde había más pubs donde ellos pudieran
ir a pasar el resto de la noche porque Laura no parecía muy
interesada en mantenerlos a su lado y nosotras nos fuimos a
investigar más pubs.
Al
entrar en un pub empezaron a sonar temazos, pero temazos de los
buenos, de los que me gustan a mí. Se puede decir que me flipé de
manera absoluta en modo Skins pero sin drogas con cada canción
(porque encima las conocía y me las sabía todas, ¡el paraíso para
mí!). Allí me encontraba yo saltando ultra motivada y Laura
viéndome enloquecer del todo cuando se nos acercó un señor a
intentar ligar, lo ignoramos y no se dio por aludido y cuando intentó
tocarme fingiendo que yo era una guitarra lo mandé a ver si llovía
en el lavabo (por decirlo educadamente) con un contundente codazo.
Acto seguido seguimos bailando y cantando hasta que llegamos a dos
canciones que no conocíamos y pensamos que esa era la señal para
probar los otros pubs de la zona que también tenían buena pinta.
Pasamos
por delante del pub de enfrente donde me conquistaron con Aretha
Franklin y tuvimos que entrar. Pedimos unas caipirinhas para
apaciguar el calor que hacía ahí dentro y cuando estábamos
empezando a aburrirnos descubrimos que aquel lugar tenía un piso de
abajo lleno de gente tan motivada como yo bailando al son de temazos.
Bebimos otra caipirinha allí abajo y me ocupé de reírme de Laura
cuando un francés loco se le acercó a hablar, luego ella se rió de
mí porque tuvimos que espantar al pervertido que se nos pegaba y nos
miraba fijamente con una mirada bastante siniestra (le faltaba
respirarnos en la nuca cual sociópata).
Con
intención de volver al albergue salimos de allí a eso de las cuatro
y media (una hora más aquí en España). En nuestro camino unos
chicos empezaron a llamarnos y como a mí me hacía gracia me gire
para ver que querían (en este viaje he descubierto que me muevo por
las risas hasta cuando no debo). Laura quería matarme cuando se dio
cuenta de que estaba hablando con ellos y que hasta nos habíamos
sacado una foto todos juntos. Después de una hora viendo como se
metían los unos con los otros para desacreditarse mutuamente y
conseguir ligar (pobres ingenuos), nosotras por fin nos movimos hacia
el albergue para dormir ya de una vez. Decidieron acompañarnos hasta
el albergue y como nos daba igual les dejamos. Tenían intención de
subir con nosotras a nuestra habitación y he de decir que nos costó
más de lo que creíamos hacerles entender que tenían que irse, que
no iban a subir y que no estábamos interesadas. Una vez frustrada su
idea después de mucho putearlos subimos a la habitación entre risas
y caímos rendidas tras el cansancio de una noche muy divertida.